Ningún candidato priísta a cualquier cargo de representación popular, desde una regiduría hasta la presidencia de la banda insulsa, debe ignorar, desconocer o fingir demencia sobre los errores clave del partido que lo abandera, ni sobre las graves infracciones infligidas por sus militantes más conspicuos a la sociedad. Es delito de lesa patria.
Porque sobra quien ha querido deslindarse de los principios y aplicaciones prácticas del tricolor en el pasado reciente. Con afán electorero, muchos juran por ésta que no han tenido qué ver con la corrupción, el chantaje y la depredación de tracto sucesivo, hasta de las cometidas por ellos mismos. Es el caso, por ejemplo, de José Antonio Meade.
Piensan acaso que las candidaturas al siguiente puesto son como el Agnus Dei, que quita los pecados del mundo. Nada más equivocado y perverso. Porque, cierto, el ejercicio de los encargos dura incontables quincenas, pero la vergüenza dura para toda la vida. Deberían al menos sonrojarse y ayudar a esclarecer sus propios atropellos.
Aún más, en estricto sentido común, si los candidatos del pasado han hecho lo contrario a la declaración de principios y a la plataforma básica de su partido son, por lo mismo, reos de natural procedencia. Jurídicamente es inaceptable que las ideas o promesas con las que se pidió el voto, sean traicionadas, porque es el equivalente a la traición popular y mínimo al abuso de confianza y todos los delitos adláteres. Es el caso, por ejemplo, de Enrique Peña Nieto.
El que actúa, igual que el que omite o encubre, forma parte de la misma megambrea. Nadie, como lo hace el pringado Meade, puede decir a voz en cuello que lo que pasó en su Secretaría no le incumbe, no tiene culpa, cuando es archisabido que la ignorancia de la ley no exime del delito a los cómplices.
Fox y Calderón, aves de paso que comieron el mismo alpiste podrido
Aún más, los errores crasos de la infelicidad mexicana no pueden atribuirse a nadie más que a los priístas, con pleno derecho. Y es que el lenguaraz Fox, el beodo Calderón y sus parejas presidenciales fueron aves de paso que comieron del mismo alpiste podrido. Dejaron pasar, y se beneficiaron de todos los enjuagues heredados. Nunca dijeron esta boca es mía.
Fox aceleró un desquiciado proceso de desafuero inconsulto y anticonstitucional desde donde se le quiera ver, en venganza contra el enemigo político. Calderón abusó de los presupuestos y dejó esto más vacío que un bolsillo de crudo. Sólo por no referirse a la brutal afrenta de soltar la sarracina de ciento cincuenta mil muertos indefensos.
Los panistas pusieron el huevo de una serpiente que sigue mordiéndose la cola. Peña Nieto no hizo nada por detener la locura criminal. Todo lo contrario, como dijo saber cómo hacerlo, se montó en el tigre y se complicitó con los narcotraficantes, dejando al país en un espasmo del que será muy difícil salir.
Los tres son corresponsables de que nuestro país esté sumido en una guerra civil que no se atreve a decir su nombre, de un estado de justicia y de derecho, y de una cloaca de impunidad e inmunidad que alcanza los rankings más elevados del mundo pobre, hambriento, con próceres salvajes.
De los compañeros de Meade y paniaguados ñoños de gabinete, ni hablar, todos están metidos en el mismo charco, aunque, es cierto, tendríamos que adjuntar a los zedillistas y salinistas que todavía andan por ahí tan campantes. Igual a los líderes legislativos y a los mequetrefes impuestos en el Poder Judicial, que no han cantado mal las rancheras en este obsceno ejercicio de descomposición nacional. Puras vergüenzas.
¿Por qué en México es imposible llamar a cuentas a los corruptos?
Por más que se jalan los pelos buscando respuestas, los corresponsales de la prensa internacional acreditados en México no alcanzan a explicarse dónde estaba metido el diablo cuando los mexicanos elegimos a todos esos bultos para confiarles la lucha por la supervivencia. Es que todavía no conocen el fondo de todas las miasmas.
Incrédulos, recuerdan los acontecimientos de los últimos días de las famosas ínter campañas y no dan crédito a lo que observan, aunque tengan años de referirlo en sus páginas. Si Guatemala pudo enjuiciar y condenar a su ex presidente Ríos Montt, aducen,¿ por qué en México es imposible?
