Ramsés Ancira
Al final de la función especial de la obra La Tequilera, hay un diálogo con las actrices, la dramaturga Ximena Escalante y el director Antonio Serrano. Me pongo de pie y micrófono en mano les agradezco por contarnos este fragmento de la historia de México. Les digo que si hubiera más conocimiento de nuestro país, no tendríamos los gobernantes que tenemos. Detrás de mi hay unos 400 espectadores, percibo que una voz aislada se inconforma. No así los demás.
Salgo del prolegómeno y hago una pregunta concreta a Ximena Escalante acerca de lo que siente como autora al ver en escena un texto transformado en espectáculo multidisciplinario que tiene mucho de telenovela y algo de opera musical trágico. Volvemos entonces de la tragedia nacional, al oasis de la creatividad y la cultura.
Mi acompañante me dice que mi comentario estuvo fuera de lugar, y tengo que concederle la razón, aunque por otra parte me consuela el hecho de que salvo esa voz aislada, ni los otros 416 espectadores ni los casi 70 actores, actrices y técnicos de la producción me lo hayan reprochado.
Por el contrario, se aviva el diálogo entre los que ocupan la escena y las butacas. Ximena Escalante habla de la sorpresa que fue para ella ese ágil montaje que nos lleva por unos 22 años a través de la memoria de México, de 1922 a 1944 cuando Lucha Reyes, cual Janis Joplin ranchera, acaba quitándose la vida con una mezcla de barbitúricos y tequila.
Buena síntesis de la obra, cuando dice en el programa, no de mano, sino electrónico porque ya no estamos para esos lujos de gastar en papel: “durante años aprendió a sobrevivir con sus tres fieles protectores: el alcohol, la música y el hambre. Talentosa y singular, Lucha Reyes es nuestra Édith Piaf o nuestra Bessie Smith, es nuestra representante Rock Star de la canción ranchera, brava, innovadora, feminista y genial”.
Todavía dudando sobre la pertinencia o no de mi comentario, le comento la anécdota a mi hijo Axel, maestro de estudios latinoamericanos. He expresado, le dije, mi convicción de que los asesinatos de periodistas se cometen porque se puede. Porque se nombra a procuradores de la república para reservar investigaciones como las de Oderbrecht, para que la impunidad de los funcionarios quede a salvo y mientras tanto nos quedamos ayunos de funcionarios preparados, de gente capaz de imponer respeto al crimen organizado.
Está bien, me responde, tenemos que aprovechar todos los foros posibles porque estamos en una emergencia nacional.
Cierto, lo estamos. Pienso en que desde hace décadas se suben al metro de la Ciudad de México niños, mujeres y ancianos con unos papelitos que dicen algo como esto “Mire mis pies, somos de una comunidad de la Sierra Norte de Puebla y no tenemos que comer y pedimos una ayuda”.
No lo sé, algo puede haber detrás de esta forma de limosna organizada para que haya perdurado por tantos años. Lo que sí percibo es que con gobiernos de todos los colores y tras varios sexenios, nunca he sabido de un gobernador que haya dicho que se han tomado tales o cuales medidas para acabar con la miseria en los municipios de la Sierra Norte de Puebla.
Luego me llega a la mente el discurso de Lázaro Cárdenas, al expropiar el petróleo en 1938, cuando Lucha Reyes tenía 32 años. Dice el presidente que en ninguna parte donde se explota este recurso hay mosquiteros o campos deportivos. El confort es para los extranjeros y la miseria para los mexicanos.
Entonces vuelvo al siglo XXI y pienso en los ductos de Pemex que pasan por el Estado de Puebla y en la miseria en la que viven los habitantes, tanta que los “tlachicoleros”, una palabra que no sé exactamente qué significa pero que proviene de lenguas indígenas, se han convertido en héroes pues le dan a la población satisfactores que no les da el Estado.
Y me pregunto: si una población tiene hambre mientras debajo de sus pies corre un río de oro líquido y negro, no es más lógico desde el enfoque del materialismo histórico que se lo robe, a que no lo haga. O en otros términos ¿En qué ha beneficiado a esa zona de Puebla el derecho de paso del petróleo? ¿Qué es lo que no ha hecho el Estado para redistribuir la riqueza? ¿Lo mismo que no se hizo en Irak y Siria y que permitió el ascenso del Estado Islámico, como el de aquí los tlachicoleros?
La vida de Lucha Reyes, como la de Violeta Parra tiene como paralelismo a mujeres que se suicidaron porque no pudieron sobreponerse a traumas sicológicos y a la miseria humana que siguió acompañándolas después de superar la miseria material.
Algo así sucede con la Patria Mexicana, seguimos asentados en una de las regiones más ricas del planeta, en agua, recursos naturales, especies biológicas, alimentos nutritivos como el nopal y la espirulina, pescados y amaranto. Cuarto productor mundial de miel, la sustancia con más aminoácidos esenciales; pero más del 50 por ciento de la población mexicana padece hambre y pobreza.
Pero como Lucha Reyes a su botella de tequila, no dejamos la dependencia a los partidos de siempre, a las mayorías legislativas de costumbre que nos dan los resultados de costumbre desde la presidencia de Carlos Salinas de Gortari: la permanencia de la violencia y la adhesión del crimen organizado al aparato de gobierno, como es fácil observar en PEMEX y en los gobiernos “duartistas” de Chihuahua y Veracruz.
Tal vez Salinas de Gortari no sea la presencia más oscura de la política mexicana, pero si fue el puente que llevó al crimen organizado al gobierno con la muerte de Colosio, de Posadas y de Ruiz Massieu. Necesitamos otro presidente que sea puente para cruzar el camino de regreso, el del mercado del crimen organizado, al del Estado garante del pacto social.
En México todo va en retroceso, menos las bellas artes y sobre todo el teatro. La Tequilera, que se presenta en el Centro Cultural Universitario, es una muestra de ello.