La Real Academia Española define quebranto en uno de sus apéndices como descaecimiento, desaliento, falta de fuerza.
El quebranto que como individuos padecemos, a imagen de una enfermedad crónica, es resultado de un ambiente preconcebido de comodidad y sumisión, de supuestas necesidades satisfechas, de anhelos concensuados, moral fingida, escalas sociales y conveniente indolencia ante la impunidad, provocando que la gran mayoría de individuos se acostumbren a una vida de frustración, precariedad y resignación sólo soportable por la ilusión de una futura y etérea recompensa, incluso promesas heredadas a generaciones futuras.
La ilusión de un dios benevolente y justo, de un trabajo prometedor y redituable, de una convivencia cordial para nuestros seres queridos, de una condición social en asenso, de una justicia integral y igualitaria, pero en la certeza esquiva de que ya no es posible obtener más porque cualquier otra merced, sabemos de antemano, es demasiado pedir, la impotencia y resignación ante un mundo donde la explotación y ambición de los pocos quienes ostentan el poder nos ha quebrantado.
La idea efímera de rebelarse ante ello es en si desproporcionada bajo el inconsciente quebranto de nuestra voluntad, y el temor, ese temor pasivo y frío que de igual modo es fruto del asombroso quebranto de nuestro natural instinto de supervivencia.
Parafraseando a Edward Paul Abbey quien sentenciaba -“Cuanto más corrupta una sociedad, más numerosas la leyes”-, es evidente que el despliegue de tantas, tantísimas normas de convivencia y control social ha ido en demérito de nuestra identidad e individualidad, no preguntamos más, no analizamos más, no criticamos más, no opinamos más, no defendemos más, solo vivimos lo mejor que podemos, en el entendido de que es mejor pasar desapercibidos y que nuestro único placer radica en cumplir con fatuas exigencias sociales dictadas bajo el régimen de ese mismo grupo que nos ha quebrantado y que en el mejor de los casos siempre nos adjudica un liderazgo disfrazado a quien admirar y contenernos.
Exigencias sociales que siempre ponderan metas hedonistas; cuerpos estilizados, sueños de fama y fortuna, belleza artificial, malinchismo, necesidades creadas, conductas cortesanas y sibaritas, apoteosis de la riqueza económica, y proclividad intelectual que favorece la docilidad, el servilismo y el consumismo.
Metas equivocadas para marginar a cualquier individuo que observe, razone, identifique, analice y actúe en consecuencia, es decir un individuo consciente, metas sociales fatuas por las cuales se lucha estupidamente quebrantando nuestra libertad de pensamiento.
Ya vivimos en un mundo Orweliano, en donde nos vemos, nos sentimos y en la mayoría de los casos estamos vigilados constantemente, amenazados y en terror incesante quebrantando nuestra intimidad.
Vivimos en el paradigma del “establishment”, una sociedad llena de individuos inconscientes que solo desean complacer y agradar a otros igualmente vacuos quebrantado nuestra identidad.
Y todo esto se ha logrado a base de años y años de promesas, sueños, mentiras, pero sobretodo de ignorancia inerte ante discursos atiborrados de justificaciones al igual que de optimismo insustancial que sólo han sido palabras al viento, que nunca se han cumplido ni se cumplirán y que han quebrantado nuestra voz y reclamo.
La cesaréa idea del “divide y vencerás”, puesta en practica de un modo magistral, quebrantado nuestro sentido de cohesión, nuestra naturaleza gregaria que nos vincula sobretodo a nivel familiar (en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ONU 1948, articulo 16 apéndice 3, se consagra al termino “familia” como el elemento natural, fundamental y universal con derecho a la protección de la sociedad y el estado).
Al mismo tiempo la importancia del individuo como esencia de una sociedad, como célula real de una comunidad ha sido desdeñada a base de categorizar a la persona sobre una base económica y racial, despreciando el sentido igualitario pero sobre todo equitativo quebrantando así nuestra real individualidad.
Nuestra dependencia vía la saturación de promesas publicitadas sesgadas y mezquinas de bienestar económico a base de factores y protagonistas externos a nuestra comunidad, a nuestra cultura (aculturación, turismo, exportaciones, importaciones, remesas, migración altamente calificada y de mano de obra barata, etc. …) han debilitado nuestra propio entorno y capacidad de autonomía quebrantando nuestra soberanía e independencia.
