* El cambio está anunciado, claro que puede ocurrir que decidan alargar la agonía y pudrición de un modelo político y de desarrollo que se quedó sin voluntad y sin nación
Gregorio Ortega Molina
El balance de los gobiernos presididos por el PRI es de claroscuros hasta el inicio de las recurrentes crisis económicas, cuando los neoliberales compraron la peregrina idea de que al vender los activos del Estado éste se fortalecía. Hoy, la menguada fuerza del presidencialismo es espejo fiel del resultado de poner en práctica las recetas del Consenso de Washington.
El modelo político dejó de ser parte esencial de la solución de los problemas, porque no tiene cómo ni con qué. De allí que llame la atención el esfuerzo desplegado por el gobierno durante la última convención bancaria, que sirvió de escaparate para satanizar al populismo y lo que no fuera globalización y libre mercado.
Durante los próximos meses y hasta las elecciones presidenciales, el peñato se empeñará en descalificar a los partidos opositores y toda crítica a los resultados de las reformas estructurales y a las Fuerzas Armadas. Asumirán una actitud similar a la de los olvidados comunistas: no hay más ruta que la nuestra.
Insistirán en descarrilar a AMLO por su intemperancia verbal y su imagen de autosatisfacción: dejó de suponer que va a ganar, porque sabe que ya se hizo con la silla del águila. Así de sencillo. Al menos así lo piensa y lo asume él desde hace algunos meses.
La pregunta que se formularán los electores indecisos, aquellos que con su voto pueden darle el triunfo a cualquiera de los partidos, será la que determine si es necesario más PRI.
Las estadísticas de seguridad, violencia, pérdida de empleos, crecimiento económico, inversión extranjera directa, negociación favorable, o no, con EEUU; la posibilidad de preservación del poder adquisitivo del peso, el castigo a los corruptos y los corruptores y la disminución real de los niveles de impunidad, son las que determinarán si para iniciar la solución de los problemas nacionales México necesita más PRI, o lo que se requiere son modificaciones al modelo de desarrollo y una profunda reforma del Estado.
Medito en lo anterior cuando me encuentro, en Arenas movedizas, con la siguiente reflexión de Henning Mankell: “Pensé que los únicos relatos verdaderamente importantes trataban de rupturas. De la ruptura de personas, de la ruptura de sociedades enteras, a través de revoluciones o de catástrofes naturales. Escribir, me dije, era iluminar con la linterna los rincones en penumbra y, en la medida de mis posibilidades, desvelar lo que otros trataban de esconder”.
El cambio está anunciado, claro que puede ocurrir que decidan alargar la agonía y pudrición de un modelo político y de desarrollo que se quedó sin voluntad y sin nación.
*La Semana Mayor es de días de guardar. Dejo descansar a los lectores. Nos reencontramos el lunes 17 de abril.
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