Javier Peñalosa Castro
Hace algunos meses hablábamos de la tradición de México de ir a contracorriente de lo que ocurre en el mundo y, en particular, en la región latinoamericana. Así, cuando Argentina, Brasil y Chile, entre otras naciones, tenían gobiernos surgidos de la oposición de izquierda, aquí optamos por llevar al poder a la derecha, encarnada en el PAN, y la toleramos durante 12 años, para posteriormente volver al viejo PRI, que hizo creer a un buen número de electores que tendría redención
Tal vez algunos hayan pensado que doce años de retiro y meditación podían haber servido para que ese añejo partido se alineara con la realidad del siglo XXI, que formara una “cantera” de políticos, como ocurre con los mejores equipos de futbol (y algunos partidos, que van formando a sus cuadros en el arte de la política), y que evolucionara para estar más cerca de los ciudadanos rasos, que son los que, ya sea mediante engaños y componendas o por auténtica convicción, llevan a los políticos al poder a través de su voto.
Lo ocurrido en Venezuela es un caso atípico. En aquel país, Hugo Chávez intentó un golpe militar, y terminó por desistir, sólo para ganar el apoyo popular en las urnas. Su nacionalismo a ultranza y su preocupación por los pobres le valieron el respaldo genuino del pueblo, que complementó con la buena suerte que implicó una época prolongada de altos precios del petróleo y el apoyo que ello le granjeó por parte de algunos aliados.
Sin embargo, el delfín de Chávez, que en nada hace honor a su apellido, ha pretendido medrar a la sombra de su antecesor e instalarse en la negación de la realidad. Cierto es que las intentonas de conspiración por parte de diversos líderes de la derecha apoyados por los grandes capitales y por el gobierno estadounidense son evidentes. Sin embargo, Nicolás Maduro no ha logrado asumir el pleno manejo del gobierno, y bajo su presidencia se han agudizado las carencias de la población y se ha gestado una ola de auténtico descontento que pretende controlar a golpe de declaraciones incendiarias, medidas desesperadas y, lo último, la disolución del poder legislativo.
El desenlace es aún incierto. Sin embargo, todo parece indicar que Maduro terminará por caer y que en su lugar se instalará Hugo Capriles, preso político y eterno aspirante a la Presidencia o alguna otra figura de la iniciativa privada o la derecha.
Durante estos años, Brasil y Argentina viraron a la derecha, Chile volvió al socialismo, y en Uruguay se mantuvo en el poder la izquierda, luego del ejemplar gobierno de José Mujica.
En México no fue suficiente la “docena trágica” protagonizada por Vicente Fox, que llegó a Los Pinos porque supo aprovechar el hartazgo ciudadano, aunque jamás dio muestras de tener aptitudes para gobernar, y el mínimo Felipe Calderón, que fue entronizado por el propio Fox contra viento y marea, y apelando a cuanta triquiñuela le sugirieron, sin el menor asomo de pudor o apego a un marco mínimo de valores éticos.
Pese a la decepcionante experiencia de los gobiernos panistas, los electores mexicanos no escarmentaron; al son del refrán que dice “vale más malo por conocido que bueno por conocer”, y con la ayuda de las trapacerías clásicas del más añejo priismo, la gente decidió conceder a ese partido y a su candidato, Enrique Peña Nieto, el beneficio de la duda, en parte por las dádivas recibidas, en parte por la esperanza de asistir a un cambio que se tradujera en bienestar y estabilidad económica y política.
Sin embargo, casi en el cierre de su sexenio, sumamente escasos son los beneficios recibidos por el grueso de la población, que ha visto cómo menudean los escándalos de corrupción, luego de que se dejara a los gobernadores endeudarse sin medida y despacharse con la cuchara grande los recursos del erario. Los actos de latrocinio han sido a tal punto descarados y cínicos que simplemente no hay manera de taparlos. Ante ello, se señala a los corruptos y se los busca aparentemente con ganas de no encontrarlos o bien simplemente se simula hacerlo mientras en realidad se cubren las espaldas a otros beneficiarios de estos enjuagues.
En muchos países del mundo los electores, hartos de la ineficiencia de los políticos liberales, están volteando de nuevo hacia la derecha o hacia nuevos partidos (como los españoles Podemos y Ciudadanos) que pronto han empezado a enseñar el cobre. En Latinoamérica no existe aún una tendencia prevaleciente hacia la derecha, aunque hacia allá se enfilan las cosas.
En México todo indica que la tercera será la vencida para López Obrador. Al parecer, ni las campañas negras, ni los apoyos gubernamentales a sus candidatos lograrán esta vez desbarrancar a quien encabeza las encuestas. Habrá que ver hacia dónde apuntan las cercanas elecciones en el Estado de México, en las que funcionarios del gobierno federal de todos los sectores han llevado a cabo actividades de toda laya con claros tintes proselitistas. Si el apoyo de todo el aparato logra hacer ganar a Alfredo del Mazo, el PRI tendrá alguna posibilidad en 2018. Si no, ya puede irse despidiendo del poder de nueva cuenta.