* El golpe seco de la diplomacia del Twitter regresó a México entero a 1995. Estamos como entonces, o peor.
Gregorio Ortega Molina
La realidad es que Esteban Moctezuma Barragán perdió el cargo en 1995 por miedo, pavor a trasgredir las normas de su conciencia en beneficio de servir al Estado.
Lo que prometía ser una transición culminó en una alternancia rebosante de corrupción, de inseguridad, decadencia e impunidad. El gobierno no resiste más la prolongada agonía del modelo político iniciada con los magnicidios del 94, la irrupción del EZLN y la forma en que se impuso (como consecuencia de 1988) el compromiso de ceder, en las elecciones del 2000, el poder a Acción Nacional.
Unos días antes de que se hiciera pública la renuncia del señor Moctezuma Barragán, Páginauno, el suplemento político del unomásuno, publicó una Costumbre del Poder de la que no quito una coma. La transcribo para honrar la persistencia de la realidad.
Gobierno y seguridad nacional
Habrá algunas características que definan a este gobierno, tanto por la fuerza de los acontecimientos como por la voluntad de ejercer el poder de otra manera, llámesele inexperiencia o deseo sincero de abrir perspectivas diferentes frente a lo que ya no sirve en el oficio político tradicional.
Ya es aceptado por todos que el sistema surgido del genio de Plutarco Elías Calles y fundado en 1929 se agotó, de la misma manera que el proyecto de la ex Unión Soviética se derrumbó al abrirse el Muro de Berlín, al proscribir al Partido Comunista y al darle voz a los nacionalismos culturales y políticos, cuyas manifestaciones bélicas -en algunos casos- son motivo de horror y desconcierto, pero también de enriquecimiento para los países que venden armas y trasladan sus problemas económicos a las naciones sin ningún proyecto nacional consolidado con el aval de su población entera.
En nuestro caso, tarde dieron la razón los acontecimientos a las voces opositoras que decidieron denunciar la imposición de un programa económico de altísimos costos sociales, tanto por impreparación e incapacidad científica, tecnológica, industrial y de comercio, como por considerar que su éxito exigía el empobrecimiento político de México, sacrificando su pluralidad y condicionando la imagen de la democracia a una alternancia bipartidista. Nada más falso.
Recuerden el decálogo económico del entonces popular José María Córdoba Montoya, cuya premisa fundamental es: economía, más y moderna economía. Para ese grupo que en realidad gobernó 12 años (1982-1994), lo social y lo político fueron instrumentos prescindibles para construir el proyecto de nación posrevolucionario, que le abriría las puertas al país al mercado más grande del mundo, lo insertaría en la globalización y transformaría, radicalmente, la deuda económica que los sucesivos gobiernos han contraído con la sociedad, con el pueblo que los llevó al poder.
Los resultados no se hicieron esperar. Durante el sexenio cuya administración presidió Carlos Salinas de Gortari, se concentró la riqueza, se profundizó la pobreza extrema, el narcotráfico se transformó en narcopolítica, se sucedieron tres crímenes políticos que cimbraron la conciencia nacional, apareció la guerrilla chiapaneca fundamentada ideológica y políticamente en agravios reales y ancestrales -aunque su financiamiento tenga diversos orígenes- , crecieron la deuda externa real y la especulación financiera y comercial, y se fracturó el sistema político fundado junto con el PNR; en materia de seguridad creció la impunidad y aparecieron innegables signos de ingobernabilidad.
Durante los casi siete meses que tiene en el poder la administración precedida por el doctor Ernesto Zedillo, se descubrieron los boquetes económicos dejados por su predecesor, al sustentar, éste, gran porcentaje del éxito de su proyecto en la inversión extranjera, lo que definitivamente no sólo lesionó la soberanía sino que comprometió el futuro de nuestros hijos al alargarse los plazos del servicio de la deuda y al darse una devaluación brusca, aunque no por eso menos esperada desde principios de 1994.
