MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Entre la molestia social, insoslayable, referida por el doctor José Narro y convertida en dinamo de la oferta propagandística de la oposición al gobierno de Enrique Peña Nieto y el obligado y quizá tardío golpe de timón en la dirigencia nacional del PRI, hay un elemento que no se debe perder de vista: la soberbia de quienes se asumen triunfadores de una contienda en la que todo puede ocurrir. Todo.
Cuidado con esos desplantes de soberbia, porque suelen convertirse en el factor que daría el sesgo y orientaría los vientos hacia el candidato del que todos los días hablan como un perdedor, el que nada tiene que hacer en campaña y, vaya, hasta recomendándole que mejor decline.
Dicen los analistas y politólogos, varios encumbrados por el priismo que los ha tenido en nóminas oscuras de la administración pública, que el candidato José Antonio Meade está destinado a la derrota. Y se solazan con esta previsión; hoy, casualmente mimetizados con la corriente que llena las redes sociales del antipriismo, se han vuelto abyectamente “críticos”.
Por supuesto, hay quienes, respetables, han sido permanentemente críticos informados, con sustento y sin medias tintas. Pero, son de pena ajena aquellos que desde tribunas públicas dieron por derrotado a José Antonio Meade el mismo día que se supo que él era el elegido para la candidatura del PRI a la Presidencia de la República.
Así que, la especie que desde el pasado fin de semana se regó con firmeza en corrillos políticos propios y ajenos al tricolor, respecto del ajuste en la dirigencia nacional del PRI y, por ende, en el equipo y estrategia de campaña del candidato presidencial José Antonio Meade Kuribreña, se concretó la noche de este miércoles.
Pero, ¿a quién preocupa la sacudida en la dirigencia nacional priista?, ¿en serio hay nerviosismo y preocupación en las ligas mayores del Partido Revolucionario y en Los Pinos?
En el desdén elemental diríase que los que van arriba no tienen preocupación alguna.
Enrique Ochoa Reza fue relevado en la presidencia nacional del Partido Revolucionario Institucional, con carácter de provisional, por René Juárez Cisneros, ex gobernador de Guerrero, senador con licencia y ex subsecretario de Gobernación en la actual administración federal.
Juárez Cisneros, se desempeñaba como coordinador territorial de la campaña de José Antonio Meade, candidato de la coalición Todos por México a la Presidencia de la República.
Cuando la tarde-noche de ayer llegó a la sede nacional priista, refirió que lo había llamado el presidente (del partido) y ofreció que, al término de la reunión con Ochoa Reza, a la que se sumó el candidato Meade, haría declaraciones. Y, en efecto, habló, como lo hizo el candidato, pero su mensaje fue elemental, de respaldo total, de competir con brío, de suma no de resta. Nada nuevo.
Lo nuevo, empero, habrá de ocurrir al concluir esta semana. Elemental que haya ajuste en el equipo de campaña, elemental que la estrategia habrá de moverse en la crudeza del tercer sitio, de ese lugar del que Meade no ha salido desde que inició, hace un mes, la campaña en busca de la Presidencia.
El Consejo Político Nacional sancionará el arribo de Juárez Cisneros como relevo al bat en esta carrera por la Presidencia que se encuentra en la penúltima entrada, en un símil de un juego de béisbol que puede irse a extra innings en el tribunal electoral.
Por eso, blofean los candidatos que consideran que la contienda es entre dos, sólo entre dos.
¿Nerviosismo? ¿Inquietud? Mienten si niegan ese estado de ánimo; en una contienda no se duerme con la conciencia tranquila ni con la convicción de que ya se tiene el triunfo en la bolsa o que, en el otro extremo, no se podrá salir del sótano. Nadie hace campaña para perder, aunque ha habido ciertos casos con olor a corrupción, a venta de voluntades y famas públicas.
José Antonio Meade, había previsto, horas antes, el relevo, incluso adelantó que en su equipo y en los partidos que lo postulan hará los ajustes necesarios. Y rechazó que vaya a declinar; sostuvo que seguirá hasta el final porque, acotó, “soy la mejor opción”. ¿Querían que dijera que era el peor y mejor se iba a su casa?
Y qué opinó López Obrador. Bueno, dice que el PRI y Meade tienen derecho a renovar su estrategia y sus liderazgos. Pero, le ganó la soberbia y aseguró que “ya no van a poder hacer nada; estamos muy arriba”.
Incluso, consideró que Meade no debe declinar en favor de Ricardo Anaya, o que éste lo vaya a hacer por Meade. “Que hagan su lucha, todos, y que si pierden, que lo hagan con dignidad, que no se sometan. Que Anaya no decline por Meade, que llegue al final, y que Meade no decline por Anaya, que se aguanten ahí; los que están presionando, la mafia del poder, les van a hacer proporciones indecorosas, entonces, que se aguanten”, recomendó López Obrador con la soberbia que lo acompaña de la mano de las encuestas, éstas a las que, cuando le son adversas, califica de cuchareadas.
Entre la sacudida en el PRI y la soberbia del puntero, hay un espacio de dos meses. Y en ese tiempo todo puede ocurrir. Todo. Conste.
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