En México ha llegado la hora de aplicar una política programática de tolerancia cero contra la corrupción. El programa de Rudolph Giuliani basado en la teoría de las ventanas rotas para combatir a los grupos delincuenciales urbanos se quedó demasiado corto. Necesitamos un remedio de fondo que extermine cualquier asomo de las prácticas nocivas, del salvajismo criminal, del arrase de la corrupción.
Y es que la corrupción mexicana ha rebasado todos los códigos estructurales y éticos, ha infiltrado todas las formas de convivencia, ha destrozado todo principio de entendimiento. Cualquier grupo violento que se le trate de parecer es como niño de teta en comparación con lo que hemos observado en México los últimos años.
Los muchachos del Ku Klux Klan parecen blancos bobos aprendiendo a incendiar, torturar y masacrar. Son incapaces de poner pauta. Su universo de competencia fueron unos negros indefensos y abandonados. No hay punto de comparación con la demencia de la delincuencia organizada complicitada con el poder público en nuestro país.
La Camorra napolitana que sembró el terror en Palermo, Messina y Catania, los delincuentes organizados de la mafia suriana que asolaron Sicilia, desde Turín hasta Siracusa, no pasan de ser unas pandillas regionales abyectas y desorganizadas. La ‘Ndranguetha calabresa estaría de rodillas solicitando instrucciones. De hecho lo hace en Quintana Roo.
Corrupción mexiquita, peor que la de la Cosa Nostra
Aquélla consigna de Ronald Reagan a Giuliani, juez de Distrito de Nueva York para que le echara el guante a los herederos de la Cosa Nostra que Carlo Gambino había designado en su lecho de muerte: Paulie Castellano, John Gotti, Neil, Genovese y compañía…
… capos y comandantes de los sindicatos de la construcción y el transporte, los casinos, la droga y el juego, defensores de todos los trastupijes de la AFL-CIO, madre de todos los prejuicios, crímenes y leyendas, han pasado a formar parte del anaquel de las curiosidades. No tienen nada qué hacer contra la mancuerna gobierno-narcotraficantes que nos ahoga.
Los viejos controles efectivos ejercidos por pezzonovantes (peces gordos y padrinos) rodeados de impenetrables sistemas de lealtades, herederos de tradiciones medievales de silencio y ejecución nacidas en Sicilia por la necesidad de combatir al Imperio italiano que los atosigaba, han dejado de poner la plana. Hoy bailan al son de los capos mexicanos, ejecutores de órdenes llegadas de la Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Estado gabacho, sus auténticos valedores.
Los rostros de la corrupción imperante en México
El inmenso poder que ejercía Lucky Luciano en todos los hipódromos, desde Santa Anita, California, hasta Aguacaliente, en Tijuana –concedido por los gringos, por agradecimiento al mafioso que les consiguió el paso de Anzio hasta Roma sin derramar una gota de sangre en la Segunda Guerra Mundial para iniciar el triunfo europeo– es hoy una cantaleta de libro vaquero.
La enorme cantidad de recursos e influencia que Bugsy Siegel puso en juego para hacer de un desierto la capital mundial del juego y la prostitución en Las Vegas es un referente sin empaque. Igual los grandes centros de diversión de Frank Sinatra en Salt Lake City y los monumentos habaneros de corrupción al servicio de Meyer Lansky.
Todos los personajes tenebrosos de las cintas negras de Scorsese, Ford Coppola, Brian de Palma, Allen, Pollack o Bogdanovich, parecen salidos de comedias infantiles de Disney, cuando se quiere establecer un punto de semejanza con los rostros de la corrupción imperante en México.
Tolerancia cero de Giulianni, para pacatos y gazmoños
En su momento, cuando los burócratas dorados mexicanos empezaron a proclamar el programa de Rudolf Giuliani sobre la tolerancia cero, limitada a un asunto de buhardillas, de violencia barrial, de decoración urbana, se arrobaron con su existencia.
Sólo resaltaban sus éxitos territoriales, pero no sabían u ocultaban su enorme máquina de corrupción y sus tormentosas inclinaciones pasionales. Se entregaron sin parar en mientes con su propuesta de tolerancia cero, se rendían ante un concepto que sólo servía para apuntalar éxitos de los Padrinos republicanos que entronizaron a Bush I, II y hasta al fallido III.
Pudibundos, pacatos y gazmoños, los personajes de nuestra pobre geografía ideológica se peleaban por arrogarse la titularidad y la oportunidad de poner en práctica la franquicia de tolerancia cero, que les garantizaba –ignorancia popular de por medio– el éxito seguro de sus novedosos planteamientos.
Continuaron con la canaleta de la tolerancia cero los “gobiernos del cambio”, panistas improvisados que lo mismo querían aplicar la tolerancia cero contra los narcos menores en la frontera que contra las strippers de los table dances de Monterrey o contra las simpáticas tapatías que osaran despachar con minifalda en cualquier oficina burocrática.
