Javier Peñalosa Castro
Aun cuando son proverbiales la torpeza política y la ignorancia inherentes al nuevo presidente de Estados Unidos y a la inmensa mayoría de sus colaboradores, resulta inaudito que el secretario de Seguridad Nacional de aquel país, John Kelly, se haya atrevido a decir que el triunfo de un candidato izquierdista en las elecciones presidenciales de México, en 2018, “no sería bueno para Estados Unidos ni para México”.
Tal fue la reacción de malestar y rechazo, que el poco nacionalista secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, tuvo que salir “al quite” y pedir “de manera respetuosa, pero muy clara”, al injerencista secuaz de Trump, que “las decisiones electorales, la selección de autoridades en México, corresponde sólo a los mexicanos”.
Más que “respetuosa”, la respuesta oficial del gobierno mexicano al flagrante acto de intromisión de una nación extranjera, parece un tibio ruego, como con ganas de encontrar oídos sordos en su interlocutor, con quien, según han admitido ambos, comparte tantas coincidencias.
Ahora resulta que el lema de la campaña negra aquella desatada por Fox y su camarilla en contra de López Obrador, a quien acusaban de ser “un peligro para México” se ha actualizado, y que ahora tal riesgo amenaza a Estados Unidos.
Luego de ver la facilidad con la que Donald Trump bombardeó Siria en represalia a un ataque con armas químicas contra la población civil de aquel país, que se dio en un marco de confusión y del que aún no se tiene claridad en cuanto a quiénes lo perpetraron, no resultaría descabellado pensar en la intromisión, tanto encubierta como franca de Trump y su cohorte para tratar de imponer a un candidato a modo que garantice la continuidad del entorno de sujeción y abuso que ha marcado la relación entre México y Estados Unidos en tiempos recientes.
Por supuesto, tienen claro que el dirigente de Morena no sería dócil ni entreguista; que buscaría una relación entre iguales y que no toleraría exabruptos, actos discriminatorios ni abusos.
Por lo pronto, las declaraciones injerencistas del responsable de la seguridad nacional, aquel que tiene a su cargo conjurar los ataques de paranoia de Trump y de sus principales aliados dentro de la rancia derecha estadounidense agrupada en el Partido Republicano, parecen dar armas a quienes han hecho de la calumnia y la diatriba su argumento para vencer al más popular de los candidatos, quien por este hecho ha recibido también el sambenito de populista, al que tanta carga negativa han conferido a lo largo de los últimos años los gobiernos del PRI y del PAN que, por otra parte, han estado tan acostumbrados al reparto de subsidios y dádivas para intentar –y con frecuencia lograrlo— comprar el voto popular.
Antes, funcionarios federales de toda laya intentaron, sin éxito, enfrentar a López Obrador con el Ejército, buena parte de cuyos miembros han aportado el “voto duro” a su causa durante los dos últimos comicios presidenciales.
Por lo pronto, las campañas por el gobierno del Estado de México parecen ser un anticipo de lo que vendrá en 2018. Ahí el PAN intenta zancadillear a la candidata de Morena, la honrada maestra texcocana Delfina Gómez, con acusaciones fabricadas de todo tipo y con ocurrencias —marcadas por un humor francamente capulinesco— por parte del jefe de campaña de Margarita Zavala.
Por su parte, el candidato del presidente Peña Nieto, su primo, Alfredo del Mazo tercero, ha contado con la visita de los principales funcionarios del gobierno federal, quienes han inaugurado obras, distribuido apoyos a diestra y siniestra, que algunos especialistas estiman, hasta el momento, en 500 millones de pesos y prodigado promesas.
El PAN tampoco ha reparado en gastos para promover a Josefina Vázquez Mota, a quien los priistas también temen. Por eso, han filtrado datos sobre los donativos que ha recibido del Gobierno una sociedad civil a la que pertenece y las investigaciones de la PGR hacia su padre y seis de los hermanos Vázquez Mota por sospecha de participación en acciones de lavado de dinero.
Conforme se acerque el cierre de las campañas —hacia finales de mayo— atestiguaremos un mayor número de desfiguros, acusaciones, señalamientos gratuitos e intentos de difamación que, por más que se llegaran a castigar (cosa poco probable en el entorno actual), las sanciones llegarían “a toro pasado” y no cambiarían el resultado de la elección.
Todo apunta a que la elección en tierras mexiquenses, con todo y las prácticas criticables que hemos mencionado, se decidirá entre los tres principales candidatos, y que, salvo alguna sorpresa, estará marcada por las impugnaciones y las descalificaciones, especialmente si gana la candidata de Morena.
Al cierre de ese proceso iniciará de lleno la carrera por la Presidencia, para lo cual habrá que estar bien pertrechados para no recibir salpicaduras provenientes del baño de lodo en que habrá de convertirse.