* Lo cierto es que nuestros problemas -que sí tienen solución- han crecido en la misma medida en que disminuye la eficacia de la institución presidencial. ¿Cómo lo resolverán en esta ocasión?
Gregorio Ortega Molina
No han comprendido que las naciones padecen de idéntico proceso de descomposición que el cuerpo humano. A otro ritmo, con diferentes, pero también fatales consecuencias.
Si los familiares de un enfermo terminal toman la decisión de hacer uso de los procedimientos de resucitación y mantener a su ser querido vivo a fuerzas, lo único que logran es alargar la agonía y, en muchos casos, la pudrición.
El presidencialismo, institución que fue eficaz y contribuyó con éxito al desarrollo que México ha logrado, está tocado de muerte, pero los administradores del sistema político se niegan aceptar la realidad, rechazan la necesidad de hacer una profunda reforma del Estado, con la idea de que lo que deba funcionar, funcione.
En su ensayo Testamento, Henning Mankell anota: “Las civilizaciones no dejan testamento. Eso sólo lo hacen los hombres. Ni los mayas, ni los incas, ni los faraones de Egipto ni el Imperio Romano sucumbieron a un único suceso como una colisión entre varios vehículos o la erupción de un volcán. La ruina se fue materializando poco a poco y la negaron hasta el último instante. Una civilización tan avanzada como la suya no podía sucumbir, sencillamente. Los dioses lo garantizaban. Si les hacían sacrificios y se atenían a los consejos y las exigencias de los sacerdotes o los chamanes (¿los políticos?), su civilización existiría para siempre. Se asentaba en la eternidad y sólo sufriría cambios muy lentos, sin llegar a envejecer”.
El presidencialismo mexicano carece de contrato de eternidad garantizado por alguna deidad, oscura o resplandeciente; tampoco tiene fórmulas mágicas para resolver los enormes problemas que hoy, como institución, se ve incapacitada para darles cauce y buscarles solución.
Temo que las dificultades que aparecerán como consecuencia del resultado electoral del próximo año, nos darán la verdadera dimensión de los problemas que enfrenta el presidencialismo para su supervivencia; se lesionará la vida “democrática” que se ha obtenido con enormes sacrificios y resolviendo enormes desavenencias.
Si durante la época del Grupo San Ángel se habló y escribió hasta la saciedad de un choque de trenes que no ocurrió, fue gracias a la pericia que todavía tenían los operadores del sistema político, y a la fuerza y prestigio que conservaba el presidencialismo como institución. ¿Está hoy tan vigorosa y con tanto poder como hace 20 años?
Lo cierto es que nuestros problemas -que sí tienen solución- han crecido en la misma medida en que disminuye la eficacia de la institución presidencial. ¿Cómo lo resolverán en esta ocasión?
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