* Se han atrevido a afirmar que el señor Nuño Mayer aseguró haber identificado a la mamá del “fantasma”, quien dijo preferir el anonimato. Vaya usted a saber, amable lector, pero la trama me parece demasiado complicada para favorecer la invención de un nuevo sol político
Gregorio Ortega Molina
El miedo y la esperanza favorecen la imaginación enfebrecida. Quien los padece juntos busca el ensueño, se da el lujo de aceptar cualquier fantasía.
Los reunidos entre el polvo y a la sombra de los escombros de la escuela Enrique Rébsamen, estuvieron necesitados de aferrarse a un motivo que las mantuviera allí, atentos, espiritualmente juntos, en oración o llenos de imprecaciones contra todo y contra todos.
Cuando Aurelio Nuño Mayer se presentó en el lugar, impelido por un cálculo político y una orden de arriba, quizá se identificó con Mario Conde, ese personaje de La neblina del olvido, y se puso en su lugar, y viceversa. Total, que perfectamente coordinados el personaje literario y el político de no ficción, pensaron lo mismo:
La sensación de degradación que flotaba en el aire alarmó el espíritu del ex policía, que percibió en la piel un temblor demasiado parecido al miedo: aquel ambiente era definitivamente explosivo, ajeno a la ciudad amable (solidaria) donde él había vivido por tantos años. Demasiadas gentes sin nada que hacer o perder. Demasiado fuego bajo una olla tapada, que más tarde o más temprano reventaría por las atmósferas de presión acumuladas.
¿Fue en ese instante que se tomó la decisión de crear la impostura de Frida Sofía? Me aseguran que así ocurrió, y todavía no acabo de creerlo, porque antes me insistieron en que toda la trama para suscitar esperanza fue concebida por los creadores de imagen de Los Pinos, con la idea de fabricarle, mediáticamente, un aura positiva al secretario de Educación Pública, para catapultarlo a la candidatura presidencial.
Lo anterior lo escucho en sucesivas reuniones con analistas y políticos de diverso calibre, y sólo uno de ellos, un joven periodista y editor con mirada idéntica a la que le atribuye Jack London a Colmillo Blanco, es el único que me asegura que todo procedió de los creativos de Televisa.
Se han atrevido a afirmar que el señor Nuño Mayer aseguró haber identificado a la mamá del “fantasma”, quien dijo preferir el anonimato. Vaya usted a saber, amable lector, pero la trama me parece demasiado complicada para favorecer la invención de un nuevo sol político.
Y luego, en lugar de dar vuelta a la página y sepultar ese fracaso bajo los escombros, instruyen al secretario de Educación Pública para que escalone, por razones de seguridad, la apertura de los planteles educativos, con el propósito de crearle imagen de administrador y político atento al bienestar de lo más preciado que pueden tener los mexicanos: sus hijos y nietos.
Los sismos de septiembre de 2017 modificaron los espacios de maniobra política a EPN. Imponer a su candidato puede resultarle algo difícil, pero siempre puede recurrir a cubrir su “necesidad” bajo un alud de billetes y acuerdos y/o arreglos, porque querría evitar que la realidad le impusiera el criterio de selección.
Pronto sabremos si el presidencialismo goza de cabal salud.
EPN resolverá como se lo impone la realidad
El presidente EPN regresó a lo que mejor sabe hacer: desde el martes último está en campaña.
La razón es sencilla: un Presidente de la República llevado al poder por el PRI, de ninguna manera puede darse el lujo de perder la residencia fiscal en Los Pinos. Ernesto Zedillo no lo perdió, lo cedió; Miguel de la Madrid Hurtado no lo conservó, “calló” al sistema en complicidad con Manuel Bartlett Díaz, hoy entenado político de Raúl Salinas de Gortari en el PT.
Sostienen que el destape del candidato priista será durante la segunda quincena de noviembre. Me pregunto si la impaciencia vencerá a la estrategia.
Todos creen que EPN elegirá a su previsible sucesor sustentado en el canon priista. No se detienen a considerar que el presidencialismo está menguante y las exigencias de la realidad superan sus anhelos y su capacidad de maniobra, tanto que si desea tener éxito la primera reflexión que ha de hacerse es: ¿buen candidato, o buen presidente? La segunda: ¿un candidato en beneficio de los mexicanos, o alguien capaz de vencer a AMLO por las alianzas estratégicas que ese hombre pueda concitar mucho antes de llegar a las urnas?
Aquel que más sume de los nombres que tiene en mente EPN, ese ganará.
Una consideración final. Con motivo del XXV aniversario del 2 de octubre busqué a Luis Echeverría Álvarez. Hábil como es, preguntó: ¿qué le parece si mejor hablamos de por qué elegí a José López Portillo? Se cerró en banda y la conversión se desarrolló sobre su sucesión presidencial.
“Debía elegir un buen candidato, y así lo hice. Que después resultó mal presidente, ya no fue mi culpa”. JLP ganó sin enemigo electoral al frente. Fue el candidato de todos aquellos agraviados por LEA, comenzando por los “chipinques”. La muerte de Eugenio Garza Sada nunca se la perdonaron.
EPN tiene la obligación de elegir un buen candidato, no puede darse el lujo de que el PRI pierda el poder. Si así ocurre, a él se le disuelve el futuro.
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