Limitar y banalizar la enseñanza de nuestros niños y jóvenes a conveniencia de poderes fácticos que acuerdan con gobernantes títeres la propagación de generaciones de trabajadores dóciles y sumisos, sin la mas mínima capacidad de razonamiento, análisis y critica, quebrantando la rebeldía progresiva del ser humano.
Crear ídolos estériles, modelos huecos, inclinando nuestras aspiraciones hacia la mimetización social quebrantando nuestra creatividad.
Circunscribir la excelencia académica a instituciones de elite en sociedades centralistas para continuar la mascarada de la excelencia y la profesionalización en manos de una oligarquía y apuntalando las cada vez mas insalvables diferencias sociales y económicas, propiciar la fuga de cerebros hacia sociedades periféricas, glorificando a intelectuales orgánicos al servicio del sistema, profundizando la ignorancia colectiva a base de estupidización mediática todo ello quebrantando nuestra capacidad critica y de discernimiento.
Pesonas… grupos que en desprecio absoluto a la responsabilidad que el poder implica lo esgrimen en beneficio personal y ambiciones desmedidas, en la maquiavélica creencia del “fin justifica los medios”. Individuos mismos que se han criado en un entorno de dominio vertical en donde siempre hay alguien por encima de otro y en donde la lucha no es por ascender (puesto que siempre han estado arriba) sino por doblegar, manipular a los de abajo vomitando injusticia como bestias bulímicas. Una clase social dominante que con su lacerante ostentación de frivolidad y privilegios adormece su entorno quebrantando el verdadero sentido de la vida.
Un entorno social hipócrita, estúpido que admira a quienes son artífices de la desigualdad social, la precariedad e ignorancia, la discriminación y que de manera retorcida les enaltece por su fingida humanidad, filantropía y pseudocultura. Individuos miserables y protagónicos que aprovechan las necesidades de otros para fingidamente conceder una limosna siendo glorificados por su falaz humanidad quebrantando el significado de humildad y modestia.
Que tan mal se desarrolla nuestra actual sociedad que la misma fe, la esperanza, se ha quebrantado, la verdadera fe, la fe en uno mismo, y no la mal entendida fe en algo o en alguien que de existir no merece tal crédito puesto que no ha hecho nada por impartir justicia o resarcir a quienes mas justicia merecen profesándole amor, ¡o temor! (sean pudientes o menesterosos), y aceptando de falsos vicarios supuestas compensaciones divinas a cambio de obediencia, resignación, sumisión y manutención en aras de soportar con resignación la explotación cotidiana de los poderosos con los cuales comparten poder quebrantando nuestra libertad espiritual.
Nuestro camino está errado cuando no damos cuenta de lo irónico, mas no casual, del hecho por el cual nuestros gobiernos represores celebran con fanfarrias, bombos y platillos los actos históricos originados del descontento, la injusticia, la desigualdad y la rebeldía, mientras nos sujeten por la fuerza del poder quebrantando nuestro coraje, nuestro arrojo, nuestra valentía.
Nos hemos vuelto pacifistas a fuerza de mansedumbre, terror e impotencia, desfilando interminable e inocentemente con reclamos controlados y clamor apagado exigiendo tímidas dádivas retributivas a nuestros victimarios, que nos desprecian por tal ingenuidad quebrantando nuestro orgullo y dignidad.
Tal vez, atávicamente estamos condenados a aceptar la derrota ante un poder superior, pero aún así se ha luchado en contra de la fatalidad, la historia nos muestra que poco o nada han cambiado las cosas, que seguimos sumidos en el mismo derrotero, que nuestras luchas han sido violentas, trágicas, y en gran medida pueriles, que no hemos sido consecuentes con ese esfuerzo, que hemos permitido ¡una y otra vez! que la semilla de la ambición y los excesos germinen nuevamente entre quienes continúan detentando ese poder opresor que nunca ha sido aniquilado.
El problema no ha sido el desconocimiento de la historia, ni siquiera es el desconocimiento del entorno, sino el no saber que hacer con este conocimiento. La famosa frase de Nicolás Avellaneda “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”, podría ser fortalecida por un análisis consecuente, pero la historia se usa para manipular, adoctrinar a los individuos, para estigmatizar y despreciar actos como la violencia y la rendición de cuentas sin cuestionar nada quebrantando la curiosidad innata.
