* Contribuyó a transformar el quehacer político de esta nación, creó instituciones, como palanca de Arquímedes modificó la relación entre los poderes Legislativo y Ejecutivo, pero continuó fiel a él mismo: es el centro, debe serlo, y manifiesta gratitud a su conveniencia
Gregorio Ortega Molina
Procede mal Porfirio Muñoz Ledo al ser selectivo con su memoria, porque se daña a él mismo al intentar una tergiversación de su historia personal, y porque muestra una faceta característica de los políticos preteridos empeñados en hacerse un rinconcito de historia: la ingratitud.
Contribuyó a transformar el quehacer político de esta nación, creó instituciones, como palanca de Arquímedes modificó la relación entre los poderes Legislativo y Ejecutivo, pero continuó fiel a él mismo: es el centro, debe serlo, y manifiesta gratitud a su conveniencia, no fuera a lastimarse su imagen al descubrirse que fue colaborador de Revista de América, publicación en la que abordó el tema del 68 mexicano.
Historia oral adquiere la dimensión de una mistificación de él mismo, al esforzarse en olvidar su cercana relación con Emilio Uranga, Oswaldo Díaz Ruanova y Gregorio Ortega Hernández. Puesto que para él dejaron de existir, le resulta fácil modificar la oralidad de su quehacer en la vida, que es fundamentalmente un quehacer político en su expresión clásica: servir al Estado. Ello implica someterse al poder, y así lo hizo mientras hubo de obedecer, hasta que decidió interpelar a Miguel de la Madrid Hurtado, que es la puerta que se abre al cambio logrado en la elección intermedia de 1997. El Congreso dejó de ser el juguete del presidente de México.
Pero en el aspecto esencial de la historia personal de un político, Muñoz Ledo se miente a él mismo, al deshacerse de la figura, del agradecimiento debido, a la persona que le abrió la puerta de los pasillos del poder, por el cual transitó a partir de la campaña de Luis Echeverría Álvarez. No fue Ignacio Morones Prieto, entonces director del IMSS, quien lo llevó de la mano con el candidato del PRI, y él lo sabe bien, pero parece que decidió olvidarlo.
Por comportarse como un ingrato, han sido ingratos con él, y quitaron de entre los retratos de los presidentes del CEN del PRI el suyo, como también lo hicieron con los retratos de los secretarios de Educación Pública, y con su imagen enterraron el mejor programa educativo que se haya propuesto después de lo hecho por José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet. Le tuvieron miedo a la esencia del cambio en México, que es la educación, y por eso lo echaron a la basura.
Como él echó a la basura de su memoria la negociación en que debió adentrarse para convertir en gobernador de Nayarit a Rogelio Flores Curiel, a pesar de haberla perdido en las urnas. ¿Por qué no la incluyó en su historia oral? La olvidó.
Porfirio Muñoz Ledo sabe que el Estado es una deidad civil exigente y celosa, y en esas condiciones lo sirvió. Retractarse de parte de lo que fue no lo hace más digno de nuestra memoria. Lástima. Por eso no llegó a presidente, porque nunca dio el peso.
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