“Huele a muerto” dice Oren Rozner, ingeniero de las Fuerzas de Defensa Israelíes. “¿Acaso no lo sienten? Huele a cadáver”.
Por May Samra/Enlace Judío
CIUDAD DE MÉXICO.- Estar en un sitio de desastre es toda una experiencia: hay estrés, adrenalina y dolor, envueltos en polvo y ruido ensordecedor. Hombres que no conoces se vuelven tus hermanos. Lo que haces, lo que dices, es fundamental. La diferencia entre un error tuyo y un acierto puede ser, para alguien, la diferencia entre la vida y la muerte. Cada minuto cuenta. No puedes quedarte inmóvil porque alguien está inmóvil bajo los escombros y tienes que moverte por él.
México ha sido herido en su corazón, en su parte más viva: su gente. A lo largo y ancho del país y de su capital, la tierra tembló y escribió con sangre miles de historias: en Avenida Medellín, el hombre que encontraron abrazado a su computadora, sobrevivió al sismo pero subió de vuelta y el edificio se derrumbó. La mujer y su bebé que nunca salieron del elevador en Avenida Petén y Emiliano Zapata. El músico que falleció aplastado, pero cuya guitarra sigue intacta.
Como traductora, me presento temprano en la mañana al Centro Deportivo Israelita, donde los hombres de la delegación israelí que vinieron a México pernoctaron en casas de campaña con la estrella de David.
Me asignan a una unidad de ingenieros para salir lashetaj, “al campo”. El líder de la unidad es un reservista. De estatura pequeña y ojos verdes, Golán Vach porta kipá y es coronel del Ejército Israelí.
Cuando llegamos al sitio del derrumbe, Avenida Álvaro Obregón 286, nos percatamos de que los equipos de brigadistas trabajan de forma aislada. Están los americanos, los japoneses y la enorme fuerza del pueblo mexicano: ejército, bomberos, Protección Civil, gendarmería, rescatistas y civiles.
Alrededor del sitio, las familias de los desaparecidos, en este caso se menciona a cuarenta y seis, organizaron campamentos improvisados, cubiertos con lonas, donde se acomodan torpemente cobijas, catres, sillas. Muchos lloran, otros rezan. La delegación de Israel, con sus uniformes, atraviesa los cordones de seguridad. Una mujer nos grita: “¡Ayúdennos por favor!” y luego, resignada, sólo “ayuden”.
Doce rescatistas israelíes se encuentran en este sitio. Lo primero que hacen el coronel Vach y el ingeniero Rozner es subir al edificio derrumbado. La capitán Kabitke, una pelirroja de mirada intensa, ya está interrogando a los familiares sobre la posible ubicación de los desaparecidos; otros oficiales israelíes están escudriñando los planes del edificio.
Al salir del derrumbe, Golán ya tiene un plan. Pide una hoja en blanco y apunta los pasos. Todos se acercan a mirar. Se volverá el líder del rescate, organizando todas las fuerzas en el terreno. Asignando tareas, buscando el equipo necesario, convenciendo, animando, ordenando, suplicando.
Golán tiene esperanza de encontrar vida en los escombros.
La idea de Vach es cortar el techo del edificio en pedazos, como si fuera una tapa, y buscar, a través de los espacios vacíos, a los sobrevivientes o a los cadáveres.
El coronel israelí pide una reunión con los americanos, los japoneses y representantes del gobierno mexicano.
El equipo norteamericano de rescate está conformado por varios hombres altos y fornidos. Al ver su determinación, aceptan inmediatamente ser parte del equipo de Golán. Los japoneses deciden no participar.
El plan de Vach es autorizado por el gobierno mexicano que pone una condición: el israelí deberá, primero, convencer a los familiares de los desaparecidos para que autoricen las labores con equipo eléctrico. 46 personas que representan a las 46 familias de los desaparecidos deberán firmar la autorización y todos deben estar conformes.
La tristeza me embarga. ¿Cómo poner de acuerdo a 46 individuos en deplorable estado emocional? ¿Qué decirles? ¿Qué tal si cualquiera de ellos se resiste? El plan israelí comienza a tambalearse.
En una carpa, hombres y mujeres, sentados en cubetas, esperan la explicación del rescatista. Los familiares se toman de las manos. Una mujer, los ojos perdidos, se abanica con la mano sin estar consciente de ello. Se toma lista.
“Mi nombre es coronel Golán Vach y vengo de Israel en el día más sagrado para mi pueblo, el Año Nuevo judío” dice el militar israelí, flanqueado de su segundo al mando y de los norteamericanos, amén de sus traductores Daniel Dorenbaum, un joven de origen argentino, y una servidora.
“Conmigo traigo a los mejores hombres y mujeres de Israel en materia de rescate. Quiero decirles que hoy, 76 horas después del sismo, cada segundo cuenta.
Personalmente tengo mucha esperanza de encontrar vivos a sus familiares, pero debemos trabajar y hacerlo rápido”.
“Debemos remover el techo y encontrar nuevos espacios por donde deslizarnos para buscar a los desaparecidos. Al hacerlo, pongo en riesgo a mis hombres. Pero lo haré porque conozco el valor de la vida y cada vida es preciosa para mí“.
