CUENTO
Joanne era una mujer de treinta y cinco años, y era muy feliz. Casada con el amor de su vida sentía dicha plena en toda su vida. Su matrimonio era perfecto…, y en unos meses más lo sería todavía mucho más, porque entonces llegaría al mundo su tan ansiado y deseado hijo. Y mientras ella y su esposo contaban los días que hacían falta para que su bebé naciese, no hacían más que debatir sobre el nombre que le pondrían.
-Si es niño se llamará como yo -decía él.
-Y si es niña ¡como yo! -exclamaba ella.
Después de una espera de dos meses -que a los dos les pareció u siglo- el bebé finalmente nació. Joanne se sentía muy exhausta por todo el trabajo que el parto había implicado, pero sabía que todo el dolor sufrido había valido mucho la pena.
Acostada en su cama abrió los ojos, y lo primero que vio fue a su esposo hablando con el médico que la había atendido en el quirófano. Pero ella no podía escuchar lo que ellos decían, el cristal de la ventana se lo impedía. Su marido gesticulaba, movía la cabeza de un lado para otro; alzaba las manos, se los pasaba por la cabeza.
-Pero si usted dijo que no había ningún problema -decía el esposo de Joanne.
-Lo sé, ¡lo sé! -contestaba el medico con tono condescendiente-. Créame que lo siento mucho…
-¿Cómo se lo voy a decir a ella? -quiso saber el esposo de Joanne.
El médico le había informado que su hijito había nacido con un problema en el cerebro, y que era algo que las máquinas para detectar alguna anomalía en el feto no había podido mostrar durante todo el embarazo de su esposa.
Luego de muchos rodeos con frases y demás, cuando su marido por fin se lo dijo, Joanne se puso como loca, y las enfermeras tuvieron que sedarla para que se calmara. Su esposo se mantuvo al lado de su cama para cuidarla. El niño se encontraba en el cuarto de cuidados intensivos, dentro de una incubadora.
-¿Qué tan grave es el problema? -le preguntó Joanne al médico, cuando éste mandó a traer a su hijito.
-Todavía no lo podemos saber -contestó él-. Todo depende de muchos factores físicos y de su propio organismo. Solamente mientras crezca sabremos qué tanto puede desarrollarse. “Vivirá”, pensó Joanne, mientras le pasaba sus dedos al rostro de su bebito. “Seremos una familia muy feliz…”
El niño vivió sin algún problema de gran importancia los dos primeros años de su vida, pero al cumplir el tercero, empezó a presentar episodios de asfixia, los cuales hacían que su cuerpo se convulsionase de manera frenética. Joanne, que hasta ahora había sabido cómo cuidarlo en las noches, empezó a desvelarse. El niño casi todas las noches presentaba el mismo problema, por lo tanto su madre tenía que vigilarlo hasta muy de madrugada…
Y un día, el esposo de Joanne, harto de vivir en estas condiciones, le anunció que se iba de la casa. “¡Tú solamente vives ahora para el niño…! ¡Lo mejor es que yo me vaya!”, le había gritado a su esposa una noche en la que ella se había levantado corriendo para ir a socorrer a su hijito. Segundos antes él la había estado acariciando. Estaban a punto de hacer el amor cuando entonces sucedió lo que todas las noches. La luz verde de la bocinita colocada junto a su cama se puso roja; éste era el signo inequívoco de que su hijito otra vez se estaba asfixiando. Joanne se había quitado de encima al cuerpo de su marido…
Ahora, sin esposo y con un hijo enfermo, Joanne sintió ser la mujer más desdichada sobre toda la tierra. De manera súbita ella sintió que su vida ya se había acabo por completo. Ella nunca imaginó de su esposo la abandonaría. Joanne no lo había culpado por irse. De haberlo hecho -como ella misma lo sabía- habría sido algo muy egoísta de su parte.
-Que te vaya muy bien -le dijo-. Ojala que encuentres a alguien que sí pueda darte el tiempo y la atención que yo ya no puedo… -Su esposo no le había contestado nada, simplemente se había ido con sus maletas en ambas manos. Luego de verlo alejarse por la calle, Joanne miró hacia el cielo y entonces se prometió a sí misma de que a partir de este día ella sería la mujer más feliz en todo el mundo. Nada, absolutamente nada, iba a afectarle su autoestima. Porque su hijito la necesitaba entera, y él sería a partir de ahora su motivo más grande para luchar día con día.
El tiempo fue pasando…, y su hijo fue creciendo. Joanne lo llevaba a terapias de todo tipo, y el niño ya presentaba enormes progresos. Todas las personas de aquel lugar admiraban a Joanne por su enorme fortaleza y paciencia de mamá. Su hijo era uno de los casos más raros. “¿Cómo le haces para ser tan fuerte?”, le preguntaban, y Joanne solamente respondía: “el amor de una madre no cnoce límites”.
