CUENTO
Había una vez un joven que era muy guapo. Todas las muchachas se enamoraban de él cuando lo miraban de lejos, pero cuando se le acercaban todas se desilusionaban, porque encontraban que tenía un defecto.
“¡Ay, no!”, parecían pensar, cuando miraban las piernas del joven guapo-. “¡Pero si de lejos parecía tan perfecto!”. -Todas ponían cara de estar arrepentidas, como si hubiesen hecho algo malo.
El joven manco se daba cuenta cada vez que otra muchacha volvía a repetir las mismas cosas. Entonces se ponía muy triste.
-Ninguna joven me querrá nunca por mi defecto -decía, desconsolado. Luego agachaba la cabeza y trataba de ocultar lo que estaba sintiendo.
Con el pasar del tiempo, cuando se dio cuenta de que ninguna persona lo querría jamás como amigo, supo que siempre estaría solo. Al no tener nadie a quien hablarle, empezó a hablarle a las verduras que vendía…
El joven tenía un negocio en el mercado donde vivía. Todas las mañanas se levantaba muy temprano para ir a montar su puesto, el cual consistía en dos mesas grandes y una pequeña. Luego sacaba todas las verduras de sus huacales y se ponía a colocarlas de manera muy pulcra y ordenada.
Todo era siempre la misma rutina. Las verduras grandes siempre eran las primeras que el joven colocaba sobre las dos mesas grandes. Todo lo demás, incluyendo a los chiles pequeños, era puesto sobre la mesa pequeña.
Él nunca se había dado cuenta de cómo actuaba, a pesar de que un día alguien le hizo pensar mucho al respecto.
Había sucedido una mañana en que una señora, mientras miraba sus productos, le dijo:
-¡Pero qué chistoso es todo esto, la manera en que usted tiene situada a sus verduras…! -Luego apuntó a los chiles pequeños y se rio. Entonces dijo-: Lo más chistoso son esos chilitos. ¡Son tan pequeños! No creo que nadie los quiere comprar. En cambio esos grandes… Veo que usted no es nada tonto. ¡Tiene mucha ocurrencia para mostrar sus productos…!
La señora compró un kilo de tomates. Había escogido los más grandes. Cuando luego se fue, el joven se quedó pensando: “¿Qué querrá haber querido decir con todo eso…?
Cuando ese día su venta terminó y cuando se fue a casa, después de acostarse y dormirse empezó a soñar. En su sueño unos chiles pequeños le hablaron y le dijeron esto y lo otro. Todo había sido una especie de reclamo, en donde ellos lo culpaban a él por sus destinos.
A la mañana siguiente, mientras el joven manco desayunaba, no paró de pensar en el sueño que había tenido. Y por más que se esforzó por descifrar todo aquello, no lo logró. No imaginó que una compradora le haría comprenderlo todo.
El vendedor de verduras se encontraba ya instalado en su puesto cuando la muchacha se le acercó para mirar sus productos. Cuando la miró suspiró, porque era bellísima. Entonces ella levantó la cara y le dijo:
-¡Estas verduras se parecen mucho al que los vende! De lejos parecen perfectas, pero cuando uno las mira de cerca les encuentra defectos. Estos chiles, por ejemplo -continúo diciendo-, cuando yo estaba a cuatro metros de distancia me parecieron grandes, pero ahora que los he mirado de cerca… -Ella no terminó de hablar, sino que sólo se rio de manera burlona. Pero el manco lo había entendido todo. Supo que los chiles pequeños se parecían mucho a él; nadie los quería. Entonces se puso furioso y se levantó de su silla. Acto seguido empezó a revolver todas sus verduras.
Desde ese día él nunca más volvió a hacer distinciones entre sus productos. Porque se había dado cuenta de que hasta en las verduras existía discriminación. Y él jamás lo volvería a hacer: separar a los chiles pequeños de los grandes.
FIN.
ANTHONY SMART
Marzo/22/2017