Claudia Rodríguez
No hay respaldo en nuestro actuar como sociedad, cuando reprendemos a nuestros jóvenes y niños por practicar técnicas de ataque contra sus semejantes; desde ignorarlos, hasta la burla y el ataque físico que en algunos casos ha llegado al homicidio y/o suicidio.
Los candidatos a puestos de elección popular, los funcionarios públicos, de partido político, los órganos electorales y el mismo árbitro electoral; de nuevo como en cada elección de los últimos tiempos, son partícipes en distintos grados de alentar entre ellos mismos, el ataque verbal, la mofa, el desprestigio y hasta la ridiculización.
Cuando el panista –hoy apoyador priista– Vicente Fox compitió en el 2000 por la Presidencia contra el priista Francisco Labastida y el entonces perredista Andrés Manuel López Obrador, los epítetos de Fox endosados a sus adversarios son los que más retumban aún entre el colectivo; desde tepocatas, víboras, hasta las de puntería directa hacia el priista Labastida como chaparro y las de tono homofóbico de “mariquita” y “la vestida”.
Lo anterior fue tan público, que incluso el que Labastida lo enunciara en un debate presidencial televisado, sabe él que le restó preferencia entre el electorado.
Contradictorio cuando las políticas públicas de Estado, dicen atajar el bullying, no sólo entre los educandos, sino entre toda la sociedad.
Pocos saben que al reconocer Labastida en ese no tan lejano año 2000, que las preferencias electorales no le favorecían en su aspiración a la Presidencia y apurado por el mismo Ernesto Zedillo en ese entonces mandatario federal, e incluso antes de que el Instituto Federal Electoral (IFE) –hoy INE—se pronunciara al respecto y sólo con los resultados de dos encuestas de salida; el candidato priista fue forzado a reconocer su derrota ante cámaras y micrófonos, justo unos momentos antes de que en Cadena Nacional Zedillo prácticamente entregará de facto, el Gobierno priista de siete décadas a Acción Nacional.
La historia de la derrota es mucho más compleja e incluso tiene que ver con el abandono del presidente Zedillo hacia la campaña de Labastida.
Pocos saben que entre el equipo de campaña de Fox, ya declarado vencedor de la contienda –no por los órganos electorales–, lo que marcó el momento eufórico de la celebración, fue el que se empezó a corear: “El que no brinque es AMLO, el que no brinque es AMLO…”
Las campañas de odio, de motes, de desprestigio y más, hay que aceptar que igual han sido albergadas entre muchos de quienes estamos inmersos en esta competencia electoral unas veces como espectadores y otras como operadores.
Nos descalificamos y nos adjetivamos, aun cuando en algunos casos exista el argumento.
Los agravios no son privativos de la democracia a la mexicana o de la forma de configurar pases en el terreno de la política; sin embargo, sólo hay que voltear a hacia las decenas y decenas de ejecuciones de cada día, los índices de secuestro o la percepción negativa de seguridad sólo como ejemplo, para entender el tono violento y de odio de cualquier campaña electoral en nuestro país.
El tono es de confrontación y la sociedad reacciona así, en todos los terrenos de la vida diaria.
Acta Divina…“Quien no tiene más lenguaje que la violencia, quien no es capaz, siquiera, de condenar de manera categórica a quienes irrumpieron con violencia en este proceso electoral, no es capaz de conducir este país por el rumbo de seguridad, de paz y tranquilidad que este país exige”: José Antonio Meade, candidato dela coalición Todos por México.
Para advertir… El candidato presidencial de Enrique Peña Nieto, parece de verdad no advertir, que cada vez que siempre odio, cosecha lo mismo para él, sobre todo porque él y su equipo han violentado han país.
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