Claudia Rodríguez
Durante casi cuatro años, no pocos denotaron que el delfín natural del presidente Enrique Peña Nieto, sería Luis Videgary Caso; el entonces secretario de Hacienda y a quien Peña profesaba aún en público, reconocimiento más que suficiente.
Pero arribó a México de manera intempestiva –y en helicóptero–, el candidato presidencial estadounidense Donald Trump, e incluso tomó por sorpresa a los anfitriones en Palacio Nacional; luego de que mediante carta diplomática abrían las puertas de México a los aspirantes republicano y demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica.
La presencia del Trump como candidato republicano en México, hizo temblar –de coraje– no sólo a Claudia Ruiz Massieu, entonces titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE); sino más importante y singinifcativo, al mismo mandatario estadounidense Barack Obama y claro, a la candidata de su partido; Hillary Clinton.
Todo ese desaguisado en donde Trump dejó claro que vino a hablar de que el muro entre México y Estados Unidos se construiría y sería pagado por México; y además que tuvo foro para hablar con el público latino de sus propuestas electorales en el marco de un recibimiento a nivel de jefe de Estado; llevó a que el mismo Obama pidiera la cabeza de quien hubiera armado tal festín para Trump; y claro, Videgaray desapareció públicamente del equipo de Peña, aunque no dejó de ver ni hablar con el presidente de México un solo día.
Pero la ruina de Videgaray quedó atrás cuando Donald Trump ganó la Presidencia a la candidata Clinton. Videgaray regresó para más amarres –o bofetada a las demócratas estadounidenses– a la mismísima SRE, y también para dirigir al PRI y a Peña Nieto en la misma sucesión presidencial.
Todo esto que para millones y millones de mexicanos se hace en lo oscurito y con tintes anticonstitucionales, para Peña Nieto y Videgaray, iba funcionando bien y de nuevo, tras el tropiezo del arribo de Trump a México.
Luego el show de la sucesión presidencial en donde el Partido Revolucionario Institucional (PRI), erige al primer priista de la nación como el gran elector –y él toma su papel tal cual.
Y aunque todo, incluso especulaciones, conjeturas, encuestas y hasta que el PRI cambiara sus estatutos de partido para facilitar las candidaturas de personas no afiliadas al mismom, apuntan a que José Antonio Meade, ahora secretario de Hacienda, será el elegido de Peña como candidato priista, resulta que al gran elector no le gustó en esto lo sobrepasaran.
Es así que en lugar de aplaudir el muy leído destape de Meade por Videgaray entre otros contendientes –Nuño, Narro, Osorio y hasta Ávila–, Peña Nieto llamó a no despistarse. Es decir, que él y sólo él será el monarca que pueda expresar “viva el rey”; en el reino priista, claro está.
Videgaray y su ego, sobrepasan normas, leyes, amistades y hasta lo hacen olvidar que la suerte lo llevó a ser un cortesano más, con poder político y económico, pero no el suficiente al final.
Acta Divina… El canciller Luis Videgaray elogia al secretario de Hacienda, José Antonio Meade y un día después, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, dice “No se despisten”. “El PRI no elige a su candidato a partir de elogios o de aplausos”.
Para advertir… En el reino del PRI, el rey para sus millones de súbditos es Peña Nieto. Que nadie le robe cámara.
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