* Tengo la pesimista impresión que el 1° de julio acudiremos a las urnas electorales como si fuésemos a las exequias de lo que una vez fue una promisoria nación
Gregorio Ortega Molina
José Agustín se quedó corto con su Tragicomedia mexicana. Lo que ahora enfrentamos está más allá del drama. Los clásicos griegos encontrarían semilla para retransmitirnos una imagen precisa de nuestro mundo. Vivimos la tragedia.
Los votantes se quedaron sin opciones, pues lo que tienen enfrente como posibilidad de elección va en contra de su propio futuro, porque ninguno de los tres y tampoco la mujer de Felipe Calderón significan oportunidad de sacudirnos el control político de las corporaciones, van con ellas.
José Antonio Meade, el candidato apartidista del más reaccionario antipriismo que se adueñó de una franquicia electoral que hoy es amorfa y sin ideología, se esfuerza por mimetizarse, por confundirse con ellos, por hacerse el clon de Luis Donaldo Colosio, en lugar de haberse preservado fresco, ser como solía ser y de ninguna manera aceptar que lo convirtieran en lo que los mexicanos rechazan, aunque las corporaciones están tentadas de imponer.
A Ricardo Anaya Cortés la faltaron audacia e imaginación para sacudirse, de una buena vez, las dudas sobre su honradez y honorabilidad, sea o no un malandrín, pues la percepción todo lo determina. Dejó escapar los 30 días de la intercampaña para rehacerse y profundizar en lo que sólo refirió un par de veces: la reforma del sistema. Supongo que entiende, que capta que un modelo económico globalizado, requiere una reforma del Estado capaz de administrar el proyecto de desarrollo que sustituye al de una Revolución que, ahora nos enteramos, no fue.
La desconfianza suscitada por AMLO está más sustentada en la campaña anticlimática para demostrar que es peor a Nicolás Maduro, como si los émulos de Mariano Rajoy que corren tras la silla del águila fuesen una mejor opción. El fantasma de la extrema derecha recorre el mundo, y es la piedra de toque en contra de la posibilidad de que el ciclón tropical gobierne.
Pero mis prevenciones son otras, tienen más que ver con su carácter y sus inconsistencias, con esa oferta de la revocación de mandato, pues amenaza con preguntar a los dos años si se queda o se va, y otra vez a los cuatro, y es muy posible que ceda a la tentación de reformular esa pregunta a los seis.
Felipe Calderón Hinojosa es una piedra de molino en el cuello de su mujer, y no puedo encontrar explicación plausible que me permita comprender las razones que tuvo para aceptar hacer el papelón que su marido le ha fraguado en la papeleta electoral.
La semana de Pascua nos referimos a La Revolución inconclusa, la filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI. Considero oportuno el momento de rescatar unos párrafos de Leopoldo Zea, dejados para nosotros en El Occidente y la conciencia de México, y en Conciencia y posibilidad del mexicano. Pero claro, ni los candidatos ni sus asesores ni los propietarios de las corporaciones tienen el menor interés por el humanismo, así es que es posible que nunca se enteren de esas ideas que para el común del votante se convierten en piedra en el zapato.
Escribió Zea: “La Revolución Mexicana de 1910 plantea, de golpe, los problemas con que México se había venido debatiendo en toda su historia, a pesar de todos los ocultamientos: el problema de la pertenencia de la tierra… A su lado, como en otras ocasiones, volvieron a surgir otros intereses que en nombre del lema <<Sufragio Efectivo. No Reelección>> parecían sólo preocupados por cambios políticos y no sociales, como simple demanda de oportunidad para obtener el poder; pero estos intereses, a pesar de chocar con los primeros, tendrán que subordinarse a lo que era una auténtica revolución”.
No ocurrió así. Se puede constatar en La Revolución intervenida y en La Revolución interrumpida, y con mayor precisión en La Revolución inconclusa.
Leopoldo Zea aporta una explicación a lo que hoy, y desde hace muchos años, padecemos. La cita nos remite a Conciencia y posibilidad del mexicano. Es larga, pero ineludible:
“Ahora bien, al faltar la confianza en el otro, la confianza en el prójimo, nadie podía sentirse responsable ante nadie. Cada uno de los individuos que componían nuestra sociedad trataba de alcanzar lo que mejor le conviniera; valido de sus propias fuerzas, apoyado en la simulación, el engaño o el cínico derecho a lo que quería y se podía…
“Se procura, así, dar a los actos de gobierno un carácter permanente mediante una lealtad, siempre renovada, a lo prometido. Lealtad que redundará en la lealtad de los ciudadanos. Se aspira a ser, en cada caso, el amigo que cumple sus promesas realizando todo lo realizable en beneficio de una mayoría que no se presenta en abstracto, sino en múltiples formas personales y concretas”.
Eso ocurrió muy poco. Desde hace al menos 10 lustros que los beneficios están dirigidos de otra manera y ya no concebidos como una respuesta, sino con el establecimiento de una nueva complicidad, que nada tiene que ver con lealtad y confianza.
Tengo la pesimista impresión que el 1° de julio acudiremos a las urnas electorales como si fuésemos a las exequias de lo que una vez fue una promisoria nación.