No hace mucho, Gabriel Zaíd nos recordó en un diario de la capital nacional que nunca ha habido tanta inteligencia, tanto talento acumulado en México como ahora. La creatividad, la imaginación y la valentía del pueblo contrastan evidentemente con la casta de desclasados en el poder que no tienen una idea de la dirección de las energías del mexicano.
Frente al puñado de gente que se significó en otros períodos históricos de la Patria, la de hoy es una generación de mexicanos informada, desinteresada, entregada y con un gran amor a la patria, por encima de cualquier mezquindad o excentricidad. Tenemos un gran pueblo, un hermoso conjunto de millones de personas gigantes.
Desde el poder, en cambio, falta el sentido de la direccionalidad de un gran pueblo con amor entrañable a México. Lo acaba de demostrar con su entrega al rescate, a la emergencia y al desastre del terremoto de antier. No merece al gobierno que tiene, por más que la claque mexiquense se ufane en colgarse medallitas que nunca le han quedado, ni le quedarán.
Legiones de héroes civiles han hecho posible que la tragedia no devenga en desastre monumental. Su participación en los centros de acopio, en la distribución de alimentos, enseres y medicinas es ejemplar, rebasa cualquier imaginación e indigna por el contraste obligado con los que creen tener el chirrión por el palito.
Brigadas de jóvenes se han prodigado en el esfuerzo
Las grandes cadenas humanas de removedores de escombros, operadores de palas, picos, mazos, seguetas, cubetas, repartidores de víveres que con su propio dinero obtuvieron los cascos, los guantes de carnaza, las vituallas necesarias para enfrentarse día y noche a la adversidad, hicieron posible que los trabajadores de todos los sectores sociales pudieran cumplir con una obligación de humanidad.
Sin ellos, sinceramente, no hubiera sido posible. Las organizaciones no gubernamentales, las asociaciones de ayuda social, los grupos que se han entrenado para el combate en las labores urbanas, fueron también requeridos por los gobiernos de Morelos y Puebla para acudir en ayuda de comunidades campesinas que no conocían un fenómeno igual.
Las brigadas heroicas de capitalinos jóvenes se organizaron en la calle, se desdoblaron solas, se prodigaron para que la mitad de sus miles de integrantes partieran de inmediato en auxilio de sus hermanos de la Megalópolis, azotados con furia por un terremoto salvaje que marcó a la sociedad mexicana toda.
Cúmulo de talento, inteligencia, creatividad y heroicidad
Es altamente ejemplar y realmente maravilloso observar el comportamiento ante la hecatombe de jóvenes sin miedo a la muerte, sin escrúpulo alguno para mojarse las botas, para clavar la cabeza en un boquete de tierra recién herida, abrirla por dentro y escarbar en busca de otro, al que nunca han conocido.
Es un cúmulo de talento, inteligencia, creatividad y heroicidad que creo pocos pueblos conozcan. Aquí se han hecho con los grandes maestros de nuestra historia moderna, los que han logrado el parteaguas de esta sociedad: los terremotos y su gran estela de destrucción, que si no fuera por estos héroes, nos dejarían en la orfandad.
Ellos han sido los goznes que han hecho posible la coordinación en el campo de los hechos de todas las autoridades de protección civil, del ejército y la armada, de las cruces rojas, Difs, cuerpos de voluntarios, familiares de las víctimas, que en el pasado habían sido distanciados por la abulia y la rapiña. Abulia gubernamental y rapiña de la misma procedencia.
La lección de hace 32 años: sociedad rebasó al gobierno
Desde el ’85 nos habían dado una lección tan grande como una catedral: la sociedad civil acudió a poner orden donde todas las instituciones gubernamentales, civiles, preventivas y militares habían sido rebasadas por los acontecimientos. Los mecanismos de seguridad pública no existían. Se cayó el mundo que conocíamos y otro emergió ante la súplica de los impotentes.
Se significaron por primera vez héroes civiles en un país apático, apresado por una abulia ancestral alimentada desde el poder. Llegaron las movilizaciones sociales en favor de los desposeídos. La sociedad civil se dio cuenta de que sola, sin el estorbo del gobiernito del hombrecito gris, podía organizarse mejor.
Fue entonces que se acabó el viejo consenso de que en México el Estado había creado a la Nación y emergió una necesidad ineludible: que la sociedad debía crear un Estado a la medida de su coraje y que el eco del reclamo popular y ancestral debía ser escuchado, si queríamos vivir en paz, justicia y dignidad. Y el eco resuena hoy.
