Javier Peñalosa Castro
El primero de junio Donald Trump anunció —a su país y al mundo— que Estados Unidos abandonaría el Acuerdo Climático de París porque… era injusto para ellos y, como suele repetir en su mantra, se acabó el tiempo en que los demás abusaban del indefenso gigante.
En un discurso del más puro corte populista, el multimillonario avecindado en la Casa Blanca presumió que en las semanas que tiene al frente del gobierno han aumentado los empleos, la economía está más boyante que nunca y, sobre todo, que el mundo está reaprendiendo a respetar al gigante de Norteamérica.
Seguramente piensa que ello se debe al remedo de política exterior que ha seguido hasta ahora, que se caracteriza por los empellones físicos a otros jefes de Estado, las zancadillas —reales y figuradas— a quienes percibe con capacidad de competirle y la amenaza permanente a sus socios tradicionales de que debe renegociarse toda relación con esta naciente tiranía, so pretexto de que el mundo ha abusado de la potencia capitalista, y las cosas deben cambiar, seguramente para que sea Estados Unidos el país que abuse de socios y vecinos, de acuerdo con su más pura y ancestral tradición.
Al anunciar que se retira de este pacto, que simple y sencillamente busca cómo salvar al planeta de la debacle y del exterminio de la raza humana como consecuencia del calentamiento global y lo que ello implica (deshielo de los polos, sequías, inundaciones, extinción de especies de flora y fauna, epidemias, hambruna y un interminable etcétera), y en consonancia con su infantilismo rampante, Trump espetó que China contamina más que Estados Unidos, y que ello no es justo. Además, consideró que los efectos de su abandono del acuerdo global serán imperceptibles en términos de daño ambiental.
Seguramente con ello apuntala sus intenciones de impulsar el uso del carbón, que es el combustible fósil más contaminante, en aras de reactivar a esa industria en estados como Pensilvania, y las justifica diciendo que naciones como la India contaminan más (mal de muchos…).
Prácticamente la totalidad de las aseveraciones de Trump oscilan entre la exageración y la franca mentira. Por supuesto, en su caso no se trata de fake news, sino de verdades alternativas o cualquier otro eufemismo que a su (pobre) juicio convalide las falsedades como una suerte de verdades “diferentes”.
Otro de sus argumentos es que promoverá acuerdos multilaterales más eficientes y justos, pero en el fondo lo que busca es un pretexto para que su gobierno deje de disponer recursos a la lucha contra el calentamiento global, en una actitud por demás díscola y mezquina, para destinarlos a propósitos tan “nobles” como la carrera armamentista, el subsidio a causas poco claras y, en suma, a promover —al menos en la mercadotecnia— la imagen de potencia supremacista para su país.
A pocas horas del anuncio, México manifestó su decisión de mantenerse dentro del acuerdo, y aunque resulta poco probable que el eventual retiro de nuestro país del pacto hubiera conmovido al mundo, es loable que, al menos en este caso, se recupere parcialmente la dignidad que nos caracterizó en otra época, si bien por otra parte se traiciona el principio de no intervención en la OEA al promover la injerencia de ese organismo multilateral en Venezuela, que atraviesa por una situación compleja, en la que, ciertamente, menudean expresiones violentas de gobierno pero, sin duda, ello no autoriza a otros países para erigirse en salvadores de ese pueblo, como tradicionalmente lo ha hecho Estados Unidos, que actúa como policía del mundo aunque nadie se lo pida.
Cabe recordar que el Acuerdo de París se adoptó formalmente apenas en diciembre de 2015, ante la insuficiencia de su antecesor, el Protocolo de Kioto, que también había sido abandonado por Estados Unidos, y que en realidad empezará a funcionar en 2020, por lo que Estados Unidos simplemente se retractó del compromiso de reducir sus reducción de emisiones de carbono que había asumido al firmar el pacto, hace poco menos de un año y medio.
Por lo pronto, líderes como el flamante presidente de Francia, Emmanuel Macron, han hecho un llamado al resto de las casi 200 naciones que han suscrito este acuerdo para “hacer grande al planeta otra vez” en clara alusión a la frase de Trump (hagamos a Estados Unidos grande otra vez).
Corresponde a la Unión Europea asumir el liderazgo en esta iniciativa y tratar de lograr que mantengan su compromiso naciones cuya contribución a la disminución de emisiones es decisiva, como China, Rusia y la India. De este esfuerzo depende —literalmente— el futuro de la humanidad, tras la abrupta decisión unilateral de Trump, marcada por la patanería, que cada día se consolida como su sello característico.