Javier Peñalosa Castro
Esta semana terminó la etapa de las llamadas precampañas presidenciales y entró en vigor la supuesta veda —o intercampaña— en la que quienes suspiran por la silla presidencial deben limitar hasta un punto no muy claro su visibilidad y sus apariciones públicas, so pena de perder el registro o recibir una gran multa —que rara vez habrá de hacerse efectiva—.
De todos los suspirantes, sólo Andrés Manuel López Obrador se ha mantenido al margen de toda tentación, y ha pedido al INE que aclare cuáles son los límites de la actuación de los precandidatos durante este periodo que se prolongará hasta finales de marzo, y en el que se nos está saturando con anuncios emitidos por los partidos a título institucional y por mesas de debate en las que participan representantes de las tres mayores coaliciones.
Tal es el caso de las mesas organizadas por Carlos Loret de Mola en su noticiario matutino del Canal 2 de Televisa, con la participación de Tatiana Clouthier, la insospechada coordinadora de la campaña de Andrés Manuel López Obrador, el dirigente nacional del PAN, Damián Zepeda, y Aurelio, El Niño, Nuño, anticlimático, marrullero y gris coordinador de la aparentemente insalvable campaña de José Antonio Meade.
Confieso que no había seguido a Tatiana Clouthier a su paso por la política y que me sorprendieron gratamente su elocuencia, su orden mental y la claridad que tiene sobre la trascendencia de la campaña en la que participa para lograr un verdadero cambio, luego de haber vivido la decepción que significó la llegada al poder de Vicente El Alto Vacío Fox, quien traicionó la confianza de la sociedad mexicana, que se volcó a las urnas engañada por las valentonadas del zafio ranchero guanajuatense, quien ha mostrado que es el más acomodaticio de todos los políticos mexicanos y, a casi tres sexenios de su llegada al poder, con todo para hacer historia, no deja de decepcionar con sus ataques viscerales a López Obrador y su apoyo incondicional —que más raya en la abyección y el servilismo— hacia los que percibe como poderosos —de manera señalada, los priistas Peña Nieto y José Antonio Meade, en aras de seguir conectado a la ubre presupuestal, que desde que probó, no quiere soltar.
En este foro, Tatiana ha estado más que a la altura y se está convirtiendo en un activo de enorme valor para la campaña del tabasqueño quien, sin duda, lejos de perder puntos durante el “medio tiempo” de las campañas, podría ver ampliada la ventaja que tiene ante Ricky Ricón Anaya y José Antonio Yo Mero —más bien el pobre, habrá de quedar en Ya Mero— Meade.
El representante de Anaya, Damián Zepeda, también se ve despierto y con buenos reflejos para responder a los golpes fallidos que —con prácticamente nula fortuna— busca propinar El Niño Nuño a sus homólogos en las tertulias promovidas por Loret. Zepeda está lejos de la habilidad de Tatiana, pero se ve que aprende rápido y que también entregará buenas cuentas al candidato panista que abandera a la variopinta coalición de ese partido con lo que queda del PRD de los Chuchos y del engendro naranja de Dante Delgado.
Nuño, por su parte, ha contribuido, a la par del inefable Enrique Ochoa y de su Niño Maravilla, Mikel Arriola, autoproclamado defensor de los valores más rancios de la ultraderecha, al desplome de las simpatías electorales de Pepe Mit, quien en una encuesta publicada esta semana por el nada proPeje Reforma, apenas levanta 14 por ciento frente al generoso 25% que este ejercicio demoscópico concede a Anaya y un subestimado 32% que atribuye a AMLO.
Aparentemente, más allá de la innegable antipatía e incompetencia de Nuño, los jaloneos internos dentro del PRI por las candidaturas en disputa y por el manejo de la campaña del candidato externo han causado daños que parecen insalvables a la imagen del candidato, que si no logró despegar en las preferencias populares durante estas semanas, menos podrá lograrlo durante el periodo de “intercampaña” ni en la recta final, por más que el gobierno peñista “invierta” para lavarse la cara y tratar de proyectar una imagen de eficiencia y bienestar que nadie habrá de tragarse a estas alturas del partido.
Así, por más que Alfredo del Mazo anuncie que finalmente otorgará el llamado salario rosa a mujeres mexiquenses a través de una tarjeta que se ligó a la compra de voto durante la campaña que acaba de concluir —no en balde Meade expresó hace unos días que del Mazo sería su inspiración—, o que el impresentable Ruiz Esparza, exonerado de los escándalos del socavón, del concurso fallido para la construcción del tren México – Querétaro, de las concesiones sin límite a empresas consentidas como OHL y Grupo Higa, se la Estafa Maestra y de un sinnúmero de amaños más, parece punto menos que imposible que la suma de estas estratagemas de propaganda sea capaz de otorgarle el triunfo al candidato “ciudadano”.
Durante la semana que concluye Peña Nieto advirtió que no dejaría de “exponer los logros de su administración”, en clara referencia a que no piensa acatar la veda a la promoción con tintes partidistas, pase lo que pase.
En este contexto, parecen el colmo del cinismo las declaraciones del presidente del PRI, quien se atreve a culpar a López Obrador de las crecientes expresiones de violencia que se multiplican por el país, con la misma cachaza con que antes lo quiso relacionar con el infame Nicolás Maduro y con los “comunistas” rusos. Sin embargo, aparentemente en las condiciones actuales del entorno político que vive México, los intentos de desacreditar o de levantar infundios al puntero no harán sino fortalecerlo.
En contraste con la desesperación de Peña y sus cercanos, llama poderosamente la atención que, más allá del oportunismo de algunos personajes que antes se proclamaron enemigos jurados de López Obrador —como el senador panista Roberto Gil Zuarth—, niegan que el líder moral de Morena sea un peligro para México y llaman a escuchar su propuesta, en tanto que el secretario de la Marina asume y acepta la posibilidad de un cambio de régimen. Todo apunta pues a que el primero de julio se confirmará lo que millones de mexicanos esperamos, y habrá de quedar atrás la era de la alternancia gatopardista.