En 1985 el gobierno estorbó y se dedicó a la rapiña
En aquella época, la respuesta del gobiernito de Miguel de la Madrid fue errática, lamentable. Atónitos y apanicados, los miembros del gabinete se dieron el lujo de declarar que aquí no se necesitaba auxilio internacional porque nos bastábamos solos. La verdad era que en su estado catatónico no sabían ni qué hacer.
Cuando llegó la ayuda internacional, muy a su pesar, la calle ya había sido tomada por la población que se daba de comer y atendía sus heridas en los camellones y barriadas, solventaba carencias emotivas y materiales. La gente revisaba las bolsas de desechos humanos para identificar a los suyos, negados en todos los boletines.
El gobierno estorbó. Sólo servía para practicar una rapiña obscena de los utilitarios, alimentos perennes y vivacs llegados del extranjero. Los mandatarios de todos niveles y rangos fueron declarados indeseables de inmediato por la gente que estaba sufriendo. Fueron deslegitimados por sus propios méritos.
La obsolescencia política demandaba nuevas prácticas. Se perdió la reverencia institucional y el culto al poder del tlatoani, pues éste había demostrado ser totalmente ajeno a la desgracia. Quería seguir dando órdenes desde su atalaya y nunca fue capaz de arrimar el hombro entre los inmuebles derruidos, ni alcanzaba a balbucear siquiera algo coherente.
Miles de muertos, una cifra jamás reconocida oficialmente, y por si fuera poco, sin respuesta institucional, porque la infame obsesión de los constructores protegidos había edificado una ciudad gelatinosa, vulnerable, sin los mínimos requisitos que exigía un valle desvalido. Ninguno fué castigado, ni siquiera reprendido.
Osorio Chong, lapidado; una muestra del repudio al gobiernito
Los ecos del ’85 resonaron antier, ayer y hoy, con fuerza descomunal. Pero las legiones de héroes civiles mexicanos, jóvenes en su gran mayoría, su desprendimiento emocional y monetario, han hecho un país digno de ser vivido. Gracias a ellos ha sido posible que la ayuda gubernamental se canalice con eficiencia, las autoridades se coordinen con decoro, la gente respete su valor, su empuje y su silencio.
Tenemos un enorme pueblo. De eso podemos estar seguros. Quien falle un milímetro en estas horas de arrojo y de respeto, no merece siquiera el nombre de gobernante. Lo vimos en las pobres carnes de Miguel Ángel Osorio Chong, quien al enterarse de que había unos orientales atrapados en la fábrica de ropa de las céntricas calles de Bolívar y Chimalpopoca…
… se presentó inopinadamente, estorbando con sus escoltas y faramallas las labores de rescate. Los héroes civiles y la población doliente en su conjunto, en espera de noticias efectivas sobre el rescate, no aguantó la insolencia del llamado secretario de Gobernación… y lo apedreó en el acto, corriéndolo vergonzosamente del lugar.
Pueblo valiente, heroico, desprendido, imaginativo. También abusado
Tenemos un enorme pueblo. No merece las autoridades federales que se carga. Ya no los soporta. Han abusado de él con altos impuestos y nada a cambio: ni seguridad, ni salud, ni educación. Mucha corrupción, eso sí.
Es demasiada inteligencia, mucho talento acumulado en toda la historia por los mexicanos. Nuestro pueblo es valiente, heroico, desprendido e imaginativo. ¿Hasta cuándo se darán cuenta de ello nuestros próceres de petate, hechos sólo para robar y medrar?
¿Usted qué haría?, pregunta el lector del teleprompter que creyó que echando a andar un plan MX de desastre ya había chingado.
Índice Flamígero: Centenares de jóvenes estudiantes de Ingeniería y Arquitectura de mi Alma Mater, la UNAM, fueron capacitados ayer para hace tareas de revisión de estructuras en los edificios de la capital del país dañados por el movimiento telúrico. Se ofrecieron como voluntarios. Nadie los obligó. + + + Otro lado oscuro de la tragedia ha sido el pillaje y la rapiña. El escribidor y un amigo fuimos víctimas de un asalto, con cristalazos al calce, en el vehículo en el que nos transportábamos, a las 4 de la tarde, en la Avenida Constituyentes, frente a la tercera sección del Bosque de Chapultepec. Sí, los asaltantes también eran jóvenes. Hechos similares a este se repitieron en muchas calles que en esos momentos mantenían parada la circulación. + + + ¡Uf! Todavía faltan 436 días para que termine este sexenio.
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