CUENTO
Lovbuk era un joven que soñaba con triunfar con sus cuentos, y él más que nadie sabía lo que esto significaba. Pero estaba completamente decidido a afrontar todos los sacrificios que fuesen a ser necesarios. No dejaría de escribir, aunque se fuese a morir de hambre.
El joven soñador de lo grande, además de ser muy fantasioso también era muy ingenuo. Quería escribir un gran cuento, cuando ni siquiera sabía “escribir”. Su vocabulario era muy limitado, y a duras penas sabía redactar una idea. Pero a pesar de esto, cuando algo nuevo se le ocurría, él enseguida empezaba a pensar que por fin había encontrado la gran trama para su historia.
El aspirante a lo grande vivía en un pueblo pequeño, en donde nunca sucedía nada. Pero esto no era impedimento para que él dejase de soñar despierto.
Vagar era lo que más le gustaba al alma del escritor. Se daba ínfulas de mucha importancia cuando pensaba que hacer esto era muy necesario para que su creatividad no dejase de emanar sobre la hoja en blanco.
-Mi mente necesita espacio y descanso -se decía así mismo, mientras fantaseaba que escribía un cuento que se convertía en un clásico.
El tiempo fue pasando y la pluma del escritor seguía sobre la misma hoja.
No podía escribir nada. Mientras tanto no trabajaba, no hacía nada, bueno, casi nada. ¿Cómo le hacía para sobrevivir? Algunas veces hacía trabajitos, pero cuando su madre se cansaba de mantenerlo, de darle dinero, se ponía furioso. Porque según él ella no entendía de que su hijo luchaba como un loco, haciendo el trabajo más pesado de todos los trabajos: escribir.
-¡Nadie me paga por hacerlo, madre! ¡Tú no entiendes nada, mucho menos puedes darte cuenta de lo cansado y arduo que es mi labor! Cuando todos los demás descansan, mi mente sigue y sigue trabajando. ¡Juro que hay veces en los que odio lo que hago, pero no puedo dejar de hacerlo…!
Pasaron los meses, luego los años, y Lovbuk se empezó a cansar. Ya no quería escribir, y cuando lo intentaba solamente sentía repudio por la superficie en blanco.
-¡Malditas sean las ideas que no quieren acudir a mi mente! -mascullaba adolorido el escritor. Por lo visto él no quería ver o darse cuenta de que era un completo fracasado, y que por lo tanto lo mejor que podía hacer era olvidarse de una buena vez por todas de su lugar en la historia de la literatura.
El tiempo siguió pasando, y para colmo de males el escritor enfermó. “Lo que me faltaba -pensó-. Ahora ya nadie creerá de que realmente no puedo trabajar como ellos, hacer uno de esos trabajos tontos y aburridos”.
Lovbuk se fue llenando de frustración, y también de impotencia. Si antes él podía mantenerse un poco, haciendo cosas como limpiar ventanas o vender flores, pues ahora ya no podía ni ponerse de pie. Todo lo cansaba y lo fatigaba muy rápidamente. Hasta sólo estar sentado intentando escribir su gran cuento lo extenuaba por completo.
¡Rayos! -exclamaba-. ¡La diosa Imaginación ha abandonado a su hijo predilecto! ¿Por qué? ¡No lo entiendo…!
El escritor estaba muy molesto. Ya no sabía qué es lo que haría para conseguir dinero. Porque tenía que ayudar a su madre con los gastos de la casa, sí, pero más que nada de la comida.
-¡Maldito, maldito dinero! ¡Ahora tú no me dejas crear! Si yo antes más o menos la pasaba, con los pocos pesos que ganaba, pues ahora ya ni puedo pasar más allá de “había una vez…”.
Lovbuk el soñador de triunfos estaba muy colérico. Su mente no lo dejaba en paz, todo el tiempo lo tenía preocupado y nervioso. Sentía que su cabeza le explotaba, cada vez que escuchaba a la voz de su madre preguntarle:
“¡¿Qué vamos a comer mañana…?! Entonces agarraba sus cosas, una bolsa de papel con sus apuntes, y se iba para la plaza.
Cuando llegaba aquí se sentaba bajo un árbol que tuviese sombra. Después de que sus nervios se le calmaban, enseguida empezaba a fantasear las mismas cosas de siempre. Imaginaba que ganaba un premio con uno de sus cuentos.
Luego imaginaba donde le daban el cheque para cobrar el dinero. Luego imaginaba que iba corriendo y se lo restregaba en la cara de su madre. Imaginaba que le decía:
-¡Míralo! ¡Aquí lo tienes! ¡Puedes quedártelo todo, porque yo no lo necesito! ¡Es sólo dinero, maldito dinero! Tú, que nunca quisiste creer en tu hijo genio… Madre, ¡me largo! Adiós…
Lovbuk imaginaba que dejaba a su madre, completamente protegida monetariamente. Luego imaginaba que se iba a viajar por el mundo para vivir aventuras de no ficción.
