Javier Peñalosa Castro
El país se está literalmente desangrando como consecuencia de la descomposición propiciada por los gobiernos de los últimos diez años, a raíz de que el mínimo Felipe Calderón decidió inventarse una guerra al más puro estilo Bush con el fin —fallido— de legitimarse tras una elección marcada por la duda, las malas artes y las alianzas inconfesables, sólo que contra el narcotráfico, en lugar del islam.
Mientras cada día es más frecuente enterarse de balaceras que tienen lugar en todos los confines del país, que dejan decenas de muertos como saldo, el interés de los principales responsables de la seguridad interior es lucirse como si de verdad tuvieran oportunidad de recibir el dedazo del gran elector.
Así, vemos al inexpresivo secretario de Gobernación esbozar sonrisas mientras se dirige a los más disímbolos auditorios. Le escuchamos discursos sobre la igualdad de género ante grupos de mujeres; pronunciamientos en materia de política exterior, con un sesudo “nosotros no construimos muros”, en la frontera con Guatemala; apasionadas defensas de los logros de gobierno ante ministros religiosos y, en fin, todo tipo de loas a su camarilla frente a todo aquel que le dé oportunidad de hacerlo.
En contraste, los sangrientos motines y fugas en los penales bajo su responsabilidad son cosa de todos los días; los asesinatos de periodistas, dirigentes de organizaciones sociales e incluso ministros de culto religioso son una cotidiana y lacerante realidad, a la que ya no se combate siquiera por medio de declaraciones, como aquellas tradicionales de que “se actuará con todo rigor; caiga quien caiga; tope hasta donde tope”, a las que, hasta hace muy poco, nos tenían acostumbrados.
Por supuesto, Osorio tampoco ha dado color en relación con el escándalo de espionaje que destapó recientemente The New York Times, pese a ser mencionado entre los principales sospechosos, ni ha salido a anunciar algún plan efectista que haga parecer que algo se está haciendo o se hará para poner coto a la creciente ola de asesinatos que extiende por todo el país.
La descomposición de las fuerzas del orden se ha traducido en defecciones y traiciones que son hoy el común denominador, y es cada vez más frecuente que las policías, más que estar infiltradas, se hayan convertido en células del crimen organizado.
Con este enrarecido ambiente social como contexto, esta semana vinieron de visita a México el secretario de Seguridad Interior de Estados Unidos y el mismísimo director de la CIA. Aun cuando están lejos de tener rango de jefes de Estado, fueron recibidos en Los Pinos por Peña Nieto, quien posteriormente “se los encargó” al procurador general de la República, para viajar a París, y asistir a la reunión del Grupo de los 20.
También se informó que, ya con el dueño fuera de casa, los funcionarios estadounidenses sobrevolaron plantíos de amapola en Guerrero acompañados por los secretarios de la Defensa y de Marina. Cualquiera se preguntará por qué, si tienen identificados estos sembradíos de droga no los destruyen, y en cambio los muestran a representantes de una potencia extranjera que ha demostrado, especialmente en los tiempos actuales, ser hostil hacia nuestro país.
Se enchina la carne sólo de recordar que uno de los pretextos para la invasión de Afganistán, que tan alto costo ha tenido para aquella nación fue precisamente el combate de los cultivos de estupefacientes, y más aún de saber que los jefes de nuestras fuerzas armadas “pasean” a los belicosos “halcones” de Trump nada menos que en Guerrero. Como contexto, cabe mencionar que antes de la reunión de los enviados de Trump con los titulares de Defensa y Marina, coincidentemente, fue sofocado un motín en el penal de Acapulco con un saldo de 28 reos muertos.
Seguramente esta matanza quedará sin investigarse suficientemente —como muchísimas otras— y las amapolas seguirán floreciendo en los campos de cultivo de la región, presa de la codicia de diversos grupos criminales que disputan sangrientamente el territorio mientras los responsables de evitarlo, y de garantizar la tranquilidad de la población, se promueven con la intención de seguir mal gobernando al país.
Además de Osorio, Aurelio, El Niño, Nuño también ha dado rienda suelta a sus mal fundadas aspiraciones presidenciales. También él ensaya discursos ramplones ante audiencias disímbolas y enfatiza el valor de la educación para la transformación social, pese a que en lo que va del sexenio toda promesa de mejorar este aspecto fundamental ha quedado en mera promesa y en hostigamiento hacia quienes de manera heroica mantienen funcionando lo que queda del sistema educativo nacional.
En el colmo del cinismo, este oscuro personaje ha vuelto a prometer que la reforma educativa iniciará el próximo ciclo escolar, luego de que tengamos presidente electo, y que para entonces habrá también nuevos libros de texto gratuitos. Nuño es tal vez el más ineficiente de los miembros del actual gabinete, pero algo o alguien le ha hecho creer que tiene alguna posibilidad de ser ungido por su valedor.
En suma, mientras el país se les deshace entre las manos, los encargados de gobernarlo parecen más interesados en la grilla futurista que en ver cómo lo apuntalan para tratar de remediar los graves problemas que durante los últimos años se han agravado continuamente.
¿Hasta cuándo seguiremos soportando?