Conversando con mi padre llegamos a la conclusión de que ningún movimiento social, rebelión o revolución tendría sentido si la sociedad sigue abrevando de los mismas tendencias de comportamiento modernas como son el consumismo y la inconsciencia social, ¿de qué serviría cambiar personas si la ideología básica sigue siendo la misma?.
La inmensa mayoría de los mexicanos, y posiblemente de los latinoamericanos, sólo piensa en una cosa; avanzar en la escala socioeconómica, y no es criticable desde luego, pero cuando las posibilidades de ello son insuficientes por el sistema social que vivimos, esta meta se vuelve muy inalcanzable, sobre todo para los más vulnerables, como los 53 millones de mexicanos en grado de pobreza, según datos de CONEVAL en Julio de 2015, imaginar cuantos más existen hoy día es como para sentarse a llorar.
Vivimos adoctrinados en una sociedad de consumo además muy adictiva, el futuro de esta sociedad tal y como la conocemos depende del nivel de explotación que unos cuantos ejercen sobre muchos, es falso que todos podemos ser ricos y prósperos en una sociedad de consumo, sólo la lógica es suficiente para corroborar este hecho.
Se requiere no sólo cambiar el sistema y a los personajes que los representan y dirigen, se requiere cambiar la mentalidad de millones, ¡no adoctrinar! sino develar la necesidad de crear consciencia sobre el futuro que nos espera como sociedad de seguir este camino, está sociedad esta diseñada para enarbolar el éxito individual, no el éxito social, el individuo promedio busca sobresalir de otros para ser premiado, admirado y seguirá compitiendo para no perder esa posición de malentendido éxito.
La individualidad como característica única pero modelable de cada persona se ha tornado en un ariete de carga para cada sociedad que lucha por sobrevivir, a pocos o nadie les interesa actuar en bienestar social sin mediar una dirigencia o un liderazgo.
Es muy importante dar cuenta de qué, tomemos un ejemplo; la competitividad que les enseñamos a nuestros hijos desde niños sólo activa el sentido discriminatorio que esta sociedad de consumo nos programa constantemente.
Se entrenan individuos competitivos, audaces, despiadados para luchar literalmente contra sus semejantes y no para alcanzar un bienestar social integro. Desde pequeños nos inducen el sentido de la individualidad como un objetivo de superación, pero esa supuesta individualidad no lo es, nos la arrancan de cuajo desde el momento en que el adoctrinamiento de las competencias inicia, no se permite ejercer la individualidad, se induce una individualidad condicionada de comportamiento agresivo ante otras personas. Esa es la base del sistema jerárquico social que sufrimos diariamente.
Estamos sumergidos literalmente en un sistema que no da, por su misma naturaleza, para cambiar, requerimos crear consciencia social, iniciar la educación de los niños hacia la empatía, hacia sus semejantes, luchar por una mayor equidad entre los grupos socioeconómicos hasta que por voluntad sean lo hombres los que estén satisfechos con lo que otros tienen y no con lo que el individualismo anhela.
Participamos en una sociedad donde el bienestar de todos se ha reducido al egoísmo y anhelos de cada uno.
Y esto no es nada nuevo ni tiene que ver con el socialismo ni con el capitalismo, sólo basta girar la mirada a nuestros ancestros “americanos” ( y lo pongo entre comillado porque Américo Vespucio nada tiene que ver con nuestros aborígenes continentales precolombinos ) quienes ya practicaban un sistema social muy parecido a lo que me atrevo a prescribir.
Las tribus de las grandes llanuras del norte del continente hoy norte de México, Estados Unidos y Canada, vivían en armonía con su entorno y entre ellos mismos, como tribus y clanes, no existía el concepto de propiedad privada sino de territorialidad, el chamanismo, sus deidades y espiritualidad emanaban de la tierra misma y de la naturaleza como proveedora de todo lo necesario, no se entendía tampoco el concepto de acaparamiento, mucho menos el sentido de individualidad como factor de liderazgo, sino el liderazgo como factor de comunidad. Se respetaba la tierra y todo aquello que mantenía las necesidades básicas de cada tribu, hasta la llegada del hombre europeo la ambición financiera era prácticamente desconocida así como el inmenso poder que esta representaba y motivaba al hombre blanco.
Estas tribus fueron un claro ejemplo de lo que una sociedad equitativa, comunitaria, y sin grupos jerárquicos narcisistas, puede lograr. El hombre europeo representaba una sociedad de consumo, discriminante, centrada en el individualismo y con grupos de jerarquía muy por encima en importancia del resto de la sociedad.
Demás está el recordar cual sociedad extermino prácticamente a la otra, y no porque fuera mejor o más eficiente, que de ello sufrimos consecuencias hoy día en prácticamente todo el globo terráqueo.
Aquí en México tenemos remanentes de esas antiguas sociedades en los pueblos Tarahumaras o mejor dicho Raramuris, hoy día modestos pero inclinados totalmente a la comunidad, la ayuda, compartir y respetar como base de sus costumbres y creencias. Coincidentemente Porfirio Diaz Mori los hizo víctimas de genocidio junto con otras etnias como los yanquis, claro en pos del progreso tan cantado hoy por los apóstoles del neoliberalismo.
Debemos retornar a la consciencia de cada individuo, sociedad y pueblos, a la necesidad de abandonar esa estúpida carrera por la crematística (acumulación de dinero y valores), dejar de lado la vanidad, el egoísmo y todo aquello que destruye nuestro entorno natural sólo para el beneficio de unos cuantos plutócratas.
La utilización de energías renovables, el uso respetuoso de nuestros recursos en vez del uso eficiente, el reconocimiento y rescate de las técnicas ancestrales que cada día se pierden en el barullo de las tecnologías como medio de explotación, placer y consumo, y no como vehículo para mejorar, proteger nuestro entorno natural y bienestar social.
Por ello, de no cambiar nuestra percepción del éxito como individuos, seguiremos inmersos en esta vorágine de injusticias, corrupción, discriminación, engaño y podredumbre.
Seguiremos dando estúpidamente vueltas a la noria.
-Victor Roccas.