CUENTO
Longlife era un joven al que solamente le quedaba una semana de vida, ¡siete días! Su tumor cerebral había crecido y no tenía manera de ser extirpado. Era un caso único y muy extraño.
El joven de 28 años ya llevaba mucho tiempo padeciendo fuertes dolores de cabeza, y un montón de malestares más, así que no se asustó para nada cuando su médico le dio la pésima noticia: “te vas a morir”. Su cuerpo se apagaría, y su mente también.
Ese día, después de abandonar el consultorio médico, no supo qué pensar o qué sentir. No estaba seguro de si morir era lo mejor que le podía pasar. Porque después de todo su vida nunca había sido nada excepcional.
-¿Qué es la vida? -se preguntó, mientras regresaba a su departamento-. ¿Qué es lo que he hecho todo este tiempo? ¿Acaso no vivir como uno más del montón…?
Cuando llegó a su casa se sentía muy fatigado. Sus dolores habían empeorado. Y esto solamente era el principio de su final.
Longlife entró al baño y se miró en el espejo. Su rostro mostraba los signos de su calvario interior, de ese maldito dolor que lo estaba comiendo vivo.
-Me estoy muriendo… ¡No lo puedo creer! Ahora estoy aquí, pero cuando el octavo día llegue, ya no. ¿Qué es lo que he hecho todo este tiempo? ¿Acaso no vivir apegado a las reglas, a los miedos y a las convenciones sociales…? ¡Pues malditas sean todas estas cosas! -terminó por exclamar. Y con temblor en sus manos abrió la puerta detrás del espejo, aquel compartimento donde guardaba todas las medicinas que ya no cabían sobre la mesa de su cuarto.
-¡Me tomaré todas las pastillas que sean necesarias para matar este maldito dolor que ahora me está torturando…!
Hacía más de dos meses que sus síntomas se habían vuelto insoportables, ya casi no podía dormir. Y cuando estaba despierto todo seguía siendo lo mismo. Noche y día, día y noche; todo era un verdadero suplicio.
Todos los medicamentos existentes habían sido ya probados por el joven, pero ninguno le ayudó a mitigar su dolor, así que él empezó a solamente pedir y rogar que le diese un infarto o cualquier otra cosa para poder así ya dejar de sufrir. Pero nada de nada le sucedía.
Sus ojos parecían los de un mapache. Tantas noches sin dormir habían terminado por darle este aspecto. Sus ojeras parecían dos lagunas gigantes de aguas negras. Si alguien hubiese querido verle sus ojos habría tenido que acercársele con una lupa.
Longlife ya no reconocía cuando era de noche o de día. Su falta de sueño había empezado a afectarle sus sentidos sensoriales. Una y otra vez trataba de encontrar una manera para burlar o engañar a su dolor, pero no lo conseguía.
“Me voy a volver loco…” -pensó.
Fuere a donde él fuese, su dolor siempre lo seguía. Un día fue tal su desesperación que hasta comió lodo. Se encontraba en un lugar donde había sido sorprendido por una lluvia muy fuerte y repentina. Al no encontrar en donde correr a resguardarse, no le quedó más remedio que quedarse allí, empapándose por completo.
Su cuerpo, al sentir la frescura del agua, por instante pareció bloquear su dolor. Pero esto no duró nada, y él nuevamente volvió a estar desquiciado. Entonces fue cuando se agachó, tomó un puño de la tierra que escurría agua y se la comió.
-Aaaarrr. El joven gritó y maulló como si fuese un gato, al tiempo que empujaba sus dedos hasta lo más fondo de su garganta. Sus gritos fueron el de un loco. Luego empezó a llorar, y sus lágrimas se confundieron con las gotas que caían del cielo.
-¡Vidaaaa! -gritó-. ¿Por qué me haces esto? ¡Por queeeeé…!
El despertador empezó a sonar, y Longlife se despertó muy asustado. Su rostro estaba todo mojado. Entonces miró el techo y vio que éste filtraba agua.
-¡Mierda! -exclamó-. ¡Qué horrible pesadilla he tenido!
FIN.
ANTHONY SMART
Marzo/05/2017