“No lo haría ni aunque me mataran”.
-¿Que te van a candidatear para presidente de la república, Chino?
-¿Cómo la ven? Ya me la cantó el jefe.
-¡A comer mierda, cabrón!
-Y a puños.
Esa navidad no fue como las anteriores, se sumió en sus pensamientos y poca fue la atención que prestó a las bromas y conversaciones de sus familiares y amigos; la noticia le estaba cambiando la vida, era evidente que las cosas no serían ya las mismas. Quienes lo saludaban año con año en esas fechas, fueron a visitarlo a su casa paterna, ni uno más, ni uno menos, estaba a salvo de los lambiscones que pronto lo acecharían. Se guarecía a miles de kilómetros en su remota Sonora y esos aduladores se veían lejanos. De momento había que descansar y tomar aire para lo que se avecinaba.
El equipo se lo estaban conformando.
Ya le habían dicho quién sería su jefe de campaña; quien su secretario de hacienda; quien el de gobernación, el titiritero jalaba los hilos a su entera conveniencia y eso no lo traía tranquilo, no era su naturaleza permitir que los demás decidieran por él. Don Luis, su padre, se lo había inculcado desde chamaco. No en balde lo mandó a estudiar al Tec de Monterrey para que fuera un hombre de bien y que jamás tuviera que agachar la cabeza ante nada ni ante nadie. “Los principios se maman en casa y la educación, en las aulas”. Así de sencillas las cosas por acá en el norte.
Las cartas estaban echadas y él representaba la continuidad de las políticas nacionales de los dueños del país y del partido. El incipiente multipartidismo y el descontento en Chiapas habrían de formar parte de su campaña electoral y de sus planes de gobierno, pero sabía que le amarrarían las manos y no estaba dispuesto a permitirlo.
Por tercera vez, ya encampañado, recorrió todo el territorio nacional; me tocó verlo aceptar de muchísima gente humilde, una tortilla con queso y frijoles y repetirse la ración. Un vaso de agua pa´empujarselo o una soda de la tiendita. Donde se le hacía noche se quedaba, sin importarle techo, suelo o cobijas. Era México y había que sentirlo, vivirlo, olerlo. Procuraba caer temprano en los pueblos donde sabía que se despertaban con un rico café colado de talega, para que lo invitaran, para que lo reanimara y sentir más este precioso país que ahora ponía todas sus esperanzas en él. Mucho peso para mis espaldas, decía.
En una ocasión en Huatabampo, Sonora, se le acercó un niño de unos 8 años y le preguntó por su nombre:
-Luis Donaldo, ¿y tú?
-El Chino
-Pos´ya somos dos, yo también me llamo “el Chino”.
No se le despegó en los dos días que caminó por Yavaros, Huatabampito, Etchojoa y Navojoa (Él al niño).
“Las cosas no pueden seguir así, debe de haber un cambio radical del cual no enorgullezcamos todos los mexicanos y en el que todos participemos. El campo, por ejemplo, necesita que se le apoye como nunca antes se ha hecho, basta ya de demagogias y mentiras”. Pero eso sólo se lo gritaba para sus adentros. Él representaba el continuismo y había que apoquinar. O cabresteas o te ahorcas, le dijeron.
Y cabresteó.
5 llamadas y en breve cinco de sus más cercanos colaboradores abordaban cada uno un camión para dirigirse a un lugar remoto en la sierra sonorense, sin guaruras, sin choferes, sin el estado mayor presidencial pisándole los pasos. Solo el jefe estaba enterado de ese brevísimo retiro, no así del lugar. Contaba sólo con cuatro días para elaborar el discurso que ofrecería a la nación el 6 de marzo y con el que convencería a todo el país de que él y su partido eran la mejor opción para gobernar los próximos 6 años y sentar las bases para que se continuara por el mismo camino.
Pero había una piedrita en el zapato: la gente le pedía un cambio inminente y tenía que cumplir la palabra que había empeñado, él no podía representar el continuismo de una política de gobierno centralista y omnipresente. Iba contra todos sus principios. Los seis se mordieron un huevo y se pusieron a escribir, a eso fueron. La gente del lugar comento a los meses que en esos días se oyó un helicóptero aterrizar y despegar de inmediato, a todos sorprendió pero pronto lo olvidaron.
¡Con Colosio, sí!
El sábado 5 de marzo de 1994 el estado mayor presidencial recibió de manos de un piloto de la fuerza aérea, un folder con el discurso que el candidato les envió. A todos les gustó la postura del ungido y el titiritero y todo su teatro guiñol estaba de plácemes: la continuidad seguía asegurada. ¡A la victoria con Luis Donaldo Colosio!
De inmediato el recién formado gabinete organizó el aquelarre trassexenal. El continuismo estaba asegurado y las campanas pronto echarían al vuelo anunciando esta nueva era de la democracia en México. Los mexicanos seguirían con la paz y el desarrollo que tanto había costado “construirles”. El PRI representaba la única opción para México y Luis Donaldo ya no sería una preocupación.
No pudo permitírselo a sí mismo.
El mismo camión que los condujo a ese rincón de la sierra sonorense, los trasportó a sus respectivos puntos de partida. La moneda estaba en el aire y el compromiso firmado con sangre. Los demonios se soltarían pronto.
-Nos vemos el sábado en el DF.
-Sí, Chino, y no te despegues ni un segundo de ese folder.
-No lo haría ni aunque me mataran.
“Encabezaremos una nueva etapa en la transformación política de México. Sabemos que en este proceso, sólo la sociedad mexicana tiene asegurado un lugar. Los partidos políticos tenemos que acreditar nuestra visión. En esta hora, la fuerza del PRI surge de nuestra capacidad para el cambio, de nuestra capacidad para el cambio con responsabilidad. Así lo exige la Nación”.
“Quedó atrás la etapa en que la lucha política se daba, esencialmente, hacia el interior de nuestra organización y no con otros partidos. Ya pasaron esos tiempos. Hoy vivimos en la competencia y a la competencia tenemos que acudir; para hacerlo se dejan atrás viejas prácticas: las de un PRI que sólo dialogaba consigo mismo y con el gobierno, las de un partido que no tenía que realizar grandes esfuerzos para ganar. Como un partido en competencia, el PRI hoy no tiene triunfos asegurados, tiene que luchar por ellos y tiene que asumir que en la democracia sólo la victoria nos dará la estatura a nuestra presencia política”.
“Es la hora de reformar el poder, de construir un nuevo equilibrio en la vida de la República; es la hora del poder del ciudadano. Es la hora de la democracia en México; es la hora de hacer de la buena aplicación de la justicia el gran instrumento para combatir el cacicazgo, para combatir los templos de poder y el abandono de nuestras comunidades. ¡Es la hora de cerrarle el paso al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad.” L.D.C.M.
El 23 de marzo de ese mismo año, solo 17 días después de ese discurso, Luis Donaldo Colosio Murrieta, candidato del PRI a la presidencia de la república fue acribillado a mansalva en Tijuana, B.C.
México permanece aovillado en el suelo.
¡Tierrita volada y salvación para todos mis amiguitos!
René A. Rosas Islas
Lic. en Admón. de Empresas
Productor Agropecuario
Ensenada, BC