Todavía no entiendo como es posible que al expresidente de México Vicente Fox Quezada se le permita hablar a diestra y siniestra sin haber sido reconvenido por al menos la secretaria de relaciones exteriores en sus ya tantos años de hacer declaraciones por demás fuera de lugar y evidentemente sin el cuidado o responsabilidad diplomática que un expresidente de cualquier país estaría obligado a observar, sobre todo tratándose de uno de los los expresidentes mexicanos a quienes el patriótico pueblo mexicano mantiene de por vida con todo lujo.
En lo que a mi concierne la investidura presidencial en México ostenta el mismo valor que los símbolos patrios y las leyendas de gestas heroicas, es decir puro pinche patrioterismo barato publicitado por el sistema partidista en turno y los intereses empresariales.
Sin embargo, y debo reconocerlo, México tiene una reputación (muy lamentable de hecho) como país democrático y soberano, (permita el amable lector secar las pequeñas lagrimas debidas a la carcajada de un servidor) pero aún con toda mi incredulidad es menester apuntar que somos parte de una comunidad internacional, y aún cuando algunos patriotas ven al norte con anhelo y admiración invirtiendo abundante y alegremente en inmuebles del otro lado del río Bravo, existen otras muchas direcciones hacia donde es imprescindible mirar y prestar atención, no con los ojos de los empresarios bastardos de Milton Friedman sino con los ojos de los humanistas y filósofos.
Igualmente cierto es que los gringos nos tienen agarrados de los “huevos”, literalmente, que fue Vicente Fox Quezada uno de quienes colocó el último clavo en el ataúd de nuestra cacareada soberanía e independencia, también cierto es que dependemos en un 70% en el renglón de alimentos importados de USA, que las remesas de nuestros sacrificados y expulsados paisanos significan el sostén de este país bananero, que las inversiones norteamericanas en México sobrepasan por mucho a cualquier sueño febríl de otros países y que somos el país que más importamos de nuestros amos del norte.
Tanto es así que se promueve con denuedo el aprendizaje del idioma inglés desde hace ya años atrás en el ya muy deplorable sistema de educación, aún cuando se enarbole como otra gloria más de la nueva reforma educativa.
En fin que, repito, los gringos nos tienen agarrados de los testículos, y parece que al pueblo de México eso le apetece digno de celebración y orgullo.
Y todo lo anterior viene a cuento por esa maravillosa película considerada una de las mejores en la cinematografía mundial, el llamado spaghetti western “El bueno, el malo y el feo”, una película dirigida por Sergio Leone para disfrutar y admirar maravillosas actuaciones y locaciones, filmada en Italia, España y Alemania es un placer para los amantes del genero western, Clint Eastwood como “el bueno” en una caracterización que aunque parezca imposible mejora cada vez que este film es visto, la actuación de Lee Van Cleef como “el malo” no tiene precio, pero ante todo lo anterior la actuación de Eli Wallach como “el feo” es soberbia, casi genial, de no ser por que retrata la opinión generalizada que de los mexicanos se tiene aún hoy día en USA, idea que se ha profundizado y enraizado por muchas otras caracterizaciones cinematográficas del estereotipo mexicano.
Sólo basta ver a Eli Wallach en su papel de “el feo” para entender mejor, “Tuco Benedico Pacífico Juan María Ramirez” es un mexicano vengativo, violento, traicionero, convenenciero, servil, mal hablado, mentiroso, cobarde, mezquino, codicioso, deshonesto, ocurrente e ignorante, su único anhelo en la vida es el dinero y las comodidades que este le permitan, no conoce amistad, ni lealtad, mucho menos respeto a nada, si acaso ostenta una doble moral bien definida pues es un firme creyente del dios católico, cada vez que comete un asesinato se persigna pero igualmente es capaz de golpear a su hermano, un sacerdote, en un arranque violento ante un cuestionamiento fraterno, Tuco no es especialmente inteligente pero totalmente instintivo y astuto, hace gala de un carisma extraordinario así como de una simpatía y una labia de antología.
Total que “el feo” es todo un personaje que define perfectamente lo que gringos y muchos europeos consideran como el mexicano común y ¡bastante corriente!, un ser primitivo, prácticamente elemental que sólo busca satisfacción personal y que sirve a quien mejor le conviene por los motivos más egoístas llegando a sacrificar hasta a sus propias familias por una moneda de oro.
Aquí es cuando no puedo obviar el comparar a nuestro insigne Tuco-Chente Fox Quezada como la extensión de tal estereotipo, la gran mayoría de mexicanos creen que Vicente Fox Quezada no nos representa ni como personaje diplomático, de estado y mucho menos como mexicano, pero esto les va a doler a más de uno, semejante “hijo de la chingada” ¡sí! nos representa, representa a la oligarquía que ha entregado la soberanía, representa a los millones de católicos de doble moral que tienen sumidos a un pueblo en el oscurantismo, representa a ese sector conservador que no ha permitido ni permitirá nunca una sociedad equitativa, representa a la corrupción de un pueblo ignorante, representa a esa clase empresarial conservadora orgullosa de sus logros sustentados en el sacrificio y las penurias de miles de pobres a su servicio, representa el falta de cultura y consciencia de los mexicanos elitistas retrógrados sumidos en la discriminación clasista, representa lo peor de un sistema, de un pueblo, del dogma de fe y doctrina capitalista, representa al ente servil y rastrero de los intereses de la “democracia norteamericana y su amo, el neoliberalismo”, representa al mexicano norteño, macho, dicharachero, retobón, de botas y sombrero, espuelas y vaquero que es una masa sin voluntad en manos de cualquier mujer mínimamente astuta y extraordinariamente ambiciosa como su Doña Marta, el mexicano cobarde, sin palabra, ingrato, altanero y prepotente cuando sus escoltas lo protegen.
Por eso no nos equivoquemos, Vicente Fox Quezada, el expresidente de esta república bananera llamada todavía México, es el representante correcto de nuestra actualidad como nación, de nosotros como pueblo y de quienes nos gobiernan.
Es, repito y como declara a los cuatro vientos con vehemencia en varias ocaciones el Tuco durante la película, ¡Un hijo de puta!..
-Victor Roccas.