CUENTO
Una bolsa de nailon transparente era arrastrada por el aire a través de esa calle llena de baches. Ella observaba cómo la bolsa iba y venía entre saltos y caídas. Hacía días que el aire venía soplando así de fuerte. La mujer joven pensaba que, más que parecer el mes de febrero parecía abril. Y, de repente, la bolsa se le pegó a sus piernas. Ella entonces se inclinó para apartársela, pero justo cuando estaba a punto de tocarla, el aire nuevamente volvió a soplar con toda su fuerza y arrancó la bolsa para otra vez ponerla en el aire. “Ah, ¡qué hermoso vuela”, observó la mujer joven al detener sus pasos.
Su mirada era deleitada por las acrobacias que la bolsa hacía. Ella lo disfrutaba como una niña. La bolsa ascendía, cada vez más y más alto. Y de repente, el sol le hizo arrugar la cara. La bolsa se había cruzado frente a éste. La joven entonces bajó la vista, y no supo si lo que veía era verdad, o si solamente era un espejismo creado por su ceguera instantánea. Un coche se acercaba -a paso de tortuga- hacia ella. Siguiendo sus instintos rápidamente se frotó los ojos para ver mejor, y sí; el coche era real.
“Creo que los baches me han salvado la vida hoy”, reflexionó la joven al mirar cómo las llantas del coche entraban y salían de esos enormes huecos. “De no ser por ellos, tal vez y el coche me habría arrollado”. “¡Pero qué distraída me he puesto con todo esto.” “Será mejor que me apresure, o los niños se pondrán furiosos conmigo…”
Eran aproximadamente las doce el día, y ella, como todos los días, regresaba de comprar las tortillas. Sus tres hijos la esperaban en casa para comer. La mujer joven entonces aligeró sus pasos, pero el coche enseguida la alcanzó.
-Disculpe –dijo una voz cuando el cristal estuvo bajado. La mujer, al mirar a la persona que le hablaba, casi se desmaya. “No puede ser…”, empezó a pensar ella para sus adentros. “Por favor, ¡por favor!, ¡que no me reconozca!” -Estoy buscando la calle número… -La voz se detuvo en seco, y dijo-: ¿Claudet? ¿¡Eres tú!? –La mujer joven miró de un lado para otro de la calle, solo porque sí. Ni siquiera ella misma sabía qué reacción tomar, o cómo conducirse ante la persona que le hablaba. El viento, de manera súbita, había aminorado su fuerza. Ella –que en efecto se llamaba como aquella voz había preguntado- no sabía qué responder. Y justo cuando estaba a punto de decir que sí, él nuevamente preguntó:
-¡¿Te acuerdas de mí?! “¿Qué si me acuerdo de ti?”, pensó ella con dolor. “¡Cómo no podría acordarme de ti!, si…” Cuando Claudet se dio cuenta, su mente ya estaba de regreso en aquel pasaje de su adolescencia.
-Ja ja ja. ¡No me hagas reír! –Pidió ella al muchachito que tenía enfrente-. ¡Pero cómo se te ocurre pensar que yo podría ser tu novia, si tú no eres más que un pobretón! ¡Qué! ¿Es que acaso en tu casa no hay espejo? ¿Yo ser tu novia? ¡Por favor! ¡Primero mírate, y luego mírame a mí! –Su voz había estado llena de desdén.
Claudet siempre había sido la muchacha más bonita de su salón, y también la que mejor vida tenía. Su padre era médico, y su madre abogada. Todos sus demás compañeros eran hijos de campesinos, así que ellos nunca vestían las ropas bonitas que ella sí. Claudet despreciaba a los que no eran su igual, aunque de cuando en cuando se permitía platicar con otras niñas que no eran de su nivel. Cuando esto sucedía era porque se sentía “sola”.
La vida da muchas vueltas, pero la niña bonita nunca supo esto. Así que un día, sin previo aviso, la desgracia tocó a su vida. Su padre venía de una conferencia médica en la ciudad. La mamá de Claudet había insistido en acompañar a su esposo. Los dos se encontraban en la mitad del camino cuando entonces su papá decidió rebasar a un auto que venía adelante. El señor pisó el acelerador y el coche se salió de su carril. Todo lo demás fue cuestión de tiempo y distancia. Un coche venía muy próximo en el otro carril que el señor había invadido. Cuando éste se dio cuenta, enseguida pisó los frenos, pero el espacio no bastó, así que su vehículo de plano fue a estrellarse contra el otro. Ambos sobrevivieron a este choque, pero no las personas que venían en el otro auto. Todo lo demás sucedió muy rápido
Los padres de Claudet quedaron en la bancarrota. Todo el dinero que tenían ahorrado lo emplearon en resarcir los daños ocasionados. Los parientes de las personas muertas –cuando se enteraron de que el accidente fue causado por una imprudencia del señor- buscaron la manera de hacerle pagar de más por la muerte de sus seres queridos.
Lo que vino después sucedió como una especie de maldición. Si antes todo fue hermoso en la vida de la joven bonita, ahora todo pasó a ser horrible. Ya sin dinero sus padres, no les quedó más remedio que dejar de mandar a su hija a la universidad.
-Veo que te ha ido muy bien –dijo Claudet, tratando de ocultar su vergüenza.
-No me puedo quejar –contestó el hombre dentro del coche-. No he hecho más que estudiar y trabajar desde que terminé la secundaria. Y tú, dime, ¿qué has hecho? –Claudet suspiró, hondamente.
-¿Yo? –Se apuntó con el dedo-. Yo. Pues me casé y… tuve hijos.
-¡Qué suertuda! Has de ser muy feliz. Y dime, ¿quién ha sido el afortunado?
