* El costo electoral para el gobierno sube en la medida en que el agravio se profundiza, cuando los deudos intuyen que el reclamo debe ser sustituido por las balas, en un país sobre armado por los delincuentes y los políticos; en una nación donde las complicidades ahogan. Las lágrimas son de plomo
Gregorio Ortega Molina
¿Cuántas de las víctimas de la violencia mexicana adquieren voz después de muertas? ¿Cuántos familiares y amigos pueden sumarse para reclamar? En la muerte cruel, en la desaparición, en el hedor de las fosas clandestinas, el anonimato agobia, humilla, desespera, crea rencor, cultiva deseo de venganza.
Javier Sicilia pudo rescatar la voz de su hijo, escribir un libro, hacer un poema y besar a cuanto político se le puso enfrente; la viuda de Javier Arturo Valdez Cárdenas y la solidaridad periodística hicieron que apareciera el autor material de la ejecución del autor de Los horrores del narco; la ejecución de Miroslava Breach se topó con Javier Corral, pero por fin se logró la atracción federal del caso. Son unos cuantos los que gritan en medio de 250 mil muertes violentas en 12 años, avasalladas por tanto dolor anónimo, lo que hace más indignante el presente y seguramente incierto el futuro inmediato, el día de mañana.
Ojalá que el reclamo que sube por un instante para rápidamente enmudecer fuese permanente, por todos los muertos y desaparecidos, no únicamente por el levantón, ejecución y desaparición de los cadáveres de los alumnos de la Universidad de Medios Audiovisuales secuestrados por un grupo armado en Tonalá, Jalisco.
Hay quien reclama y exige justicia por Salomón Aceves Gastélum, de 25 años y originario de Mexicali; por Jesús Daniel Díaz, de 20 años de Los Cabos, y por Marco Ávalos, de 20 años, de Tepic, pero desconocemos los nombres con los que fueron bautizados casi todos los cadáveres encontrados en las fosas clandestinas, no han podido ser identificadas todas las víctimas de San Fernando, Tamaulipas, y ni quien pueda elevar un reclamo por los ejecutados en Allende, Coahuila, o los que llevaron a ejecutar a la cárcel de Piedras Negras.
Este es el gran problema de la violencia: demasiado dolor callado, muerte en silencio, desaparición sin ruido, llanto seco, dolor en el alma en cuerpos carentes de ella, vaciados por tanta injusticia; ojos vacíos incapaces de ver hacia la luz, hacia la esperanza; oídos ensordecidos porque a las preguntas de sus dueños nadie responde; rencor cultivado con esmero, porque comprenden que el momento de la venganza no se busca, llega solo, como un regalo, más que como una gran oportunidad para recuperar la sonrisa.
El costo electoral para el gobierno sube en la medida en que el agravio se profundiza, cuando los deudos intuyen que el reclamo debe ser sustituido por las balas, en un país sobre armado por los delincuentes y los políticos; en una nación donde las complicidades ahogan. Las lágrimas son de plomo.
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