SEGUNDA PARTE
-Gracias por regalarme estos instantes tan hermosos -le susurró el dueño al joven.
-No. ¡El que tiene que agradecerle soy yo! -le contestó éste, de igual manera.
-¿Te gustó? -le preguntó el señor.
-¡Me encantó! –éste le respondió. Luego le dijo-: ¡A su edad… estuvo usted increíble!…
Los amantes seguían sobre el piso, y sus cuerpos les había empezado a doler, pero no por el esfuerzo hecho, sino por estar en ese espacio muy reducido. Solamente ellos sabían cómo es que habían logrado hacer tantas maromas en un espacio así. Porque aunque el cuerpo del señor era pequeño, y cabía muy bien ahí, el del joven no.
Después de unos minutos, por fin decidieron ponerse de pie y vestirse…
El dueño de la tienda se sentía como nuevo, ¡se sentía rejuvenecido!, y no podía salir de su asombro. Parado detrás de su mostrador, no hacía más que preguntarse si todo aquello que le había sucedido hace unos instantes era verdad. Su joven aventura ya se había marchado, y no sabía si todo eso se repetiría. ¡Cuánto lo deseaba!, pero no se había atrevido a preguntarle al joven si lo volvería a ver. Pensó que era lo mejor, porque todo eso, al final, solamente había sido un encuentro furtivo. Y eso había sido todo, sexo sin compromiso.
Meditando en todo esto se empezó a sentir tonto y ridículo. A su edad, no podía entenderlo. Toda su vida se la había pasado ocultando su verdadera preferencia sexual, y ahora sentía mucho dolor al verlo todo de manera clara.
“¡Qué bruto he sido!”, exclamó para sus adentros, mientras se esforzaba en no evocar todos esos añosperdidos.
“¿Por qué así? ¿Por qué nosotros los seres humanos nos complicamos tanto nuestras existencias?”, se preguntó. Pero ya era demasiado tarde. Él nunca podría recuperar todo ese tiempo perdido, ni ahora ni nunca.
De repente su felicidad fue eclipsada por la aflicción. Él se empezó a sentir desgraciado, ¡muy desgraciado! La razón de todo esto fue que se empezó a dar cuenta de todo lo que había tenido que hacer y soportar para taparle el ojo al macho.
Él se había tenido que casar para ocultar las apariencias. Luego había venido la peor parte: había tenido hijos con una persona a la cual jamás quiso de verdad. ¡Sí que era un desgraciado entonces! Cuando el tiempo fue pasando, y cuando sus hijos fueron creciendo, se empezó a dar cuenta de su tortura. Sus hijos no lo querían a él, y él a ellos tampoco, pero ya no había nada que se pudiese hacer, excepto que aprender, o esforzarse a aprender, a jugar a la casita.
Mami, papi y los niños; ¡qué familia! Por suerte que su esposa no había resultado ser una cursi o emocional, sino que todo lo contrario. Ella eran tan fría como un pedazo de hielo, y esto había hecho un poco más sobre llevadero la situación de él. Su esposa nunca demandaba su amor o su atención, ni elsuyo ni el de sus tres hijos. Ella solamente vivía para la moda y para todo aquello que llevase implícito la frivolidad.
Su familia no era rica, en lo absoluto, pero tenían lo suficiente como para darse uno que otro lujo: comidas en restaurantes, viajes al extranjero una vez al año, etcétera; pero él nunca participaba en todas estas cosas.
-¡Alguien tiene que pagar por todo eso! -esta es la respuesta que él siempre le espetaba a su esposa.
Ni él ni ella sospechaban de sus fingimientos cuando intentaban demostrarse interés mutuo.
-¡Por una vez en tu vida! ¿No podrías cerrar por unos días? -le preguntaba ella. Luego añadía-: El viaje solamente durará una semana.
-¡Ya te lo he dicho! -replicaba él con el tono un poco alterado-. ¡Alguien tiene que trabajar!
-¡Está bien! ¡Como tú quieras! -terminaba por responderle ella, con fingimiento muy bien actuado.
Cuando su esposa y sus hijos se iban, y él se quedaba solo en casa, enseguida se empezaba a sentir libre de verdad. Durante el tiempo que ellos se ausentaban, a veces, cuando se fastidiaba, decidía no ir a abrir su tienda. Total que se lo merecía.
Sus horas libres los empleaba en ir a bares gay, los cuales quedaban hasta lo más lejos posible de la ciudad. Para este entonces él tenía cuarenta años, ¡cuarenta años!, y sabía muy bien que jamás se atrevería a nada. Porque se lo había prohibido así mismo. Después de todo él ya había aprendido a reprimir todos sus deseos de manera casi total.
Su estancia en estos lugares “prohibidos” siempre los hacía con mucho temor, y siempre llevaba puesto lentes oscuros, por si acaso. Después de pasar un rato en un sitio así empezaba a sentirse asqueado. Porque se daba cuenta de que esto nada tenía que ver con lo que él buscaba o quería: un sitio tranquilo, un sitio donde oliese bien, un sitio donde pudiese seguir teniendo su privacidad. Y en todos estos antros no los había.
Después de uno o dos años él terminó por cansarse de frecuentar estos lugares, luego enseguida hizo todo lo posible por olvidarse de su yo verdadero. También había intentado enterrar lo más hondo posible todos y cada uno de sus deseos. Porque se había dado cuenta de que era un cobarde. ¡Jamás se atrevería a nada! ¡Jamás se atrevería a interceptar a nadie!, si es que la persona en cuestión le despertaba sentimientos de atracción física. Así que él decidió que lo mejor que podía hacer era dedicarse por completo a su negocio, a estar ahí los trescientos sesenta días del año…
CONTINUARÁ…