Una sociedad domesticada es, ha sido y seguirá siendo el bastión principal de la depredación del hombre por el hombre quebrantando el sentido de civilidad.
Quebrantando el espíritu, subyugándolo ante el propio ego acomodaticio y conveniente de un individuo que ya no tiene voluntad ni libertad de elección u opinión mucho menos acción. El anquilosamiento del espíritu o incluso la amputación del espíritu y que deberíamos entender como el máximo crimen.
Cualquier animal salvaje en cautiverio sufre inequívocamente un quebranto, un quebranto a su instinto y naturaleza, un quebranto en su ser y espíritu (creencias muy arraigadas en culturas del norte y centroamérica precolombinas así como culturas orientales), ¿porqué no habríamos de padecer nosotros un quebranto igual de ser sometidos?… Esa es la finalidad de la reclusión forzada, domesticar y someter a la voluntad de otro.
Y a todo ello nos hemos visto sometidos día a día por cientos de años, a una programada y bien estructurada serie de quebrantos que pocos han logrado combatir, entre tanto los más han sucumbido, aquellos que se han adaptado, sometido y permitido estos quebrantos por convivencia o supuesta “supervivencia” (mal entendida conveniencia) solo son humanos de granja, domesticables, copartícipes y facilitadores.
Quienes han luchado por su libertad e ideales sin condición, sin miedo, sin arrepentimiento, sin concesiones, son dignos portadores de su espíritu enarbolando alto el estandarte de la libertad y consciencia, porque su ego es y será insignificante ante su real naturaleza, su alma.
Una sociedad domesticada no es una sociedad igualitaria, ni equitativa, ni justa, un humano domesticado no es un hombre (sin entrar en polémicas de genero), es un autómata servil, quebrantando su perfección.
Desde de la infancia nos enseñan a temer, a obedecer, a servir, a idolatrar, a tolerar, a callar, a pertenecer, a creer… a presumir. En nuestra juventud nos desvían del camino con promesas de egolatría y falsos arquetipos de éxito social. Como adultos somos ya seres dependientes, temerosos y adoctrinados que sólo desean una vida sin sobresaltos, pacífica y estúpidamente feliz, y como viejos la sabiduría es despreciada, desechada, arrumbada y herrumbrada ante novedosas formas de distracción social… somos ya humanos domesticados, todo patrocinado por un poder absolutista detentado en unas pocas manos que han logrado y celebrado que nosotros mismos nos quebrantemos.
Gozamos de una esclavitud contemporánea y finamente perfeccionada, ya no somos responsabilidad de nuestros amos, somos ganado autogobernado, que no solo redituamos ganancias con nuestro trabajo sino también con nuestra fe, esperanza y ocio, incluso con nuestra miseria y muerte logramos ser objeto de beneficios. No es necesario que nuestros amos nos censuren, somos autocensurables y tampoco que nos castiguen ya que nos autosancionamos. Ni siquiera es necesario que nos oculten de peligrosas ideas libertarias, nosotros mismos nos imponemos reclusión, nos autoregulamos.
El adoctrinamiento tampoco ha sido problema, nosotros participamos activamente de una autoflagelación existencial debido a un supuesto acto pecaminoso de origen inmemorial que como castigo deriva en una predisposición al autosacrificio. Conocimiento e ilustración desde luego no estriban conflicto alguno pues nos hemos vuelto ciegos y sordos, autoconvencidos entes puramente aprovechables con ínfulas de irreal independencia y soberbia que ellos mismos nos inoculan quebrantando nuestro instinto.
Llegamos a ser el ganado domestico perfecto, irónica y falsamente autosuficientes, renovables, emancipados, e incluso alegres y conformes autocomplacientes, lucrativos desde antes de nacer hasta después de muertos, ni al menos nos interesa saber quienes son nuestros amos, solo deseamos servir a su sistema, quebrantando nuestra combatividad ante cualquier opresión.
¿Que nos espera?… no lo se, tal vez alguna generación futura tenga los arrestos y consciencia para terminar de tajo, sin contemplaciones, consecuentemente y sin más ambición que la equidad, justicia social y formación de una verdadera civilización humanista en consecuencia y conclusión a este sistema que nos agobió y domesticó a cuenta de quebrantos… Una futura generación inquebrantable.
-Victor Roccas