* Gobiernan, sí, porque todavía conservan el uso legítimo y legal de la violencia, aunque se han empeñado en minarlo y desacreditarlo
Gregorio Ortega Molina
En términos del lenguaje las acepciones de corrupción son diversas, pero siempre conducen a la misma imagen, incluso cuando la Biblia la refiere a la pudrición del cuerpo.
Sin embargo, debemos recordar su conceptualización filosófica, porque hoy define a muchos políticos y empresarios. En el Vocabulario técnico y crítico de la filosofía la entrada indica lo siguiente: “Este término se emplea en filosofía para designar el concepto griego de la destrucción opuesto al de producción: acontecimiento por el cual una cosa dejó de ser tal que ya no puede llamársele por el mismo nombre.
“Una traducción más exacta sería destrucción”.
No le demos vueltas, la corrupción en México se ha generalizado de tal manera, y alcanza niveles tan altos en porcentajes y en codicia, que su primera y mayor consecuencia se siente ya en los cimientos legales, jurisdiccionales, cívicos, éticos y morales de las instituciones. Huelen a óxido, deja en el ambiente idéntico aroma al que respiraron quienes atentos se pararon en el umbral de la tumba de Lázaro.
En el ambiente periodístico hay una conseja generalizada: es más fácil hacer un periódico nuevo que resucitar uno muerto. Por el momento sólo Excélsior es la excepción que confirma la regla.
Todo indica que la codicia y la voracidad de muchos políticos y empresarios, ha herido de muerte a varias instituciones que dan vida a la República y contenido a la idea de Estado, entre ellas y señaladamente a los tres Poderes de la Unión.
Jueces y legisladores federales y locales, ejecutivos municipales, estatales y el federal están profundamente heridos en su credibilidad y en la posibilidad de que funcionen con el apoyo de los mexicanos que les dan aliento de vida legal para conducir al país.
Considero que no existe dilema alguno para enfrentar y resolver el problema de la corrupción: es necesaria la reforma del Estado para refundar la República, cuyo espíritu está herido de muerte.
Pero no quieren resolverlo, porque la institución presidencial ejerce poderoso embrujo en los hombres que la codician y son capaces de morir con tal de sentarse en la silla del águila. Están ciertos de que la presidencia imperial puede restaurarse, pero me pregunto, ¿con qué y con quiénes? Esos activos que le confirieron prestigio, presencia y poder económico y fortalecieron su fuerza política dejaron de existir, cuando se decidió su desincorporación, iniciada en 1983.
Los sectores y el corporativismo, que fueron la presencia del PRI en hogares, fábricas, oficinas y calles, hoy es un mal sueño conjurado a favor del outsourcing.
Gobiernan, sí, porque todavía conservan el uso legítimo y legal de la violencia, aunque se han empeñado en minarlo y desacreditarlo.
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