MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Esto de los dineros sucios utilizados en las campañas políticas no es tema nuevo, sí de recurrente atención en temporada de caza, cuando partidos y candidatos salen en busca de potenciales electores y utilizan singulares métodos para atraerse sufragios.
En la paráfrasis de Álvaro Obregón, no hay quien aguante un cañonazo de 50 mil pesos. Bueno, de esos pesos de aquella época en la que apenas andaba apaciguándose la lucha armada en el país y los generales, en su mayoría iletrados, se repartían el poder.
Por supuesto, generales y altos mandos encabezados por los más avezados y estudiados, los listos e inteligentes militares que luego darían paso a los civiles en el poder, aunque éstos harían de la compra de voluntades una praxis pulida y sometida a la práctica del uso común.
Estos tiempos de acomodos y reacomodos, de sueños y aspiraciones, de grupos de poder que se disputan al poder por el poder mismo, no podían ser la excepción por cuanto a la sospecha de no estar exentos del uso de dineros de cuestionable procedencia para apisonar el camino de la campaña electoral con destino en el cargo de elección popular.
Este proceso electoral 2017-2018, considerado como el más complejo en la historia electoral del país, tiene en especialistas y estudiosos del tema a los mismos críticos y aportantes de soluciones, como suele ocurrir.
Veamos. El Instituto Nacional Electoral los convocó a un seminario de corte internacional para hablar de política y… de dinerio.
¿Y qué cree usted? Ni más ni menos que ¡advirtieron!, de los riesgos de que la corrupción irrumpa en las campañas electorales.
Por ejemplo, Juan Pardinas, director general del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) dijo que “hay rasgos muy preocupantes que se han registrado recientemente que evidencian que en México se utiliza el dinero para hacer política”.
Bueno, como ejemplo puso el caso Odebrecht. Dijo que, en 10 países de América Latina, ha tenido consecuencias judiciales y hay casos abiertos e investigaciones, pero en México no ha avanzado.
Y se quejó: “Somos Suiza porque aquí el caso de Odebrecht sí fue noticia, pero el Fiscal que lo estaba investigando lo corrieron y, ¿qué pasó? Dos días de Trending Topic en Twitter, la comentocracia, hicimos ruido, desgarre de vestiduras, artículos editoriales, algunos comentarios en radio, en tele; se le dio carpetazo al asunto y no hay ninguna consecuencia”.
Incluso dijo que son preocupantes los fallos del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación porque ha revertido decisiones del Instituto Nacional Electoral que iban en el camino de sancionar mal uso de recursos.
Incluso el controvertido juez español Baltasar Garzón dijo que la corrupción es síntoma de un fracaso institucional, por lo que se requiere un cambio de paradigma en donde se empodere a la sociedad en su combate. ¡Sopas!
Y descubrió el hilo negro: “Combatir la corrupción no sólo es una obligación del Estado, sino de todos y cada uno de sus organismos que deberán hacerlo de forma integral y coordinada. No puede cada uno disparar para donde le dé la gana, porque entonces es fracaso absoluto”.
Pero, mire usted, quien sabe mucho de esto por su carácter de consejero presidente del entonces Instituto Federal Electoral, Luis Carlos Ugalde, sostuvo que el principal problema de la democracia mexicana es el financiamiento ilegal en las campañas, uno de los puntos de origen de la corrupción en los gobiernos.
En ese ánimo, Ugalde sostuvo que todos los demás problemas, como los actos anticipados de campaña, son triviales, superficiales y secundarios comparados con la corrupción que predomina en el financiamiento de las campañas.
Y planteó: “Si no resolvemos este problema que se ha gestado en los últimos años de manera ascendente, aunque es un problema de larga duración, no va a tener resultados el Sistema Nacional Anticorrupción”.
Preocupante, no cabe duda. Pero, cómo y con qué elementos legales atender a este mal que no es privativo de partido ni candidato alguno. ¿Cerrar los ojos? ¿Dejar hacer, dejar pasar? ¿Educación cívica? La lucha por el poder mismo, contamina a todo. A todo. Conste.
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