Después de pasarse dos o tres horas fantaseando, él nuevamente volvía a descender sobre la tierra, a su realidad, a esa que jamás sería lo que él soñaba o fantaseaba. Entonces otra vez volvía a ver que su vida ya no tenía sentido, mucho menos destino. Y qué solo se sentía. Sin amigos, sin nadie en quién refugiarse. Lo peor de todo es que siempre creía ser el único que se sentía así, pero entonces de repente recordaba que no era así, porque el mundo y todas las personas que lo habitaban no eran otra cosa sino que la pura soledad. Pero su caso era distinto. Sentado allí, sin perro que le ladre. No cabía duda de que no podía haber en todo el mundo peor pobre diablo que él.
Cada día, cuando el sol aparecía, lo primero que el joven hacía era largarse a la plaza. Cuando llegaba aquí enseguida se empezaba a sentir idiota. Porque se daba cuenta de que no hacía más que dar vueltas sin salida, una y otra vez, otra y otra vez.
Lovbuk se encontraba de pie, con la mirada perdida. Después de estar así un rato, se le ocurrió meter su mano dentro de la bolsa de su pantalón. Entonces sus dedos palparon unas monedas, que no recordaba tener todavía.
“¡Vaya! -pensó-. ¡Qué gran suerte la mía! Creo que he encontrado un gran tesoro dentro de mi bolsa…”
El joven sacó las monedas y las contó todas. No era mucho, pero sí lo suficiente como para que él siguiese sintiendo esa especie de respaldo o protección. Al menos esto le serviría para comprar su desayuno el día de hoy. Después de pensar un poco, se dijo:
-Bueno. Creo que hoy puedo permitirme un desayuno decente, aunque tal vez y después me arrepienta.
Lovbuk se fue y compró uno de sus desayunos favoritos: tortillas de harina con salchichas picadas y queso derretido. También se había comprado un refresco para digerirlo. Luego regresó en donde estaba y se sentó a comerlo allí mismo. Lo disfrutó como nunca, pero cuando terminó de masticar el último pedazo, sucedió lo que él había pensado; estaba arrepentido de haber gastado más de lo que debía. Entonces exclamó:
-¡Mierda en las alturas! ¡Por qué compré esto y no dos panuchos asquerosos y salados…! Bueno -trató de tranquilizarse-, ni modo, lo comido comido está. Vomitarlo no haría que todo esto cambie.
Al escritor le tomó más de media hora superar su remordimiento. Cuando entonces estuvo calmado, se dijo:
-¡Me quedan todavía veinte pesos, y quiero deshacerme de ellos lo más pronto posible, porque no soporto tener dinero conmigo! -Luego entonces se preguntó-: ¿Pero en qué podría gastarlos…? Ah, ya sé. ¡Ya se me ocurrió una idea!
Lobuk se puso de pie y se largó a ese lugar…
Sentado sobre su silla esperó a que la máquina terminara de iniciarse. Cuando ésta lo hizo Lovbuk enseguida pensó: “Bueno, hoy no siento mucho dolor aquí en mi cuerpo. Así que creo que me merezco un poco de placer…”
Cuando la computadora estuvo lista, lo primero que él hizo fue ver un poco de “facebook”, sólo para tratar de olvidarse un poco de su miseria.
Pero por lo visto este sitio siempre es adictivo, ya que a él se le había olvidado la razón verdadera por la que había venido a rentar una de estas máquinas. Cuando se dio cuenta, solamente le quedaba una hora de las dos que había pagado con sus veinte pesos. Entonces dijo casi gritando:
-¡Por todas las memorias con alzhéimer! ¡Pero qué rápido pasó mi tiempo! Lo mejor será que deje de ver esta porquería y me vaya ahora sí a lo que vine.
Lovbuk tecleó el nombre de la página, y ésta enseguida abrió. Entonces empezó a navegar con su mirada por todo este sitio. Era una especie de librería virtual, en donde uno podía leer y sin pagar nada. También aquí se podía comprar y vender libros, tanto nuevos como usados, tanto físicos como virtuales.
Lovbuk navegaba hasta que se dio cuenta de algo, es por esto que entonces se dijo:
-¡Pero qué podría yo leer en tan solo una hora!
Nuevamente se volvió a sentir frustrado, porque vio que no podría leer siquiera los primeros capítulos de alguna buena historia, si es que la encontraba. Así que decidió que lo único que haría sería “caminar” por todo el sitio.
-¡Cuántos libros! -exclamaba, cuando sus ojos miraban los cientos de títulos. Sus pupilas se movían a una velocidad muy rápida. Parecían estar buscando la respuesta a un enigma. Lovbuk miraba y miraba, y sólo detenía sus ojos cuando éstos encontraban algún libro el cual valía la pena leer su reseña. Esto es lo que él estuvo haciendo, hasta que entonces miró que solamente le quedaban quince minutos de su tiempo.
-¡Mierda en las alturas! -volvió a exclamar-. ¡Qué injusticia más grande es la que me está sucediendo!