Golán promete que tratará a los desaparecidos como si fueran sus hermanos. Sus palabras reflejan confianza y experiencia.
De pronto, un hombre de edad da un paso adelante. Le dice, entre lágrimas: “¡Yo confío en usted! ¡Vaya y sálvelos! ¡Que Dios lo ilumine! ¡Que Dios le dé fuerza y valor!“
Es la señal para que hombres y mujeres desesperados se abalancen sobre los militares.”¡Vaya, vaya a buscarlos!” “Mi padre es Juan, ojalá lo encuentre!” “Mi Antonio, le suplico…”
“Si ustedes desean”, dice Vach, “enviaré a mi segundo al mando a trabajar, mientras yo respondo sus preguntas”.“¡No! ¡Salga ya!” dicen los presentes a unanimidad, “¡Por favor! ¡Empiece a trabajar!”.
“En Israel”, dice Vach, “cuando tenemos un problema, nos abrazamos todos en un círculo”. Bajo mis ojos aturdidos, va formándose un círculo dentro de la carpa improvisada, en el cual israelíes, norteamericanos, mexicanos, jóvenes, viejos, hombres y mujeres, se unen en un abrazo. Veo gente llorando, bendiciéndonos, bendiciendo a los soldados, veo volver la esperanza, veo sentirse el liderazgo.
Itamar Cohen, hombre de pocas palabras. Foto: May Samra
E inicia la batalla. La batalla contra el tiempo. Contra la naturaleza. Contra el cansancio. Contra la falta de equipo.
El plan de Vach empieza a tomar forma. Lo primero que necesita el coronel son 50 hombres con 200 cubetas. “No necesitamos a trabajadores expertos, simplemente personas con ganas y fuerza”. La fuerza humana es la más fácil de conseguir y bajo las órdenes de Itamar Cohen, segundo al mando del equipo, un hombre de pocas palabras, suben al techo e inicia la remoción de escombros.
El equipo de rescate israelí elabora una lista del equipo necesario para realizar la tarea. Pide una grúa, unos sacos para remover escombros y slingas, entre otros objetos. Cuando las personas no entienden qué necesita, Golán lo dibuja: en un pedazo de madera, en una hoja.
Golán sugiere que se remueva un poste de luz, llega la CFE. Pide lámparas para iluminar la zona, pues pronto anochecerá; indica que se debe elaborar una lista de trabajadores clasificados por áreas de experiencia; solicita un contenedor para retirar los escombros. Corre de un lado para otro, desaparece y surge de pronto. Apenas si alcanzamos, sus traductores, a seguirle el paso.
Se necesita un tubo para deslizar los escombros, aparecen soldadores y lo arman a base de tambos. Se requieren sacos para escombros, los que se proporcionan no sirven. Busquen otros. Llega una grúa. No hay contenedores. Hombres que sepan apuntalar, síganme.
El saludo “de puño” acompaña sus peticiones. Cuando le dicen “no hay”, él responde: “Cuento contigo”.
Desde el piso, con la ayuda de unos expertos, Oren Rozen monitorea la oscilación del edificio: “El edificio se mueve todo el tiempo”, dice, “por el peso de los rescatistas, por la grúa, por los temblores más pequeños. Debemos asegurarnos de que la oscilación no sea excesiva como para anunciar el derrumbe del edificio”. Indica a los topógrafos los parámetros que deben ser vigilados.
Equipos de brigadistas bajan y son reemplazados por otros. Y cuando, a las 7:00 de la noche, le pregunto a Golán si ha comido, reconoce que ni siquiera ha desayunado y que está por desmayarse, pero que sólo come Kosher. Es Rosh Hashaná y, en algún rincón de la Galilea, su familia celebra la fiesta sin él.
Afortunadamente comidas calientes Kosher llegarán a Álvaro Obregón 286 gracias a la familia de Nathan Samra.
Golán Vach seguirá en el sitio del derrumbe toda la noche y sólo se irá a la “base” (el CDI) hasta el día siguiente.
Durante toda la noche, los israelíes planearán cómo quitar los techos, cómo y dónde cortar. En los días que siguen, quitarán dos pisos completos hasta el cuarto piso. Unos días después, comenzarán a excavar desde abajo. Recuperarán cuerpos en lugares muy complicados. Conforme se excava, la estructura se volverá más frágil y más peligrosa. Muchos voluntarios abandonarán el sitio. No así los israelíes.
Dejo el sitio, exhausta, y camino por las calles abarrotadas de voluntarios. Pienso que fue un honor haber servido, aunque sea sólo un día, bajo las órdenes del ejército israelí.
El lunes por la tarde, una ceremonia se llevó a cabo en el CDI para despedir a los rescatistas de las FDI. Vach no estaba -probablemente seguía en el sitio del derrumbe. Me acerqué a Oren y le dije que le quería pedir perdón.
“¿Por qué?” dijo el joven de mirada bondadosa.
“Por no creer en ustedes, por pensar que eran hombres comunes que harían cosas comunes. Gracias por ayudarnos. Gracias, a nombre de México”.