Si las conductas de los funcionarios latinoamericanos ante los chantajes y sobornos mayúsculos de Odebrecht originaron causas penales con las sentencias patibularias correspondientes, y si en México cayeron en lo mismo, cómo es posible que el secretario de Hacienda que acompañó la quiebra de Pemex, sea el candidato del PRI a la presidencia, arguyen.
Quienes más dan qué hablar, ahora son candidatos plurinominales
¿Cómo es posible, preguntan, que el mismo fruncionario que llevó a la quiebra a la Comisión Federal de Electricidad y pactó impunidades para los dirigentes de los trabajadores, haya sido el presidente del partido en el poder? ¿Cómo entendemos, interrogan, que el mismo que entregó su estado a la oposición perredista sea ahora quien encabece al tricolor? ¿Cómo puede explicarse que el mismo que trajo al país a un candidato republicano y le dio tratamiento de Jefe de Estado en Los Pinos sea ahora el Canciller que maneja las maleta$ de la campaña?
¿Cómo es posible que los empleados del Presidente en las secretarías de Despacho que más han dado de qué hablar sobre sus rapiñas y hurtos generalizados en la administración pública sean ahora los prospectos plurinominales al Senado, buscando el fuero que les proteja de la persecución de cualquier justicia?
Peña y Meade amenazan con repetir fraudes de EdoMex y Coahuila
¿Cómo es posible que siendo los gobernadores empleados de tercer cachete del Ejecutivo Federal sean los únicos responsables de los delitos contra el patrimonio público, si se entiende que todo lo que hicieron antes fue acordado y decidido por el dedo mayor del que siempre han dependido?
¿Cómo es posible que el candidato y el Presidente amenacen públicamente al respetable con volver a ganar ejecutando todo el cochinero que hicieron en el Estado de México lo mismo que en Coahuila, y los compañeros de profesión no digan nada al respecto? ¿De qué están hechos los mexicanos?, insisten en preguntar repetidamente.
¿Hasta dónde ha llegado la corrupción para que la prensa impresa y radioeléctrica de este país siga hablando interesadamente de una nación que no existe, de obras irrealizadas, de honorabilidad de los políticos, de fustigos del poder contra los corruptos, si todo esto es un cochinero que no tiene ni para dónde?
¿Cómo es posible que sigan amenazando a la población con el descaro electoral de repetir en grande el marranero del Estado de México y Coahuila, y aún a decir que si pierden se recuperarán con los algoritmos y truculencias del INE y las Oples estatales, más la bendición de fiscales y magistrados del ramo y de todos los demás?
Votar, para que dejen de tratarnos como a menores de edad
¿Cómo? ¿Por qué?, preguntan.
Usted tiene la respuesta. Acudir masivamente a las urnas el primero de julio, es la única explicación posible. ¡A ver de qué cueros salen más correas! ¡Basta de imposiciones! ¡Que no sigan tratándonos como si todos fuéramos menores de edad!
Somos los únicos dueños de nuestro destino. ¿No cree usted?
Índice Flamígero: Alabanza en boca propia es vituperio, dice el refrán. Aplica al candidote del PRI que, a la menor provocación dice “soy honesto”. Y saca a relucir su 7de7 que está plagada de falacias. Una casa y un terreno en Chimalistac ¿con valor de 3 millones 759 mil pesos? De acuerdo a corredores de bienes raíces, casas similares en el mismo condominio están valuadas entre 14 y 16 millones de pesos. Tampoco declaró el terreno que, con valor de 2.3 millones compró para hacer un jardín adjunto a su propiedad. ¿Muebles por 150 mil pesos? ¿Arte por 60 mil? Una cuentas bancarias con menos de 100 mil pesos. ¿Pues qué hacía con los más de 2 millones de pesos anuales, casi tres en algunos casos, que percibió durante los últimos 12 años? No cuadran las cifras. ¿De verdad es honesto? A lo mejor sí, pero en los términos que respondía Oscar Flores Tapia, quien fuera gobernador de Coahuila por obra y gracia de Luis Echeverría: “Honesto, honesto, ¡sí! Pero honesto, honesto, honesto…”
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