Javier Peñalosa Castro
Finalmente se anunció con bombo y platillo la reforma educativa prometida por el Enrique Peña Nieto desde su campaña electoral —en aquel lejano 2011—, la cual aparentemente tomó un sexenio en definirse y, a menos de que se dé un comportamiento atípico de los actores políticos, la disponibilidad de recursos y los lastres que se han ido acumulando, luce como una mera utopía.
Hay que reconocer que, a diferencia de lo que ha ocurrido hasta este momento, al menos ahora se enunció una serie de buenas intenciones que al menos hacen pensar en un rumbo general hacia dónde avanzar.
Ciertamente en los cinco ejes en que se sustenta la tan careada reforma son en ocasiones demasiado obvios. Sin embargo, insisto, el hecho de que se reconozca, por ejemplo, que debe privilegiarse el aprendizaje por encima de la memorización, ubicar a la escuela en el centro de la transformación educativa, asegurar la equidad, dar prioridad a la participación de todos los involucrados y fortalecer la formación y el desarrollo de los docentes.
Asimismo, se habla de que la tan cacareada reforma educativa, calificada tanto por Peña Nieto como por Aurelio El Niño Nuño como la más importante de la administración que está entrando de lleno en su ocaso, permitirá mejorar el aprendizaje de materias fundamentales, como la lectura y las matemáticas, en las que salimos tan mal evaluados (ocupamos el lugar 55 entre 70 países evaluados en lectura y el 56 de 70 en matemáticas) en las famosas pruebas PISA, aplicadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), de la que somos un miembro por demás remiso.
Por lo pronto aparentemente quedó atrás el prurito inicial de Nuño y su camarilla de estandarizar al magisterio nacional a partir de ociosas evaluaciones generalizadas que incluso provocaron la represión de manifestaciones de oposición con saldo de muertos, como la de Nochixtlán, Oaxaca. Ahora se habla de capacitar a la planta docente para que esté a tono con esta reforma estructural peñista.
¿De dónde saldrá el dinero?
A muchos analistas parece convencerles la propuesta de Nuño —una expresión del famoso parto de los montes traída al siglo XXI—, sin embargo, nadie atina a explicar de dónde saldrán los recursos. Qué mejor que niños y jóvenes de todo el país mejoren su capacidad de leer y escribir (sobre todo pensando en que habrán de sustituir con el tiempo a la caterva de analfabetos funcionales que pululan por la mayoría de las dependencias de gobierno), de hacer cuentas (tan necesarias para que los salarios recuperen su poder adquisitivo, la moneda deje de devaluarse y la inflación se mantenga a raya) y, de acuerdo con las prioridades de esta reforma, a hablar inglés (por más que no sean bienvenidos en la tierra de Trump).
Infortunadamente, ello demanda fuertes inversiones para el remozamiento de los planteles educativos, la adquisición de materiales didácticos y la actualización de la tecnología requerida para que los estudiantes tengan acceso al conocimiento que se brinda a través de Internet, a través de programas de educación en línea y diversas fuentes de consulta, entre otros rubros sobresalientes.
Asimismo, debe realizarse una importante inversión en el rubro de actualización y mejoramiento del magisterio, así como para mejorar las retribuciones que reciben los trabajadores de la educación, que no son precisamente justas en proporción con la responsabilidad que tienen y el esfuerzo requerido para su formación y el proceso de educación permanente en el que deben estar inmersos.
¿Qué sigue?
Ciertamente “Roma no se hizo en un día”. Sin embargo, de acuerdo con los usos y costumbres de la política mexicana, el presidente en turno dispone de seis años para impulsar los cambios que se proponga introducir.
Pretender que éstos de den en un plazo más largo, por decreto, y al final de un sexenio, parece condenar iniciativas de este tipo al fracaso.
Para decirlo “con peras y manzanas”, el próximo ciclo escolar iniciará a finales de agosto de 2017, y será el único que verá completo el actual gobierno. Si a ello le sumamos que no se previó una ampliación presupuestal para la implantación de la multicitada reforma ésta, simple y sencillamente, quedará en buenas intenciones, que no es precisamente lo que necesitan nuestros estudiantes.
A lo más que pueden aspirar quienes esbozaron esta reforma es a que algunos de sus planteamientos sean recogidos por el gobierno que sustituirá al de Peña Nieto que, por todo lo que se percibe, provendrá de un partido distinto del PRI.
Por lo pronto, lo que se puede esperar es que se introduzcan algunos cambios meramente cosméticos al sistema educativo nacional, para tener algo que presumir en el marco de las campañas presidenciales de 2018, y que la verdadera transformación que se requiere en los campos de la educación y el desarrollo tecnológico siga siendo una asignatura pendiente para el País, en tanto que, al menos en el papel, finalmente se tiene “la reforma más importante del sexenio”; esa que tanto se cacareó.