* Al tamaño del agravio debe corresponder la oferta clara, sencilla de, al menos, recuperar respeto y dignidad para las instituciones, revisar el proyecto económico y conceptuar la reforma del Estado, porque limitarse a sancionar la corrupción de ayer y hoy es negarse a ver la realidad y obstruir la gobernabilidad
Gregorio Ortega Molina
¿Se sufraga en México como cuando el voto del miedo conservó al PRI en el poder, o de la misma manera en que decidió echarlo de Los Pinos por primera vez, o al modo de “haiga sido como haiga sido”?
¿Continúa el control corporativo sobre la voluntad del elector, o ahora que arreció la judicialización electorera, cada sufragio sólo se vende por hambre, lo que en una familia numerosa significa, si mucho, tres o cuatro mil pesos, que nada le resuelven?
¿A cuántos no les importan los resultados de lo que ocurra después del 1° de julio, porque el modelo político y las promesas económicas no le permiten avanzar, o cuántos millones de compatriotas son absolutamente ignorantes, carne de acarreo electoral, y ni siquiera saben quiénes y cuántos participan en la elección presidencial?
¿O será que ahora dejaron de rellenarse las urnas electorales, porque las elecciones se ganan en las actas, o en los tribunales?
Cuando acudí a las oficinas del PRD en la calle de Monterrey, para felicitar a Porfirio Muñoz Ledo por su presidencia del partido, le comenté que él, como ex presidente del PRI, sabía muy bien que el secreto de los triunfos electorales (y todavía) radica en la persona que ocupe la secretaría de Organización, y la capacidad de sumar militantes y adherentes para que en cada una de las casillas defiendan con la Ley y la aritmética cada uno de los sufragios.
Pueden llegar a recusarse el resultado que avalaron en las actas con la firma de los representantes de cada partido, puede llegar a declararse nula una elección, lo que en el caso de la presidencial no ha sucedido, pero el hecho -casi irreversible- es que las elecciones se ganan en la aritmética de las actas y en la medida de la habilidad legal de los representantes de cada partido para defender los votos que le pertenecen.
Lo que los contendientes por el poder necesitan ahora es influir de manera decisiva en el estado de ánimo del elector, disminuir el abstencionismo o la anulación del sufragio por emitirlo mal. Están obligados a convencer con proyectos viables y entendibles, porque el futuro depende de una oferta real para gobernar, más que del carisma personal de los postulantes.
Va más allá de destilar miedo, porque al tamaño del agravio debe corresponder la oferta clara, sencilla de, al menos, recuperar respeto y dignidad para las instituciones, revisar el proyecto económico y conceptuar la reforma del Estado, porque limitarse a sancionar la corrupción de ayer y hoy es negarse a ver la realidad y obstruir la gobernabilidad, pues al elector medianamente politizado le resulta ilógico que se vayan vivas las palomas porque hundieron al país abrazados de Odebrecht, OHL y demás estafas maestras.
Sin desagravio, no habrá gobernabilidad.
Los electores que somos capaces de discernir lo que ahora está en juego, debemos asumir plenamente la responsabilidad de estar conscientes de que nuestro sufragio puede adquirir el peso específico del fiel de la balanza. Ser proactivos y comprometernos a que no haya abstencionismo, pues éste es el veneno mortal del 1° de julio.
Ser responsables y no temer ni alejarnos de la controversia y el disenso; lo dejó anotado Tony Judt: “… la nación misma existe en gran medida precisamente en virtud de esas discrepancias; no hay ninguna versión acordada o concedida del pasado colectivo que pueda escapar a los esfuerzos de instrumentalizarlo, porque son precisamente los mismos desacuerdos los que constituyen la identidad fundamental de la comunidad”.
No será la partidocracia la responsable del desenlace del 1° de julio, no podemos permitirlo como electores, debemos asumir la tarea de arrebatar a los contendientes esa responsabilidad, y presionar al INE para que recupere la conciencia ciudadana que tuvo y perdió con Luis Carlos Ugalde.
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