* Hoy queda claro que una puerta de entrada de la violencia feminicida es el acoso y el hostigamiento.
Sara Lovera
SemMéxico, 1 febrero 2018.- Lo que me asombra es la desmemoria que caracteriza a quienes usan su voz para opinar en México. El movimiento contra el acoso apareció en las calles de nuestro país desde junio de 2011, con la suma de mexicanas a una iniciativa canadiense. La marcha de las putas, ¿se acuerdan?, ahí, para el asombro de quienes solamente miran a las ninis, miles de jovencitas tomaron las calles para decir #MiCuerpoEsMío; a eso continuaron varias expresiones hasta la campaña #24A sucedida en 2016.
La identificación del acoso callejero, en el transporte público; los casos de abuso y asesinato a manos de extraños, también ha movilizado, especialmente a las muy jóvenes, que en Twitter lanzaron ¿se acuerdan? la campaña #MiPrimerAcoso. Muy impresionantes los testimonios.
El acoso como fenómeno naturalizado, como algo que se practica por el poder que la sociedad da los hombres, es un asunto relacionado con la pederastia donde decenas de ministros de la Iglesia han estado involucrados; lo mismo sucede tras bambalinas en las escuelas de todos los niveles; en las universidades acosadas y hostigadas por los maestros y los jefes administrativos en la estructura laboral, incluso académica.
Elementos suficientes tenemos para evitar la trasnochada actitud de que ahora sí, ya empezamos a saber, porque las actrices de Hollywood levantaron el silencio y dijeron, como dijeron de famosos directores de cine; de ahí surgió el movimiento #MeToo, la revolución de las mujeres.
¿No se acuerdan? De la denuncia de Mia Farrow contra Woody Allen, por haber abusado de la hija de Mia, la joven Dylan.
Así en la línea del tiempo, como aparecieron las cifras de la violencia feminicida y el asesinato, ha quedado hoy claro que una puerta de entrada es el acoso y el hostigamiento. Temas que desde 1989 no han merecido la atención de las y los legisladores; de las legislaturas, con políticos y algunas políticas que sospechan de las voces de las mujeres, de las jóvenes, que han desestimado el gravísimo problema, que no es parte ni del coqueteo ni del galanteo. Sino de una costumbre del poder patriarcal, donde el cuerpo de las mujeres se considera del dominio público.
Quién no recuerda la campaña #MiCuerpoEsMío. Pues los opinadores que creen que allá, en el norte, nos ponen el ejemplo e imitamos.
Tras la marcha de Las Putas, en el gobierno de la ciudad de México se documentó el acoso en el transporte público. Antes en el mismo gobierno surgió el programa de “viajemos seguras” con los transportes rosas que fueron motivo de burlas y se consideró divisionista y exagerado. Las cifras este sexenio mostraron lo contrario.
La denuncia de que nueve millones de cibernautas mujeres han sido acosadas, han recibido ataques y ofensas, son datos suficientes para actuar.
A las señoras que este año se postularán para muy diversos cargos, habría que decirles que es hora de documentar un poco más a fondo este problema, de tomar cartas en el asunto, de hacer nuevas reglas, de abatir culturalmente, haciendo efectivas las reglas de los medios de comunicación, para enfrentar el fenómeno. Del que antes, hace mucho tiempo, no se hablaba, como cuando Hilda Anderson, dirigente de la CTM documentó como las obreras de las empresas maquiladoras de Yucatán, identificaron el acoso sexual en sus centros de trabajo. Y nadie oyó.
El acoso sexual en la legislación vigente, no tiene más que una multa insignificante y quienes deciden ir a los tribunales tienen de dos, retirar su denuncia por el infierno del proceso judicial, que acabará en una multa pírrica o mantener por dignidad y convencimiento, la denuncia y lograr que estos hombres sean castigados, a pesar de los escollos.
Y no solamente son los jueces. Ya sabemos que la impunidad es construida ahí, donde la justicia no existe, ya sabemos que el principal dique para parar la violencia contra las mujeres está en el sistema judicial, cuando se llega ahí, y ya sabemos que la sociedad, además de los poderes, consciente estos oprobios.
Pero urge hacer algo. El acoso sexual, el hostigamiento, el abuso, en todos los espacios donde se desarrollan las mujeres es una desgracia nacional, dice el INEGI que es un asunto de salud pública, forma parte del asombro de los gobiernos, de cómo se han construido las formas de relacionarse en la vida cotidiana. Los hombres no se frenan.
No son suficientes, por ahora, los protocolos y las previsiones. Por ejemplo, el acoso y la violencia política están clarísimas. Las mujeres estamos documentando hechos, las legisladoras tendrán que actuar, y las políticas con puesto, tienen que darse cuenta de que este es un problema de la democracia y el buen vivir. Dejar a un lado los prejuicios, es una revolución en la que tenemos que trabajar.
saraloveralopez@gmail.com http://semmexico.com/nota.php?idnota=3940