Joel Hernández Santiago
Por estos días estamos más para la trivia que para la profunda. Son ‘Días de Guardar’ y también son de holgura, descanso, vacaciones y devoción. Todo junto en unas cuantas horas y, por lo mismo, no se trata de ser aguafiestas y poner cara de pambazo por todo lo que pasa y todo lo que ocurre. Mejor sonreír que, al fin y al cabo, “la vida no es muy seria en sus cosas” nos dijo Rulfo.
Como sin proponérselo, desde hace tiempo como que México y lo mexicano se han puesto en la mesa de las disecciones, fuera de México.
Desde mayo de 2015 comenzaron las patadas bajo la mesa cuando el entonces aspirante a presidente republicano de Estados Unidos, Donald J. Trump, comenzó a lanzar piedras a nuestro tejado mientras decía que los trabajadores mexicanos que llegan a EUA son violadores, criminales, sucios, feos, grasientos y muy peligrosos y, por lo mismo –dijo- ‘si llego a ser presidente haré que se les expulse y construiré un muro a lo largo de toda la frontera con México para evitar que pasen a hacer daño a los americanos (aunque los mexicanos también somos americanos).
El tema se volvió eje central de su campaña. Y sus seguidores aplaudían su dicho porque en su mayoría son clase media y de viejo cuño que creen que lo que es de los estadounidenses es de ellos y nada más y que, por lo mismo, los migrantes del sur –principalmente los mexicanos– son un veneno letal que le resta fuerza a su economía, su seguridad social y pública.
Así que México y los mexicanos comenzaron a ser objeto de campaña política y de pretexto para atraer votantes ultraderecha, inseguros y obscurecidos por la blancura de su piel. De todos modos esta fuerza no era suficiente para hacer presidente a Trump, por lo que éste “se ayudó” de su socio ruso Vladimir Putin quien, según se presume, metió la cuchara para descalificar a Hillary Clinton y al Partido Demócrata. Eso se está investigando.
Hoy los mexicanos que están allá viven en riesgo. Gente de trabajo y estudio que ha contribuido a la economía de Estados Unidos como también a la mexicana. Sus remesas son de tal grado una solución que sustituyen responsabilidades de gobierno en el desarrollo social.
Y luego, como para la chunga, aparece de pronto un señor que se dice presidente de la Radio y Televisión Española (RTVE), José Antonio Sánchez, quien a la firma de un convenio con la Casa de América, el 5 de abril juró y perjuró en Madrid que ‘España nunca fue colonizadora. Fue evangelizadora y civilizadora’ y que ‘los pueblos bárbaros, cuando han transitado desde la orilla de la esclavitud hasta la ribera de la libertad lo han hecho tras ser civilizados’. Vaya pues.
Y aquí la cereza de su ignorancia resplandeciente: “Lamentar la desaparición del Imperio Azteca es como mostrar pesar por la derrota de los nazis en la II Guerra Mundial”. Qué tal. ¿Así o más bochornoso? Pobre hombre este. Y lo peor, es que dirige la RTVE, que llega a toda América Latina, que es decir, a los bárbaros evangelizados y destazados…
Y, bueno, ya que estamos de descanso, digamos que lo más reciente es el letrerito callejero de un café-bar en el Boulevard España, de Pocitos, en Montevideo, Uruguay. Ahí, además de anunciar almuerzos baratos se agregaba “No se admiten perros ni mexicanos”. Vaya pues. Los dueños del local, gringos por lo que se sabe, y seguramente republicanos en el exilio, se sirvieron con la cuchara grande para extender su decálogo racista mundial.
La embajada de México en Uruguay hizo el reclamo correspondiente; la autoridad de Montevideo regañó a los dueños diciéndoles que ‘vulneraban la ley por conducta discriminatoria’. Ellos dicen que la frase es una broma y que proviene de la película “The Hateful eight” de Quentin Tarantino.
De hecho esta frase es del siglo XIX y se utilizaba en las puertas de acceso de locales de paso a lo largo de las carreteras estadounidenses que conducían a México: “No dogs and mexicans allowed”. Esto ya lo he relatado en las experiencias de Renato Leduc en su viaje hacia México con Leonora Carrington y, bueno, también es cierto que los uruguayos, todos, o casi, son cordiales con México y con su gente, lo cual es recíproco e histórico…
En fin, que ese es el color de algunos cristales con los que se nos mira allá afuera. ¿Importa? ¿No importa? Si importa, porque tiene que ver con el presente y el futuro de muchos mexicanos en tierra ajena y a los que hay que defender con uñas y dientes porque son lo nuestro y son nuestros, y que su peregrinaje tiene las mismas razones de muchos otros: la subsistencia y la dignidad del trabajo.