¡Qué doblen las campanas!
¡Qué rujan las tormentas!
¡Qué cimbren las montañas!
¡Qué rasguen sus entrañas!
¡Qué sufran lo indecible!
¡Qué abonen con su vida!
¡Qué clamen su justicia!
¡Y paguen con nuestra vara medida!
¡Qué encuentren un rescoldo!
¡De flamas hirientes!
¡Y con lágrimas de lodo!
¡Purguen eones, eternos penitentes!
¡Qué sangren por cada niño, anciano, mujer y hombre!
¡De la raza de bronce, por su ambición degollada!
¡La fuente de la vida, por ellos quebrantada!
¡Qué caigan de rodillas y ardan en su nombre!
¡Qué rompan el silencio, qué crujan los candados!
¡Qué estremezcan de las tumbas los gritos descarnados!
¡Alaridos de millones de almas en pena y miserables!
¡Y revienten los oídos de jerarcas y esclavistas seculares!
¡Levanten malditos su torva mirada!
¡Resuene de angustia y muerte la tonada!
¡Qué les ciegue lentamente su terrible obra!
¡De todas las víctimas que el destino por fin les cobra!
¡Qué algún día la justicia!
¡Derribe la indignidad del perdón!
¡Aquel perdón que cobija y desquicia!
¡Al ruin, al sátrapa, al rico y al ladrón!
¡Qué pronto despierten del largo letargo!
¡Qué a sus dioses les señalen increpando!
¡Qué abran los ojos, la mente, al cruel embargo!
¡De falsos santones charlatanes cual serpientes reptando!
¡Qué acepten que en los malditos templos del mago Simón!
¡No se encuentra la bendita equidad!
¡Ni en la caridad, ni en la alabanza, ni en la resignación!
¡Sino en la tierra y en la humanidad!
¡Qué miren al suelo, a la tierra ensangrentada!
¡Qué resistan el encanto de quimeras enaltecidas!
¡Qué recuerden su historia, la historia enlutada!
¡Por cabezas altivas terminando por pactos envilecidas!
¡Qué aquellos que por omisión o acción!
¡Infanticidas son, y además sujetos al perdón!
¡No encuentren camino a la paz sin justa condición!
¡Y qué jamás su prole olvide semejante aberración!
¡Malditos aquellos, malditos mil veces!
¡Qué bajan la luna y prometen la gloria!
¡Qué mienten, engañan, con esperanzas de arneses!
¡Qué rebasan la fe y la colman de oprobio con la misma escoria!
¡Obstruyen al juicio con grueso blindaje,
de dulces sentencias y feliz desenlace,
que infausto el coraje, la rabia enfilada,
para perpetuar la voluntad coaccionada..!
¡Qué doblen las campanas!
¡Qué rujan las tormentas!
¡Qué cimbren las montañas!
¡Qué rasguen sus entrañas!
-Victor Roccas.