Durante la actual administración se hace manifiesta la distancia real entre el gobierno y el PRI, la que es de carácter ideológico fundamentalmente, sin menospreciarse una supuesta voluntad de ejercer el poder, hecha pública al momento de la Asamblea Estatal priista para elegir candidato a gobernador para Jalisco: la línea es que no hay línea, propuesta que merece riguroso análisis por los vacíos políticos que puede crear, al no haberse establecido las nuevas reglas del juego, que habrán de surgir de un Acuerdo Político Nacional.
También en escasos dos meses y medio del nuevo gobierno, ocurrieron tres decesos que afectaron la credibilidad de la sociedad depositada en las urnas el último 21 de agosto: Luis Moreno Gómez, Jesús Humberto Priego Chávez y Abraham Polo Uscanga, no tanto por el establecimiento, o no, de móviles inconfesables por impunes y vergonzantes, como por el estado de indefensión en que queda la sociedad y la inercia en la que parecen actuar las autoridades de procuración de justicia, lo que debe ligarse al análisis de la ausencia de línea política.
Esta consideración en torno a la ausencia de consensos políticos tiene su origen en la separación ideológica real entre el PRI y el gobierno, lo que crea un vacío que pretende llenar Acción Nacional por caminos equivocados y no absolutamente legales, y que también aspiran a llenar los miembros de la desintegrada familia revolucionaria, por estar opuestos a cambios estructurales en la forma y el fondo del ejercicio político, porque ello significa la pérdida de sus fueros y privilegios (con ello no quiero significar que estos actores sean exclusivamente priistas, porque muchos desde la industria, el comercio, los sindicatos y la oposición, se enriquecieron en ese juego democrático ideado por Plutarco Elías Calles). ¿De dónde, si no, salieron las cajas de gastos que revitalizaron el movimiento de Andrés Manuel López Obrador?
Lo anterior nos conduce a una pregunta cuya respuesta corresponde, exclusivamente, a Esteban Moctezuma Barragán, secretario de Gobernación, encargado de la seguridad interna y de la preservación política de la soberanía, al depender de él la seguridad nacional.
Es simple: ¿en este gobierno, que merece ser calificado de transición -más por los proyectos que por lo hecho hasta ahora-, cuál es el programa de seguridad nacional que la asegura y, además, evite la ingobernabilidad que pudiera llevarnos a una colombianización, argentinización o chilenización?
Si efectivamente llegamos a la ingobernabilidad, si no se logra un Acuerdo Político Nacional que garantice la transición, si el costo social del modelo económico agudiza la crisis social y llega la violencia a las calles, si los crímenes políticos permanecen en la impunidad y continúan, si prevalece el desorden poselectoral y no se garantiza el derecho a la información, si la Iglesia Católica sigue ocupando los espacios políticos que no le corresponden, si no se establecen las bases definitivas para un largo diálogo con el EZLN que conduzca a la reconciliación nacional, si no prevalece el deseo de hacer un ejercicio político diferente, si no se establecen líneas consensuales y un reacomodo ideológico entre el PRI y el gobierno que llevó al poder, si no desaparece la narcopolítica y el narcotráfico no deja de ser una amenaza latente a nuestra soberanía, si no se llega a acuerdos definitivos para una política poblacional que disminuya drásticamente el crecimiento demográfico, entre otras muchas acciones que deben emprenderse desde la administración pública -desde la Secretaría de Gobernación-, significa que no existen el concepto ni el proyecto de seguridad nacional.
Si aceptamos que la característica fundamental del gobierno presidido por el doctor Ernesto Zedillo es la de ser uno de transición, resulta imperativo que exista un proyecto de seguridad nacional que lo garantice, que prevea las acciones desestabilizadoras como las que padecemos, y que se fortalezca la confianza y seguridad en la sociedad. Esta es la tarea en que se ha de desempeñar el secretario de Gobernación.
En este tema también es útil la literatura como elemento de reflexión, porque permite profundizar hipótesis y ampliar el análisis. Herman Broch, en Los sonámbulos, señala: “El concepto de política coincide con el de justicia. Todo tipo de política que no se oriente a la justicia, no existe… La política pura no es otra cosa sino la idea… La política pura nació de la autonomía espiritual… La política pura es la pura exigencia moral convertida en estructura formal”.
La realidad dura de la diplomacia del Twitter regresó a México entero a 1995. Estamos como entonces, o peor.
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