UN CUENTO SOBRE EL RACISMO
-¡Te odio! -gritó Salbut.
-¿Pero por qué? -quiso saber Panucho.
-¡¿Por qué más va a ser?! ¡Porque tú y yo no somos iguales! Mientras que yo soy blanco, té eres negro.
-¡Oh, Salbut! Lo que acabas de decirme me ha herido muy hondo hasta el corazón. Yo no tengo la culpa de ser del color que soy.
-¡Pues eso a mí no me importa! -contestó Salbut-. ¡No me gustas por tu color, y ya!
Panucho se sintió muy triste. Salbut, a quien siempre creyó como su hermano, le había dicho cosas muy feas y dolorosas. “Pero si yo también soy lo mismo que él”, reflexionaba Panucho. “No entiendo por qué ahora me desprecia”.
Por mucho tiempo los dos habían sido muy buenos amigos. Hasta que entonces llegó un desconocido que enseguida empezó a meterle cosas malas a Salbut.
-¡No deberías de llevarte con él, Salbut! ¿Qué? ¿No ves que tú y él son muy diferentes? -Salbut, al principio, no le hizo caso al extraño, pero luego, al pasar los días y las semanas, finalmente empezó a creer todo lo que Hamburguesa le decía.
-Mira. ¡Tú y yo sí somos iguales! Somos del mismo color. Yo soy blanca, y tú blanco. La única diferencia que hay entre nosotros dos es que yo soy “femenina”, y tú “masculino”. Yo soy “la hamburguesa”, y tú “el salbut”. -Salbut cavilaba.
-¡Tienes razón, Hamburguesa! Panucho y yo ¡no somos iguales!
-¡Entonces ve y díselo! -sugirió con malicia Hamburguesa.
-Sí, ¡eso haré! -replicó Salbut.
Al siguiente día, como siempre acostumbraba a hacer Panucho, corrió a casa de su amigo para que fueran a jugar a las escondidas. “Toc, toc”, golpeó la puerta Panucho. Salbut entonces vino y le abrió. “Hola”, lo saludó su amigo Panucho. Salbut, como es de suponer, no le contestó el saludo, sino que solamente empezó a decirle:
-Si vienes para que vayamos a jugar, es mejor que te vayas. Yo ya no puedo ser tu amigo. Es más, de ahora en adelante, tú y yo seremos enemigos. ¡Te odio, Panucho! -terminó por decir Salbut.
-Pe.. ¡¿Pero por qué?! -preguntó Panucho.
-¡¿Por qué?! -repitió Salbut-. Por qué más a va ser. ¡Qué!, ¿no lo ves? Porque tú y yo no somos iguales. Tú eres negro y yo soy blanco.
Al escuchar esto, Panucho, se quedó callado, pero luego, al buscar cómo defenderse, empezó a decir:
-¡Pero si por dentro tú y yo estamos hechos de la misma materia! ¿Por qué ahora me vienes con que somos diferentes?
-Tal vez los dos estemos hechos de la misma masa por dentro-fue diciendo Salbut-, ¡pero esto es sólo por dentro! Por fuera tú sigues siendo negro, mientras que yo soy blanco. -Panucho agachó su cabeza. Intentaba así ocultar las lágrimas que amenazaban con escaparse de sus ojos.
-¡¿Quién te ha metido todas esas cosas malas en tu cabeza, Salbut?! -logró preguntar después de unos instantes Panucho
-¡Nadie! -contestó tajantemente Salbut-. ¡Nadie! Y ahora, si me haces el favor, ¡vete de aquí, y no vuelvas nunca más! -Panucho obedeció. Se dio la vuelta y empezó a bajar las escaleras. Luego empezó a caminar de regreso a su casa. Y cuando ya estaba a medio camino, sin poder aguantarlo más, empezó a llorar, ¡mucho, mucho! Y sus lágrimas eran de aceite. Su amigo, su camarada, ¡ya no lo era más! Lo había perdido.
Y desde este día Panucho se volvió un ser muy extraño y solitario. Nunca más volvió a creer en la amistad. Las palabras de Salbut habían herido su corazón, como si éstas fueran flechas mortales.
FIN.
ANTHONY SMART Abril/25/2018