Desde Filomeno Mata 8
Por Mouris Salloum George*
Data del siglo XVII que el liberalismo occidental se empezó a cuestionar sobre la supremacía del Poder Ejecutivo, confiado entonces a la monarquía absolutista. Se declaró entonces que el rey reina, pero no gobierna.
Los tratadistas europeos se remitieron, entre otras fuentes, a los clásicos griegos y empezaron a debatir sobre el modelo democrático. Con la institución de la División de poderes, la teoría se inclinó por el sistema de pesos y contrapesos que acotara el poder del Ejecutivo.
Tres siglos han pasado desde que comenzó a hablarse de la democracia occidental. Tocqueville, no sin bemoles, exploró el modelo de los Estados Unidos. Otros teóricos apuntaron hacia Francia y el Reino Unido.
A finales del siglo XX, escritores como el francés Claude Julien ya abordaron la cuestión de El suicidio de las democracias, concentrando su análisis en las occidentales.
La experiencia europea y las dictaduras latinoamericanas
Para llegar a ese punto, se había vivido ya la desgarradora experiencia de la primera mitad del siglo XX, en que el fascismo se lanzó a la yugular del Parlamento, donde Adolfo Hitler tipificó a los alemanes como sabandijas parlamentarias.
América Latina, en la pasada centuria, pasó por la implantación de las dictaduras militares que, sonsacadas por Washington, lo primero que acometieron fue la disolución de los poderes Legislativo y Judicial, llevándose entre las espuelas toda forma de intermediación política y de representación social, encarnadas por los partidos, los sindicatos obreros y las organizaciones campesinas.
El bumerán golpea ahora mismo las puertas de la Casa Blanca, ocupada en estos días por el republicano Donald Trump, un chivo en cristalería en cuyo discurso y actuación se configura la estampa de un tirano bananero.
El magnate republicano la ha tomado ferozmente contra México, casualmente uno de los países latinoamericanos que mucho se basó en el modelo de los Estados Unidos para diseñar su sistema político federal y representativo.
En particular, Trump, como lo hemos visto en días recientes, ha enfocado sus troneras en contra del presidente Enrique Peña Nieto, en una ofensiva personalizada en la que las formas diplomáticas han dejado de serlo.
Al diablo con el Pacto por México
Desde mitad de su mandato, el jefe del Ejecutivo mexicano, basado en la situación político-social interna y en la perspectiva del desenlace de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, lanzó su convocatoria a la unidad nacional para procurar la reconciliación y la defensa de la soberanía nacional.
La racional lógica política imponía que los primeros en responder a ese ingente llamado presidencial son los poderes Legislativo y Judicial; sobre todo en el Congreso de la Unión, en el que tienen representación todos los partidos con registro nacional.
No ha ocurrido así: Las cámaras legislativas federales están enfangadas en sus propios conflictos. Las bancadas partidistas a su vez, han dejado de legislar en función del superior interés de la República y sus integrantes viven la constante fuga movidos por un obsceno pragmatismo en torno a los candidatos a la sucesión presidencial.
El grotesco espectáculo semeja la estampida de una manada acéfala de aquellos que hace apenas tres años todavía se decían comprometidos en el Pacto por México.
Los árbitros electorales, lejos de poner orden en casa, se manifiestan impotentes para conducir civilizadamente la lucha de los contrarios.
Es así, como el destino manifiesto anuncia el suicidio de las democracias. Nadie quiere escuchar los incesantes, crecientes y ominosos bramidos del clamor popular que grita, ¡Ya basta! Los mexicanos quedan expuestos a sufrir la cruda de una borrachera que no se han puesto. Grave cuestión.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.