Por Aurelio Contreras Moreno
El escándalo por las operaciones de presunto lavado dinero con el que Ricardo Anaya Cortés se habría beneficiado con más de 50 millones de pesos, junto con los otros que le han hecho explotar desde que iniciaron las actividades de proselitismo, tienen al candidato presidencial de la coalición “Por México al Frente” a punto del naufragio electoral, sin haber iniciado oficialmente las campañas. Y con él, a los tres partidos que lo postulan.
Si bien los reiterados señalamientos que involucran a Ricardo Anaya en presuntos actos de corrupción son claramente producto de una estrategia política para desacreditarlo y “bajarlo” de la contienda presidencial, finalmente están comenzando a hacerle mella ante la opinión pública, pues ha quedado expuesto como un personaje sin escrúpulos, que miente sin ruborizarse y al que cada día le aparecen más cadáveres en el closet, sin que sus explicaciones alegando inocencia sean verdaderamente satisfactorias.
Pero el problema de Anaya es de origen. Viene desde la manera como se impuso, primero como dirigente nacional del PAN y luego como su candidato presidencial: a través de un estilo porril, golpeando a sus contrincantes y traicionando a sus aliados dentro de su mismo partido. Eliminando el debate y la competencia internos que tradicionalmente habían caracterizado la toma de decisiones en el blanquiazul, y erigiéndose como un pequeño dictadorzuelo que apareció solo en las boletas de la elección interna. Al más puro estilo del PRI.
Era inevitable que esa manera de conducirse políticamente tuviera consecuencias. La más costosa para su partido fue su balcanización. La ruptura con el grupo del ex presidente Felipe Calderón Hinojosa, que llevó a renunciar al PAN a su esposa Margarita Zavala, ha sido más dañina para la causa panista de lo que se atreven a reconocer. Y no por lo poco o mucho que valga o influya el calderonismo dentro de ese partido, sino por lo que han hecho en contra del abanderado presidencial. Con “una pequeña ayuda” de sus “amigos” en Los Pinos.
Aunque la voz cantante en la campaña mediática y judicial para descarrilar a Anaya la lleva el PRI, las formas y métodos son muy propios de los calderonistas, que tampoco son unas “peritas en dulce” para eso de jugar sucio. De hecho, el uso faccioso de las instituciones públicas para atacar a un contendiente político es una práctica que ya desplegaron antes. En 2006, para ser precisos.
Lo que se percibe es una alianza de facto entre los calderonistas con un PRI descafeinado con el objetivo de destrozar, en primer término, al candidato presidencial del PAN-PRD-MC, que terminó el periodo de precampaña en segundo lugar en las encuestas. Y después, ver si les alcanza para llegar contra el puntero, Andrés Manuel López Obrador, que mientras tanto disfruta del espectáculo.
No se puede ignorar el hecho de que el candidato del PRI a la Presidencia, José Antonio Meade, fue integrante “distinguido” del gabinete de Felipe Calderón, al igual que el más feroz de sus actuales voceros, Javier Lozano Alarcón. La información que ambos poseen -el primero gracias a su paso por la Secretaría de Hacienda y el segundo por su propia relación con los panistas inconformes con las imposiciones de Ricardo Anaya- es la que está hundiendo al abanderado de “Por México al Frente”. El PRI como tal, sólo ha sido el instrumento, el ejecutor.
Acción Nacional y su candidato están siendo víctimas de sí mismos, de su pragmatismo, su antidemocracia y su ambición. Y hablando de eso. En Veracruz no se ha visto una sola muestra de solidaridad y apoyo del panyunismo gobernante para su candidato presidencial. ¿Será que ya no le ven futuro?
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