* La intimidad siempre ha estado amenazada desde el poder. A espías y gobernantes les interesa saber lo que se hace y dice a sus espaldas, sobre todo cuando de líderes intelectuales, políticos, sociales y empresariales se trata. Quieren, necesitan saberlo todo, para conjurar cualquier amenaza
Gregorio Ortega Molina
Me deja perplejo la nota informativa de El País, en ella se da cuenta de que un cine director francés vende, por medio de una subasta, las cartas a él enviadas por Simone de Beauvoir durante su amasiato y después.
Poco importa lo que en ellas se aborde, porque hacerlas públicas no es delito, ni siquiera muestra de mal gusto. Lo que me deja helado es su venta. ¿Debe la intimidad ser objeto de comercio? ¿No era más elegante y mejor una donación, para que, como al fin ocurrió, quede el correo de ida de esa correspondencia como objeto de estudio para los investigadores del feminismo impulsado por la corresponsal de Claude Lanzmann, o por los interesados en profundizar más en la convivencia existencialista entre Juan Paul Sartre y la señora de Beauvoir?
Es un asunto de “elegancia” y de valores, o ¿tan mal está económicamente el vendedor de esas cartas? ¿Qué ocurre con las respuestas? ¿Están en el archivo de correspondencia de Simone de Beauvoir? ¿Las atesoró Claude Lanzmann, con el único propósito de venderlas cuando requiriera de dinero para su fondo de retiro?
Partamos de un hecho esencial: la intimidad siempre ha estado amenazada desde el poder. A espías y gobernantes les interesa saber lo que se hace y dice a sus espaldas, sobre todo cuando de líderes intelectuales, políticos, sociales y empresariales se trata. Quieren, necesitan saberlo todo, para conjurar cualquier amenaza.
Las redes sociales lo facilitan. Las escuchas están a la orden del día, porque los “interceptores” de las conversaciones íntimas todo lo dejan al oído ajeno; en cuanto a la correspondencia, en cárceles, escuelas, monasterios, conventos, hospitales “psiquiátricos” y oficinas de gobierno, siempre fue interceptada y censurada, cuando había en ella un interés particular.
No asusta lo que Simone y Claude pudieran decirse en el papel, lo que molesta y desagrada es su comercio. Es poco elegante, repito, por decir lo menos.
Dice la nota: “Claude Lanzmann tenía 27 años cuando se convirtió en el amante de Simone de Beauvoir, de 44, en julio de 1952. Ninguno ocultó jamás una relación que se prolongó durante siete años y que la escritora y filósofa conjugó con la que mantenía y siguió manteniendo con Jean-Paul Sartre hasta la muerte de éste. Lanzmann, director de la monumental película sobre el Holocausto, Shoah, en 1985, y además uno de los documentalistas más respetados del mundo, no fue el único amante de la autora de El segundo sexo que, como Sartre, preconizaba las relaciones abiertas. Pero sí fue el único con el que Beauvoir llegó a convivir, algo que ni siquiera hizo con el impulsor del existencialismo.
“Pasado el amor, quedó la amistad, que se prolongó hasta la muerte de Beauvoir, en 1986. Y 112 cartas de “amor loco” que la autora de Memorias de una joven formal le escribió a lo largo de los años de su relación, sobre todo durante sus viajes, y cuya existencia se desconocía hasta ahora, a pesar de la fama epistolar de Beauvoir. Las misivas, de las que apenas empiezan a conocerse algunos extractos, han sido vendidas a instancias de Lanzmann por la casa de subastas Christie’s a la biblioteca Beinecke de libros y manuscritos raros de la Universidad de Yale, por un monto no revelado”.
¿Es necesario saberlo todo? ¿Puede o debe usarse ese conocimiento de la intimidad? ¿Nos explica a los corresponsales, a nosotros en nuestra insaciable curiosidad? Me doy, no entiendo.
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