-¿El afortunado? Ja. Si yo te contara. El muy desgraciado me ha abandonado. Ahora yo soy la que tiene que ver cómo hacerle para mantener a mis tres hijos… “¡¿Tres hijos?!”, preguntó su interlocutor. “Sí, escuchaste bien, ¡tres hijos!”. -Y tú, ¿tienes hijos? –terminó por preguntar Claudet.
-No, ¡para nada! –El hombre hizo una pausa, y luego de que sus dedos apretaran la guía, añadió-: Desde que me rechazaste aquella vez, me juré a mí mismo que nunca me casaría. Y ya lo ves, ¡he cumplido mi promesa! –Claudet, de repente, había dejado de sentirse muy tensa, así que no le importó preguntar el por qué.
-¿En verdad quieres que te lo diga? –El hombre miró hacia el frente, sus dedos tamborilearon sobre la guía misma, volvió a mirar a Claudet y, finalmente dijo:
-Yo te amaba. Es por eso que esa vez quise jugármelas todas. Y aunque sabía que mis posibilidades eran nulas, tenía que intentarlo. Fui y te lo dije: “¿Quieres ser mi novia?” ¿Y qué fue lo que me contestaste? Que yo no era más que un pobretón. ¿Te acuerdas?
-¡Perdóname! –Pidió Claudet-. Solamente…, solamente éramos unos mocosos de secundaria! ¡Cómo iba yo entonces a saber que me amabas! Si yo te contará la verdad –añadió ella, muy reflexiva.
-¿Qué verdad? –preguntó él.
-Que tú también me gustabas.
-No, ¡me estás mintiendo!
-No, ¡te estoy diciendo la verdad! -Ahora ella sonreía como una tonta.
-Entonces, ¡por qué lo hiciste!
-¡Por qué más va a ser! Fue por pura vanidad. Me creía tanto que no me importaba lastimar a los demás. ¿Te acuerdas como los despreciaba a todos…? Si ellos me mirasen ahora, vestida como voy vestida, y con el aspecto que tengo, estoy segura de que no dejarían de burlarse de mí para hacerme pagar por todos mis desplantes. Estoy segura de que dirían: Ah, ¡Miren! ¡Dónde ha quedado la niña bonita y riquilla!
-No seas tan cruel contigo –le pidió el hombre del vehículo.
-Es la verdad –Contestó Claudet-. ¡Me merezco esto y más!
-Oye –le dijo su antiguo amor de secundaria-. He venido al pueblo de paseo, y me quedaré unos días aquí. Me estoy hospedando en el hotelito que hay en el centro. Si sabes cuál es, ¿no?
-Ja –se burló ella-. Como si esto fuese Nueva york. –Su cabeza había apuntado hacia los baches-. ¡Cómo no voy a saberlo! ¡Por supuesto que sé cuál es!
-Pues entonces, allí es donde me estoy hospedando. Dime –siguió él hablando-. ¿Qué harás esta noche?
-Emm. ¿Esta noche? A ver, déjame ver –Contestó ella pensativa-. Creo que me iré a un baile de gala…, y seré la cenicienta.
-¡Ya! –le pidió el hombre-. ¡Ya deja de estarme tomando el pelo! Te estoy hablando en serio.
-Pues qué se supone que vaya yo hacer en un pueblito así, y con tres hijos. ¡Obvio que quedarme en casa!
-¿Y no puedes salir?
-No, creo que no. El más pequeño de ellos siempre llora cuando ve que no estoy.
-Entonces te propongo una cosa. ¿Aceptas?
-¿De qué se trata?
-¡Te invito a cenar! Yo llevo la comida a tu casa, y así cenamos con tus tres hijos.
-¿Qué? –Preguntó Claudet incrédula-. ¿Y se puede saber el motivo? ¿Acaso es tu cumpleaños?
-No, pero está muy cerca. Mira… –De repente él tocó la mano de Claudet y ella enseguida sintió una especie de choque eléctrico recorrer todo su cuerpo. Su corazón empezó a latir más de prisa. Ella –que no se lo esperaba- descubrió que el hombre que ahora le hablaba había despertado en su ser dormido unos sentimientos muy bonitos. “No puede ser”, pensaba mientras le miraba el dorso de la mano. “No puede ser verdad lo que estoy ahora sintiendo…”
-¡Despierta! –exclamó el hombre, y Claudet retiró su mano. Otra vez estaba avergonzada, y también un poco nerviosa.
-Perdón, ¿qué decías?
-Que… si… aceptas… a… que… te… invite… a… cenar… a… tu… casa…
-Ah, eso. Por supuesto. Si tú lo dices, por mí eres bienvenido. Solo después no vayas a salir corriendo. Porque déjame aclararte de una vez que los niños son como unos monstruitos.
Nunca se están quietos, son muy traviesos. Es por esto que no los traigo ahora mismo conmigo.
-Me dará mucho gusto conocerlos –contestó el hombre del coche lujoso…
Ese día, cuando Claudet llegó a su casa, no dejó de pensar en su pasado. Todo parecía ser parte de un cuento inventado. Ella, la niña más bonita de su salón, no dejaba de pensar que si pudiese regresar al tiempo habría actuado de manera distinta. Habría sido menos creída, menos altiva, más normal. Pero ya no se podía. Y mientras sacaba de su ropero viejo su mejor vestido, no dejó de cantar con alegría una canción que ella misma había inventado horas después de que el hombre del coche lujoso la dejase en la puerta de su casita humilde: “Cuando el amor regresa, cuando el amor regresa, ella puede olvidar que hizo mal alguna vez… Cuando el amor regresa, cuando el amor regresa, ella vuelve a sonreír para ser feliz otra vez…”
FIN.
ANTHONY SMART Febrero/03/2018