El escritor daba clics y más clics para cambiar las páginas que ya había visto. Estaba a punto de volver a hacer esto, cuando algo hizo que sus pupilas se detuviesen, y también su dedo. Leyó esto, que era un anuncio de una persona que decía buscar un libro. Entonces Lovbuk pensó: “Yo tengo ese libro”. Y se puso a contactar al anunciante.
Le escribió, y después de pasados unos minutos la persona le respondió. Le dijo que hacía más de veinte años que andaba buscando este libro, y que hasta ahora ningún sitio en internet lo tenía en existencia, mucho menos había persona alguna que lo pudiese tener para vendérselo. Entonces Lovbuk le escribió de vuelta y le dijo:
-Yo lo tengo.
El anunciante le preguntó:
-¿Es tuyo?
-Sí. Completamente.
-¿Lo vendes?
-No sé. ¿Por qué?
-Porque quiero tenerlo.
-Ah. ¿De verdad?
-Sí.
-Mentí. No es mío.
-¿Entonces de quién?
-De mi padre.
-Pues pregúntale si lo vende.
-No, no puedo.
-¿Por qué no?
-Porque… porque está muerto.
-Ah, ya entendí. Lo siento. No sabía.
-No hay problema. Está bien.
-Entonces eso te convierte en el dueño. ¿Qué dices? ¿Me lo vendes?
-No lo sé. ¿Cuánto me pagarías?
-La verdad es que yo tampoco lo sé. Pero estaría dispuesto a pagarte la cantidad que sea necesaria para poder tenerlo.
-¿De verdad?
-Sí.
-¿Por qué?
-Porque es un ejemplar que ya no existe. Créeme que lo he buscado por cielo, mar y tierra.
-¿De verdad?
-Sí.
Sentado frente a la pantalla, Lovbuk empezó a pensar… Luego escribió:
-Entonces… -Sus dedos dejaron de teclear-. ¿Estarías dispuesto a pagarme…? No terminó de escribir su pregunta, porque se dio cuenta de que era algo muy difícil de realizar, pero luego supo que tarde o temprano tenía que hacerlo. Así que, con su corazón palpitándole muy fuerte, finalmente se atrevió a escribirla.
-¿Estarías dispuesto a pagarme… dos mil dólares?
-¡¿Dos mil dólares?! No. Creo que no sería justo.
-¿Por qué? -se atrevió a preguntar, decepcionado-. ¿Es demasiado?
-No, para nada. ¡Es todo lo contrario! Para serte sincero, te diré que ese libro vale más de lo que te puedes imaginar.
-Ah. No me digas. ¿De verdad?
-Sí. De verdad.
-¿Entonces qué?
-Bueno. Lo mejor sería que yo te pague lo que es justo. ¿Qué te parecen un millón de dólares?
-¡¿UN MILLÓN DE DÓLARES?!
-Sí. Leíste bien. ¡UN MILLÓN DE DÓLARES!
El anunciante había escrito la cantidad con letras mayúsculas, como en forma de burla hacia Lovbuk. Parecía ver lo que él estaba sintiendo al otro lado de la pantalla. El escritor, al leer esto, todo lo que sintió fueron ganas de ponerse de pie y salir corriendo para gritar lo que le estaba sucediendo. Estaba tan emocionado que hasta casi se había olvidado de seguir con el chat, es por esto que el anunciante le escribió, y le dijo:
-Hola. ¿Sigues allí?
“Que si sigo aquí” -pensó Lovbuk. ¡Pero cómo se atrevía esta persona a preguntar semejante cosa! A leguas se notaba que él no tenía que arrepentirse cada vez que terminaba de desayunar…
-Sí. Aquí sigo.
-Entonces qué dices. ¿Qué piensas?
-¿Que qué pienso? -repitió la pregunta-. Pienso que con esta cantidad ya no necesito escribir ningún cuento para triunfar.
-¿Qué quieres decir? ¿Eres escritor?
-Más o menos.
-¿Y qué escribes?
-Cosas, muchas cosas…
El chat continuó… Lovbuk vendió el libro que era de su padre, y todo el dinero se lo dio a su madre. Él solamente se había quedado con el uno por ciento, mientras le pagaban por su cuento.
Cuando el comprador del libro vino a buscarlo personalmente a su casa, le pidió a Lovbuk uno de sus cuentos, el cual leyó. Después de terminar de hacerlo no paró de decirle al escritor que era un muy buen cuento, y que si él quería él mismo se lo podía publicar. Lovbuk desde luego que accedió al ofrecimiento. Y mientras le estrechaba la mano a su editor, dos lágrimas se le salieron de sus ojos, al tiempo que se decía: Creo que de ahora en adelante ya nunca más tendré que arrepentirme cada vez que yo termine de desayunar…
LOVBUK FUE MUY FELIZ POR SIEMPRE Y PARA SIEMPRE, AH, Y TAMBIÉN MUY EXITOSO.
FIN.
ANTHONY SMART
Marzo/05/2017 Marzo/11/2017
anthony_s_writertales84@hotmail.com