Por Aurelio Contreras Moreno
Desde que asumió el poder, el presidente Enrique Peña Nieto demostró ser un político fraguado en las más viejas costumbres del sistema político mexicano priista.
Se trata de un firme creyente en los “rituales”, las “formas” y las “señales” con los que en el pasado, en su momento de mayor poder, el régimen priista dirimía sus procesos de ejercicio del poder. Incluida la transmisión del mismo al término del plazo fatal del sexenio.
Con uno de esos “rituales”, el del “tapado”, el Presidente de México ha venido jugando en los últimos meses, lanzando señales para que se interpreten en favor de un actor político específico como el “elegido”, pero sin sacar de la jugada a ninguno de los demás que, mientras no les digan otra cosa, no dejan de hacer su “lucha” para buscar la nominación del PRI a la candidatura presidencial.
Desde la pasada Asamblea Nacional del Revolucionario Institucional, los dados parecían cargarse en favor del secretario de Hacienda y Crédito Público, José Antonio Meade Kuribreña, el principal beneficiario –aunque no el único- de la reforma estatutaria que rompió los “candados” que obligaban a ocupar primero un cargo de elección popular a cualquier aspirante a la candidatura presidencial. Y sobre todo, que abrieron la posibilidad, ésa sí completamente novedosa para el priismo, de que un no militante obtuviera la nominación al más alto cargo público de nuestro país.
Sin embargo, a pesar de esas “señales”, el régimen ha seguido jugando al “gato y al ratón”, llevando la definición sobre quién será el candidato del PRI hasta el límite de los tiempos legales y permitiendo que otros actores del peñismo, específicamente el secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, y el de Educación Aurelio Nuño Mayer, continúen alimentando sus particulares aspiraciones, para medir hasta dónde les dan.
Sin embargo, el juego es muy peligroso. A la par de resguardar el verdadero sentido de su decisión –considerando que ésta ya estuviera tomada-, Peña Nieto ha pospuesto otras definiciones tanto o más relevantes, con el objetivo de mantener abiertas las opciones en caso de tener necesidad de reacomodar sus fichas.
Por eso es que no ha nombrado al sustituto de Agustín Carstens en el Banco de México. Ha mantenido sin ocupar esa posición por si le es preciso colocar ahí, de última hora, al propio José Antonio Meade, a quien en las encuestas sigue sin considerársele como un candidato presidencial competitivo.
Ello, en detrimento de la confianza de los mercados financieros internacionales, a los que la incertidumbre respecto de la estabilidad económica de un país por cuestiones políticas suele poner demasiado nerviosos, y que es precisamente lo que ha terminado por provocar la indefinición sobre la jefatura en el banco central.
El último lance de cartas en el juego del peñismo fue el torrente de alabanzas lanzado por el canciller Luis Videgaray a José Antonio Meade el miércoles pasado, lo cual fue calificado prácticamente como el virtual “destape” del todavía secretario de Hacienda. Tanto por la gran influencia del secretario de Relaciones Exteriores dentro del círculo de Peña Nieto, como por la paliza que el mismo día recibió el secretario de Gobernación durante su comparecencia ante el Senado, sin que nadie del PRI saliera a defenderlo.
La simulación es la característica fundamental del juego del “tapado”, así que tanto Videgaray como Peña Nieto salieron a negar que ya se hubiera decidido algo en favor de Meade. “Yo creo que el PRI no habrá de elegir a su candidato, seguro estoy, a partir de elogios o aplausos”, dijo el Presidente este jueves.
Ese mismo día, la Comisión Nacional de Procesos Internos del PRI emitió la convocatoria para elegir a su candidato presidencial a través del único método que conocen para mantener la unidad: la convención de delegados. Y el registro de los aspirantes se llevará a cabo el próximo 3 de diciembre, para iniciar precampaña interna a partir del día 14 del mismo mes.
El juego del “tapado” está por terminar. Veremos si no demasiado tarde para el PRI.
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