Por Mouris Salloum George*
Desde Filomeno Mata 8
En la lista de los grandes enigmas criminales del México contemporáneo aparecen cinco atentados sobre los que la opinión pública no se ha sentido informada satisfactoriamente: Las muertes de Manuel Buendía, cardenal Posadas Ocampo, Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruiz Massieu y Enrique Salinas de Gortari.
No son de menor magnitud los “providenciales” carreterazos en los que murieron Manuel de Jesús Clouthier del Rincón y José Ángel Conchello. No se agota la lista. Los nombres trascritos sólo ilustran el fenómeno funeral.
Vinculados esos crímenes a la actividad eminentemente política (Buendía tenía como especialidad del periodismo político), la lógica forense indica que los pasos de aquellos personajes fueron rigurosamente seguidos hasta el escenario y la hora del mortal desenlace.
El conocimiento de la agenda pública y privada de las víctimas potenciales y finalmente ejecutadas tuvo que pasar por tareas de espionaje profesional y su resultado fue producto de un plan premeditado y deliberado.
La mano negra de “agentes del Estado”
En el caso de las más recientes agresiones contra periodistas y comunicadores, organismos no gubernamentales nacionales y extranjeros han acusado tercamente que en la comisión de esos atentados ha estado presente la mano de agentes del Estado mexicano.
El tema nos lo motiva un hecho más cercano. En junio de 2017 se hicieron denuncias públicas de periodistas e investigadores sobre prácticas de corrupción en el sentido de que estaban sometidos a un sistemático espionaje, obviamente con fines disuasivos y represivos.
Ya no se trataba ahora de los viejos “reporteros” del Bucareli news, sino de un ingenio cibernético encriptado en aparatos celulares capaz de capturar mensajes de texto, contactos y calendarios, y grabar conversaciones e imágenes con micrófonos y cámaras a distancia.
Ese sistema se identificó como Pegasus. Un programa digital patentado en el extranjero y comprado por el gobierno mexicano, por lo que se oculta hasta ahora, para fines no especificados; o dicho con más propiedad, no clarificados.
Sospechas sobre una “indagatoria simulada”
De las denuncias tomó nota (nada más) la Procuraduría General de la República. Han pasado casi 200 días y los sabuesos de esta dependencia aparentan no encontrarle la cuadratura al círculo.
El pasado martes, el diario The New York Times lanzó una piedra ardiente al tejado del gobierno de Enrique Peña Nieto.
Reveló esa influyente publicación que la PGR solicitó asistencia científica a diversas dependencias de Inteligencia y policiales de los Estados Unidos. Filtraciones de esas fuentes argumentan que para indagatorias de esos casos no se requiere más que un título básico en ciencias computacionales e informáticas.
(Dicho por nuestra parte, desde la década de los ochenta México dispone de cuadros profesionales calificados en esas materias; muchos de ellos con posgrados en Japón o Alemania.)
Por lo escrito en el diario neoyorquino, la suspicacia de funcionarios estadunidenses consultados induce a pensar que la solicitud de asistencia de la PGR tiene como propósito obtener el aval a una indagatoria simulada como salida a la exigencia de las víctimas del espionaje.
No es espionaje; es “seguimiento”
Al correr febrero, aspirantes a la presidencia denunciaron también ser objeto de acoso de agentes del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), agencia del Estado Mexicano bajo gestión de la Secretaría de Gobernación.
El titular de esa secretaría, Alfonso Navarrete salió al paso afirmando que nada de espionaje; solo seguimiento y dio el asunto como “cosa juzgada”. De ese tamaño es la democracia mexicana.
*Pd: Pegaso como “caballo alado” resulta muy poético. Pegaso como constelación boreal parece más climático en esta era de comunicación satelital. Ésta es sólo una cápsula cultural. Vale.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.