* Los gobiernos sólo cuentan con los recursos fiscales -siempre debilitados por las condonaciones, los créditos y las devoluciones, que es la forma de corromper y hacer cómplices a los barones del capital- y ese dinero negro tan denostado, pero tan codiciado por todos, incluso por los cristianos y otras denominaciones religiosas
Gregorio Ortega Molina
Una vez estructurado el corporativismo y en pleno funcionamiento, el PRI se dispuso a gobernar con un modelo político híbrido, porque no fue una dictadura desembozada ni una democracia encubierta.
La paz social mexicana causó asombro a propios y extraños, fue objeto de estudio y tema de conversación entre intelectuales y analistas, porque si bien hubo un milagro económico, las instituciones creadas y administradas por los priistas para mantenerse en el poder, resultaron insuficientes para responder a las exigencias del crecimiento demográfico.
Como en todo modelo económico, de pronto los gobernantes se enfrentaron a una exigente demanda social y económica con insuficiente oferta, a pesar del crecimiento de los activos del Estado. Siempre resulta imposible dejar a todos satisfechos.
El modelo empezó a fisurarse al momento en que los maestros, primero, los ferrocarrileros después, manifestaron su descontento. El Estado se equivocó en las políticas públicas para conjurar el desastre, y procedió a aplicar cataplasmas en lugar de abrir la participación en un juego electoral tangible y comprobable. Ofreció representantes populares de partido, para continuar controlando el valor de los votos.
Después de los ferrocarrileros llegaron los sucesos de Madera, Chihuahua; le siguieron el 68, el 71 y una guerra sucia noticiosamente controlada.
Pronto se dieron cuenta de que la cooptación para corromper y asegurar la pax priista (gracias Héctor Aguilar Camín) resultó insuficiente, e iniciaron el cambio de modelo para corromper: dinero, más y mucho oro para adquirir conciencias y establecer complicidades, sustraído de los recursos fiscales, en primera instancia, y después con los dineros aportados por cualesquiera de las modalidades de la ilegalidad, de los que todos los gobiernos del mundo echan mano para facilitarse la gobernabilidad y realizar las denominadas operaciones encubiertas, entre ellas la compra del voto y el silencio de esa poderosas parte de la sociedad representada por los barones del dinero. O los crímenes de Estado, como ocurre en ese “pulcro” Primer Mundo.
Lo curioso es que el culmen de la corrupción económica inicia con la desincorporación de los activos del Estado, bajo la premisa de que era obeso, le impedía funcionar y ser fuerte, y para agilizarlo y transformarlo en uno poderoso, era necesario someterlo a una dieta, mortal de necesidad.
Hoy, los gobiernos sólo cuentan con los recursos fiscales -siempre debilitados por las condonaciones, los créditos y las devoluciones, que es la forma de corromper y hacer cómplices a los barones del capital- y ese dinero negro tan denostado, pero tan codiciado por todos, incluso por los cristianos y otras denominaciones religiosas.
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