Los años pasaron y el niño se convirtió en un joven. Joanne nunca se había detenido, y jamás había dejado de luchar por él. Ahora su hijo -gracias a los muchos años de terapia- ya cursaba estudios de nivel medio superior. La noticia de este gran acontecimiento en la vida del joven fue televisada en todas las noticias de su país, y también fue publicado en todos los periódicos.
El papá del ahora joven lo había visto en la tele junto a su ex esposa mientras jugaba en la sala de su nueva casa con sus dos nuevos hijos. “¿Por qué lloras, papá?”, le preguntaron los niños.. Y el señor les contestó: “Es que estoy muy contento”.
Al siguiente día -que era sábado- el señor, mientras desayunaba con su nueva familia, le dijo a su esposa que no iban a poder ir de compras que porque tenía trabajo que hacer. “Ve tú con los niños, y luego llévalos a pasear; lo siento mucho, pero necesito terminar el trabajo en la oficina…” Sus dos hijos habían protestado un poco, pero luego su papá los convenció de que se la pasaría bien si él. Luego de despedirse de su mujer y de sus dos hijos, el señor abandonó su casa y… se fue para su oficina.
Al llegar aquí él tocó la puerta varias veces…, hasta que ésta por se abrió. El señor, al ver a su ex esposa, se quedó de piedra. Joanne seguía siendo una mujer muy guapa y bella, pero lo mejor de todo era que su mirada seguía conservando aquel brillo especial.
-Ho… Hola -logró decir el señor.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó Joanne.
-Yo… yo -el señor parecía haber quedado tartamudo, no podía pronunciara palabra alguna.
-¿Quién es, amor? -preguntó una voz desde el interior de la casa.
-¡No es nadie! -gritó Joanne para que la persona dentro la escuchase-. Solo es un vendedor de esos que siempre están molestando. -Su ex esposo dibujó en su rostro una mueca de disgusto al escuchar que lo tomaban por un vendedor, pero él sabía que era lo menos que se merecía.
-Yo -empezó a decir por fin- solamente he venido para pedirte perdón. Veo que nunca debí de… -Él estaba a punto decir “abandonarte” cuando la voz adentro volvió a preguntar “¿quién es?”
-¡Nadie! -gritó Joanne al voltearse-. ¿Ahora estoy con ustedes otra vez!
-Eso ya no es necesario -dijo la voz en tono melódico-, porque ya estamos aquí contigo. -Dicho esto, la persona a quien pertenecía la voz estampó un beso en la mejilla izquierda de Joanne. Junto a él estaba la silla de ruedas con el joven hijo de Joanne. El papá del joven, al ver que otro hombre cuidaba a su propio hijo, sintió que se le hacía un hueco en el estómago… Luego de reponerse un poco ante la vergüenza que esto le causó, habló y dijo:
-Es usted un hombre muy afortunado. Veo que tiene a una mujer muy hermosa.
-¡Y a un hijo maravilloso! -añadió el hombre parado junto a Joanne. El papá del niño, al escuchar que ese señor se refería a su hijo como suyo, sintió el alma caérsele al piso. Y qué, ¿es que acaso no se lo merecía? ¿Es que acaso no lo había abandonado a su suerte, junto a su madre?
-Ah, ya lo veo -replicó el señor-. Se nota que son una familia muy feliz.
-¡Lo somos! ¿No es así, Joanne? -preguntó el hombre.
-Sí, sí que lo somos- contestó Joanne, mirando con algo de disgusto al verdadero papá de su hijo.
-Ahora, señor, si nos disculpa, mi mujer y yo tenemos que volver adentro. El programa favorito de nuestro hijo ya va a empezar, y él se molesta mucho si se pierde la mínima parte. Buenas tardes.
-Bue… -El verdadero papá del joven no tuvo tiempo para terminar de decir “buenas tardes”, porque entonces la puerta ya se había cerrado. Luego de permanecer petrificado frente a ésta unos segundos, que le parecieron horas, él finalmente dignó a retirarse; y se dio la vuelta para regresar a su nueva casa. Pero se sentía mal, su corazón le dolía muchísimo. Porque se había dado cuenta de que todavía seguía amando a Joanne, pero -como él lo sabía perfectamente- ya no había nada qué hacer. “Bien que me lo tengo merecido”, pensaba el papá del joven, mientras conducía.
Lo que es la vida. Mientras él se había comportado como un cobarde, abandonando a su esposa y a su hijo, Joanne se había quedado al pie del cañón, luchando, día tras día, año tras año, demostrándole de esta manera que EL AMOR DE UNA MADRE NO CONOCE LIMITES.
FIN
ANTHONY SMART
Diciembre/28/2017