Calderón la usó para proteger al Chapo, su favorito
Se llegó al extremo del ridículo, de la vergüenza ajena. Capitalizaban la indignación de una muchachita violada que quisiera abortar un feto no deseado, blandían sus armas contra cualquier encapuchado, cualquier lépero de banqueta, contra la libre expresión y contra cualquiera que no fuera y pensara como ellos. Parecía que la consigna de los blanquiazules Calderón y Fox era: tolerancia cero, intolerancia, mil.
Pero por abajo de esas hipocresías de la supuesta práctica y creencias religiosas, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa echó a andar, por designio extranjero, una guerra contra el narcotráfico que en el fondo fue la pantalla de protección a la impunidad de El Chapo Guzmán y la tolerancia inmune hacia la actividad del trasiego.
Provocó una guerra civil que ha llenado de sangre las calles y los campos mexicanos. Sólo él produjo más de cien mil muertos, salvajemente torturados, masacrados y expuestos a los ojos de la opinión pública, que recibía el mensaje de la sumisión y la cooperación con los nuevos socios del gobierno.
México, tierra de narcotraficantes protegidos por el Estado
Con las ciento cincuenta mil víctimas inocentes que ha aportado el gobiernito de Peña Nieto, suman ya 250 mil muertos mexicanos los saldos de las batallas por la insensatez y el colaboracionismo con los capos gabachos, los verdaderos dueños de ese abarrote, los que nos utilizan como campo de prácticas y cementerio de sus negocios sucios.
Ningún intento de negociación, ningún esquema, ninguna idea para sacar partido de la condición de proveedores de la materia prima, de las tierras, los laboratorios y las drogas que en principio son medicinales, con valor estratosférico en el mercado de la salud. Todo al servicio de la inmundicia, con el único propósito de obtener las comisiones y los moche$ de los entrambuliques.
México es una tierra de narcotraficantes protegidos por el Estado para todas sus actividades, necesidades y caprichos. Los narcos apuntalan la credibilidad del gobierno frente a los patroncitos extranjeros. Se coluden en el reparto, saquean las maleta$ del producto y se exponen a las reprimendas, feroces e ineludibles que vendrán sobre sus cabezas, tarde o temprano. Con eso no se juega.
Es una gran oportunidad para el nuevo equipo que surja de la elección presidencial del 2018. Ha llegado la hora de aplicar una política programática de tolerancia cero. El pueblo, ascendientes y descendientes lo agradecerán. Esto ya no aguanta mucho. Antes de que lo revienten desde afuera, ¡vamos haciéndolo nosotros!
Desterrar para siempre los espantajos de la Comisión Nacional de Seguridad, los organismos perjudiciales contra el secuestro, las policías políticas y los mandarines que sólo sirven para trapear las inmundicias del sistema, corrupto hasta la médula.
Meter mano entre los mandos superiores de las Fuerzas Armadas y del llamado control político, al servicio de las agencias gubernamentales y privadas extranjeras, con carta de nacionalidad mexicana, con permiso para matar a mansalva a quien no coopere con sus encomiendas.
Ya es hora. ¿No cree usted?
Índice Flamígero: Se entregó a los tribunales el jefe de la campaña de Donald Trump, Paul Manafort, acusado de lavar dinero –más de 18 millones de dólares–, en el marco de las actividades proselitistas del neorepublicano. Aquí huye de la justicia Emilio Lozoya, a quien se le imputa haber sido el puente para inyectar millón y medio de dólares a la campaña de Enrique Peña Nieto, se defiende, en libertad, alegando que se dañan sus derechos humanos. Allá es el Russiagate. Aquí Odebrecht. ¡Vive la difference! + + + La encuesta Latinobarómetro 2017, que se realiza entre 18 países de la región, reveló que la mayoría de los mexicanos no cree en la democracia del país y nueve de cada diez consideran que el actual Gobierno no trabaja para el bien de todo el pueblo, sino solo para beneficio de algunos grupos poderosos. A ello súmele que, más del 90 por ciento de los mexicanos no confía en el actual gobierno, de acuerdo a la encuesta del Pew Research Center, que mide el índice de satisfacción de 38 países. De acuerdo con los resultados, el bajo nivel de satisfacción de los mexicanos con su gobierno pone al país por debajo de naciones como Líbano, donde un 8 por ciento aprueba la forma de gobernar, de los africanos de Asia Pacífico y hasta de naciones que han tenido problemas en años recientes como Venezuela, donde un 25 por ciento aprueba el sistema y un 73 por ciento lo rechaza. + + + ¿Y aún así los priístas dejan en manos de EPN la designación de su candidato a sucederlo?
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