* Están en la arena de la contienda priista los nombres de los que aspiran a convertirse en SEÑOR PRESIDENTE, pero tal como están las cosas, si quieren trascender históricamente y gobernar con cierta dignidad, habrán de sacrificar los honores por la eficacia, y proceder a la reforma del Estado
Gregorio Ortega Molina
Meditar en las contingencias de la candidatura priista no es una sencilla operación aritmética, requiere de conocimientos sobre el carácter de los grandes y reducidos electores, así como saber acerca de las debilidades y pasiones de los políticos considerados para ser investidos como tlatoanis.
El primero de los misterios a develar, es poder determinar si EPN tiene la fuerza política necesaria para imponer su criterio, y así elegir in pectore a su sucesor, o dará una muestra añadida de la descomposición de lo que fue el presidencialismo mexicano, esa genial impostura de la democracia, que en su esplendor se encarnó en la dictadura perfecta, más longeva que la representada por el PCUS.
La otra vertiente del asunto consistiría en saber quién o quiénes influyen en el estado de ánimo presidencial, para crear las condiciones virtuales, el engaño perfecto para hacer sentir a EPN que él recuperó el bruñido del águila bordada en la banda presidencial, porque elegirá, en la más íntima de sus intimidades, al hombre capaz de brindarle idéntica seguridad y respeto, a la que Carlos Salinas le conservó a Miguel de la Madrid Hurtado.
Ya están en la arena de la contienda priista los nombres de los que aspiran a convertirse en SEÑOR PRESIDENTE, pero tal como están las cosas, si quieren trascender históricamente y gobernar con cierta dignidad, habrán de sacrificar los honores por la eficacia, y proceder a la reforma del Estado.
No creo que así suceda. El día después de mañana los sorprenderá vestidos con el traje nuevo del emperador, engalanados para oficiar un poder disminuido, y para quedar convertidos en los administradores designados de los barones del dinero, de las comunicaciones, de la industria y de la delincuencia organizada, transformados en factores reales de poder, por sobre la norma constitucional.
Así aparece, en este contexto, el nombre de José Narro, que es alter ego de Emilio Gamboa Patrón, por consiguiente su candidato, y de ninguna manera de EPN, mucho menos del PRI.
De llegar Narro a la candidatura, y de alguna manera insospechada hacerse con el poder, éste será administrado por la diarquía Narro-Gamboa, a su vez tutelada por los propietarios de los medios de comunicación, los neobanqueros, los contratistas, los laboratorios químico farmacéuticos y esa parte de la delincuencia organizada que gusta vestir de cuello blanco.
Una diarquía copiada del modelo Calles-Ortiz Rubio, Calles-Abelardo L. Rodríguez, Calles-Portes Gil y Calles-Cárdenas, hasta que la esfinge de Jiquilpan decidió expulsarlo del país.
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