* Me pregunto si los presidentes mexicanos de los últimos seis gobiernos tienen la más mínima idea de su responsabilidad histórica. Nunca tan pocos han empobrecido tanto a muchos
Gregorio Ortega Molina
Sostiene don EPN que el modelo económico de desarrollo que él defiende a capa y espada es el bueno, que esas ideas retrógradas de los candidatos que proponen el regreso de la intervención del Estado son malas para México y el mundo. ¡Vaya mentira!
Cuando pasaron aceite los del gabinete económico con el precio del gas, o cuando se truenan los dedos con el gasolinazo, no dudan en guardar en el clóset la teoría que nada resuelve, y de alguna manera “corrigen” los abusos, con el propósito que no se les descomponga el cotarro social, tan frágil, herido y abusado, sin buenos salarios, sin empleo, sin seguridad pública y un muy reducido Estado de bienestar.
Para EPN y un número reducido de mexicanos -si se considera el total de la población, que es de 120 millones- lo globalización y el libre mercado son la panacea, el maná laico de los empeñados en conservar algunos aspectos de la civilización europea o antigua que consideramos desterrados de los hábitos y costumbres del mundo de hoy. La esclavitud recibe hoy otro nombre, como lo fueron los peones acasillados y ahora lo son los obreros con salarios de hambre, con leyes laborales y organizaciones sindicales conculcadas y desaparecidas. Los términos de la esclavización posmoderna están determinados por el outsourcing.
Tony Judt, que no fue precisamente el “Che Guevara” de las teorías económicas, advierte en sus diversos ensayos y textos periodísticos sobre la manera en que concluyó la primera globalización, con el gas mostaza, las trincheras, los millones de muertos y los Tratados de Versalles, para dar por concluida la Gran Guerra, así bautizada porque los ingenuos creyeron que sería la última.
Cuando Adolfo Hitler decidió la anexión de Austria, la invasión de Polonia y Checoeslovaquia, descubrieron que la ilusión de haber acabado con el belicismo económico fue un engaño tan efímero que, para no darle más vueltas desde el punto de vista histórico, es preciso reconocer que a partir de la firma del Armisticio y la detonación de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, el mundo dejó la paz de lado, para vivir en la constante lucha por los mercados, la preservación de ideologías y revoluciones que dejaron de existir antes de que concluyera el siglo XX.
Para evitar esa tontería de los derechos civiles, mataron a Martin Luther King; desaparecieron el apartheid, pero no el racismo, y determinaron disfrazar el pleito por la riqueza de luchas religiosas, porque las ideologías dejaron de motivar, cedieron su lugar a la fe.
Me pregunto si los presidentes mexicanos de los últimos seis gobiernos tienen idea de su responsabilidad histórica. Nunca tan pocos han empobrecido tanto a muchos, más lo que falta antes de que los barones del dinero se peleen entre ellos, o sus hijos los traicionen.
Vivimos el verdadero, auténtico choque de civilizaciones, entre los que se alimentan a satisfacción y duermen a pierna suelta, y los que sueñan con comer cuando logran dormir, para al fin decidirse a alguna de las múltiples actividades extralegales, desde el ambulantaje, la trata, el narco, la extorsión, el secuestro…
Pero no nos hagamos bolas, el PRI merece la confianza de las mayorías. Aquí no hay hambre ni muertos, todos hemos sido bendecidos por el maná del TLC, la luz guía de la globalización.
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