Joel Hernández Santiago
¿Qué hace que el hombre descubra que vive en un caos sin redención? ¿Qué hace que el hombre pierda el sentido de sí y luego busque en sus entrañas la solución a la hecatombe externa?…
Hace unos días murió Juan Goytisolo Gay, el escritor catalán irreverente que hoy, más que nunca, nos recuerda en su obra emblemática, que en México vivimos ese desbarajuste del que aparentemente no tenemos escapatoria.
Y nos hereda Goytisolo la quietud del hombre solitario que, aterrorizado frente a su propia obra de destrucción, no encuentra camino abierto y sí la quietud mortal de la prisión interna y sin solución externa: una mezcla humana incomprensible: todo eso…
… Y todo eso es lo que ocurre después de esta primera batalla electoral en México en 2017. Una batalla cuerpo a cuerpo entre hombres y mujeres que quieren el poder político y sus privilegios y en la que hubo lo mismo que encantadores de serpientes como traiciones y mentiras no siempre piadosas.
Así que en mayo de 2017 vivimos la historia de un país mexicano cuya clase política construyó las leyes para su propia supervivencia y una sociedad incrédula, quieta, callada y expectante de ese mundo que le es ajeno y destructivo…
Pero una cosa queda en evidencia, la capacidad que tienen unos hombres para su autodestrucción. Eso hace un panorama desolador en México. ¿En quién confían hoy los mexicanos para su salvación social e histórica? Nada a la vista. Sin solución.
La religión tiene sus límites y sus espacios. Hoy más precisos en el alma mexicana. No hay solución por ahí. Las reivindicaciones de redentores sociales han desaparecido y todo ha quedado al libre albedrío social o bien el camino que trazan los partidos políticos mexicanos y el gobierno que se alimenta con ellos y las instituciones que son parte de ellos y la vida misma que se tiñe de los colores que porta cada una de estas instituciones políticas tan llenas de contradicciones como de engañoso colorido y corrupción.
Lo que vimos en el Estado de México como en Coahuila, Nayarit y Veracruz fue una aberración a la democracia. Fue un retroceso imperdonable. Fue la mano larga del poder que no quiere dejar de ser poder y, por lo mismo, se alimenta de engaño y corrupción. Eso es. Y todos lo vimos. Y todos lo supimos. El Estado de México es ahora el refugio de triunfos inexistentes: el del PRI por todas las razones y conocidas, el del PRD que canta un tercer lugar incrédulo de sí mismo, un PAN ácimo que cayó al abismo estatal y todo para todos: nada para nadie: es el resumen del gran perdedor: el ciudadano.
Así es: la sociedad mexicana no es apta para la democracia deja hacer y deja pasar. No exigencias. No aclaraciones. No reclamos para el cumplimiento de la ley. Todo queda en el juego que ellos mismos juegan: gobierno federal, gobiernos estatales, municipales, instituciones de lo electoral degradadas y un espacio mínimo para la mayoría silenciosa.
Hubo un tiempo en el que creímos la promesa de la democracia cuando finalmente, después de muchos años, surgió la alternancia en el poder. Era el 2000 y sí, el PRI interminable era repudiado y se encumbró a un partido de derecha: todo menos que lo mismo durante setenta años; todo menos la sola idea de repetir como en calca el día a día, los meses y los años de la misma manera.
Y gobernó al país dos sexenios un partido que no estaba acostumbrado a gobernar y, por lo mismo, ocurrió una guerra que aún no termina, aunque viene de lejos, pero que se concretó durante el gobierno de Felipe Calderón, con miles de muertos, muchos de ellos “daños colaterales” que son gente inocente que no tenía nada que ver en esa guerra, que no era su guerra.
La economía se desarticuló, se favoreció a unos cuantos, crecieron riquezas de unos y pobreza de más de la mitad de la población nacional, con miseria entre millones de mexicanos sin hoy ni mañana, también.
Pero en lo político creímos que con la alternancia llegaría la democracia. Pero no. Y tan no ocurrió, como que se alimentó con cantidades millonarias a instituciones como el INE o tribunales de lo electoral con gente que designada por los partidos políticos para que cuide a los partidos políticos, y que en el caso de 2017 mostró más que nunca su capacidad de omisión para solucionar los excesos criminales.
Así que después de todo aquí estamos de nuevo, mirando el paisaje después de la batalla. Solos. Sin solución. Sin salida. Sin redención. Sin perdón y sin futuro promisorio, porque todo ahí está puesto a disposición de unos que dicen que representan a todos y esos unos deciden que los todos son inexistentes para tomar decisiones…
Ese lamentable, triste, deteriorado e inhóspito es el paisaje después de la batalla en México. ¿Qué sigue? ¿2018 otra guerra igual o peor? Eso es… Otra batalla y luego, el paisaje desolador de nueva cuenta. Gracias Juan Goytisolo. Pero… ojalá nuestro destino fuera diferente al que se presagia desde hoy.