Joel Hernández Santiago
“Evocando las palabras de un gran Presidente de los Estados Unidos de América [John F. Kennedy]: no tendremos miedo a negociar. Pero nunca vamos a negociar con miedo.
“Si sus recientes declaraciones derivan de una frustración por asuntos de política interna, de sus leyes o de su Congreso, diríjase a ellos, no a los mexicanos. No vamos a permitir que la retórica negativa defina nuestras acciones.”
Fue parte del mensaje que el presidente de México, Enrique Peña Nieto, envió el 5 de abril al presidente de Estados Unidos de América, el Republicano Donald J. Trump.
El mismo señor Trump, cuya condición mental está muy en entredicho en su país y quien cuando tiene necesidad de desahogos por su imposibilidad de ser un presidente en toda la extensión de la palabra, se lanza en contra de México y lo mexicano: allá o acá. Dreamers; TLCAN; trabajadores; migrantes y todo lo que suene a México: él, en estado patológico, lo repudia.
El miércoles 4 de abril firmó y ordenó el despliegue de la Guardia Nacional en la frontera con México. A falta de pan, tortillas, se dice: a falta de muro que no consigue construir, ahora envía a un cuerpo de seguridad que, según boletín mexicano, no realizarán funciones de control migratorio o aduanero y que sólo realizarán labores de apoyo al Departamento de Seguridad Interior; aunque la secretaria de esa oficina, Kirstjen Nielsen dice que eso está en veremos.
Hay en principio dos razones: la primera es esa peculiar animadversión que Trump tiene hacia nuestro país, y cuyo gobierno mexicano ha demostrado una gran debilidad frente a sus embates, por lo que puede, y hace lo que quiere: no pasa nada. Aparte, esto es una forma de mostrarle a los demócratas (Partido Demócrata) de su país que, “con dinero o sin dinero, sigue siendo el presidente”, visto que no le autorizan recursos para construir los más de 3 mil kilómetros de muro.
Pero mientras son peras o son manzanas, el gobierno de México se engaña con la zanahoria de la “gran amistad, nunca antes similar” de Luis Videgaray el Canciller de Enrique Peña Nieto, quien ya aclaró que está aprendiendo a serlo, y Jared Kushner, el yerno de Trump, esposo de Ivanka.
Pues eso, que ese tipo de amistades son a las que se refiere Pierre Choderlos de Laclos en 1782: “Las amistades peligrosas”, las perversas, las que hacen daño. Y eso ha ocurrido, porque esa relación amistosa entre Videgaray y Kushner ha salido peor que si no existiera esa cercanía.
Fue precisamente Videgaray quien en el peor momento de la relación de Trump con México, cuando asestaba día a día ofensas y amenazas, lo trajo a México el 31 de agosto de 2016, en plena campaña del republicano por la presidencia de EUA. Esto con la ayuda de Kushner. Esto le costó el puesto en Hacienda a Videgaray y el repudio nacional.
Pero Videgaray se aferra a esa “amistad” y a través de ella asesta esos agravios a la Nación, porque de nada ha servido contar con el yerno si el suegro es en sí mismo incapaz de reconocer lo importante de México en una relación armoniosa y justa, respetuosa y digna.
Ejemplos de exigencia de respeto son muchos en la historia de México. Ya se sabe que con los estadounidenses la regla es respetar los acuerdos, no mentiras entre ambos y sí: un golpe en la mesa si se quieren pasar de listos.
… Lo hizo Lázaro Cárdenas cuando decidió la expropiación petrolera en 1938 y el gobierno de Roosevelt amenazó a México e impuso un bloqueo internacional a la plata mexicana. Cárdenas no se intimidó y echó adelante la nacionalización –porque eso fue– y asumió, junto con los mexicanos, las consecuencias. No pasó nada…
Y así en adelante. Ya se sabe que las relaciones de México con Estados Unidos son irremediables. Es un asunto de geografía e historia. Pero también es irremediable que el gobierno de México se porte a la altura de las circunstancias y mande señales de que, en verdad, le importa México.
A pesar del impacto y la invasión mercantil que tanto gusta a nuestra clase media mexicana, aun subyace el resentimiento por lo ocurrido a lo largo de más de doscientos años en los que México ha salido perdiendo, pero aun así vigente como nación y como soberanía. En tanto los mexicanos ven con desconfianza y animosidad a los gobiernos de aquel país, ellos nos ven con desprecio, simple y sencillamente.
Hay ahí, en la Casa Blanca un hombre que odia a México. Pero es un presidente en un país en el que las instituciones suelen funcionar independientemente del poder presidencial. Esto lo ha contenido en su locura geográfica.
Hay en México, en Los Pinos, un presidente que aún tiene tiempo de resarcirse y cumplir el juramento que hizo al tomar posesión como presidente de México (con todo y su mensaje hoy, forzado por la exigencia nacional de que actúe como representante de México). Ese compromiso lo asumió el 1 de diciembre de 2012:
“Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión; y si así no lo hiciere que la nación me lo demande”…
Leal y patrióticamente.