* Los sucesos demuestran qué tan cerca estamos del espejismo y qué tan lejos escuchamos el eco de la promesa de vivir en democracia: guardias comunitarias; cárteles adueñados de buena parte del territorio nacional; número creciente de gobernadores enloquecidos por el poder, que enriquecen sin recato a sus familias y llenan las propias alforjas; mayor recaudación de dinero debida a la extorsión que al pago de impuestos
Gregorio Ortega Molina
La democracia para los mexicanos es como un espejismo, se convierte en el eco de la montaña, se escucha a lo lejos, pero se desconoce su origen y, al final, se apaga.
Carlos Salinas de Gortari, inmediatamente después del mensaje a Raúl Salinas Lozano: “Nos tardamos, pero llegamos”, ofreció a los mexicanos la posibilidad de practicar más y moderna política. Lo que vivimos hoy demuestra que involucionamos. La sociedad es víctima de la partidocracia y la violencia, en ese orden, porque es la primera la que causa más daño y dolor que el número de muertos y desaparecidos, pues en los integrantes de los partidos cae la responsabilidad de poner remedio al caos: deben reformar al Estado.
Luego fue Ernesto Zedillo Ponce de León quien se comprometió a llevar a México a la normalidad democrática. Cuando lo hizo ya había decidido que era momento de la alternancia, sabía que entregaría la silla del águila a un panista, como si el hecho de que un miembro de la oposición como presidente de la República diera al país, por ensalmo, esa democracia que nos permitiría vivir de otra manera: sin el exceso de pobres, muertos y corruptos, todo garantizado por esa hermana de la caridad llamada impunidad.
Sucesos irremediables sin un manotazo en la mesa y sin una profunda reforma del modelo político, nos alejan cotidianamente de esa normalidad democrática anhelada por la sociedad, pero eludida por los políticos, pues en el desorden ellos se llenan las bolsas, mientras la desnutrición crece hasta tener muertes por hambre.
Los sucesos demuestran qué tan cerca estamos del espejismo y qué tan lejos escuchamos el eco de la promesa de vivir en democracia: guardias comunitarias; cárteles adueñados de buena parte del territorio nacional, donde la policía es cómplice y garante del éxito de sus actividades ilícitas; número creciente de gobernadores enloquecidos por el poder, que enriquecen sin recato a sus familias y llenan las propias alforjas para pagar la impunidad; mayor recaudación de dinero debida a la extorsión que al pago de impuestos, lo que indica que la riqueza de los malandros es mayor a la del Estado.
En esa normalidad democrática ofrecida, en ese hacer más y moderna política, los mexicanos inermes y sin armas cívicas, ideológicas y partidistas (porque la mafia del poder se adueñó de los partidos), asistimos al desmantelamiento de un proyecto de nación, sin que nos ofrecieran sustituirlo por otro. De la Revolución Intervenida -Berta Ulloa- nos llevaron de la mano a la corrupción con impunidad garantizada.
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