MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Cuando aquella noche de 2003 en el Salón México, Pablo Gómez y otros diputados federales perredistas compartían la pista para bailar danzón, al lado de sus contrapartes del PRI y del PAN, del PT y del PVEM y Convergencia, por ahí reía abiertamente, feliz y a gusto, la entonces legisladora plurinominal Margarita Zavala Gómez del Campo.
Pero, estaba inquieta y a cada momento volteaba hacia la entrada principal. Le pregunté si esperaba a alguien, en especial. “Sí, espero a Felipe, mi marido”, me respondió.
Y el entonces secretario de Energía, Felipe Calderón Hinojosa llegó al salón como cualquier hijo de vecino y bailó con Margarita; al poco rato la pareja se despidió y abandonó el salón.
Así, sencilla, Margarita iniciaba en aquellos días del foxismo su trabajo como diputada federal del Partido Acción Nacional. La carrera política le depararía muchos sinsabores, pero estaba decidida a seguir adelante y cumplir el sueño de ser Presidenta de México.
Joven legisladora que despuntaba en las recién integradas comisiones de Justicia y Derechos Humanos, de la Defensa Nacional, de Trabajo y Seguridad Social.
Pero, en abril de 2006, vísperas de los comicios federales, solicitó licencia para incorporarse de lleno a la campaña de su marido a la Presidencia de la República.
Felipe había renunciado a la Secretaría de Energía, presionado por el entonces mandatario Vicente Fox, quien no asimiló la decisión de Felipe de irse por la libre y ser destapado, en Guadalajara y por el entonces gobernador de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, como aspirante a la Presidencia de México.
Margarita asumió el papel que le tocaba jugar como primera dama, una vez que Felipe ganó la elección federal con una mínima cantidad de votos y generó la ira de Andrés Manuel López Obrador, quien lo llamó “presidente espurio” y encabezó con sus seguidores, entonces del Partido de la Revolución Democrática, una campaña de movilizaciones, que incluyó el cierre del Paseo de la Reforma, en demanda de anular los comicios.
López Obrador invocó el voto por voto y casilla por casilla, que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación atendió y finalmente concluyó que, aunque cerrada la votación, el triunfo correspondía al candidato del PAN, Felipe Calderón Hinojosa. Y Margarita asumió el papel que le correspondía.
Pero, ya desde esos días del calderonismo se sembró la convicción de la primera dama de buscar la Presidencia de la República. Las bromas lindaron en términos de que sería una reelección de Calderón, con lo que demeritaban las capacidades de Margarita para buscar la candidatura del PAN a la Presidencia.
Esa posibilidad, empero, se cerró cuando Ricardo Anaya se puso al frente de la nominación en acuerdos de alianza con el PRD y Movimiento Ciudadano.
Margarita renunció al PAN y siguió adelante con su proyecto personal, indudablemente apoyado y solventado, incluso, por Felipe Calderón. Nada hay de malo ni oculto en esa aspiración de una mujer que, desde esos días en que despuntaban las gloria y las mieles del poder, también enfrentó la descarnada, por usar un eufemismo, embestida mediática azuzada con filtraciones de los malquerientes, que involucraron a su familia en actividades poco recomendables, especialmente el tráfico de influencias que habría despuntado cuando Felipe fue secretario de Energía y entregó jugosos contratos a su cuñado Hildebrando.
Pero, Margarita salió sin mácula de esas campañas que abundaron cuando su marido fue Presidente de la República, y ella no abandonaba la idea de llegar a ese máximo cargo de elección popular.
El próximo 25 de julio, Margarita Zavala Gómez del Campo transpondrá el umbral del medio siglo de vida y en su tarjeta curricular quedará inscrita la aventura en pos del sueño de poder, de ser la primera Presidenta de México.
Porque el sueño se rompió en las últimas horas del martes 15 de mayo de 2018, cuando decidió asumir la decisión que evaluaba desde hace unos días y abandonar la contienda y renunciar a buscar la Presidencia.
Y, en una reunión especialmente top secret, con sus hermanos y su marido al lado, con su equipo de trabajo, decidió que hasta aquí llegaba, que no podía jugarse con el respaldo y, por qué no decirlo, el sueño de quienes creen en ella y consideraban que algo podría ocurrir en esta carrera cuya meta está en el domingo 1 de julio próximo.
Margarita Zavala, candidata independiente, un hito en la historia electoral y política de México, registraba 4.5% de la intención de voto, según una de las recientes encuestas. Y ese porcentaje no es para presumir ni avivar el sueño del poder.
Esta entrega de entresemana se redacta poco antes de conocer, vía el programa de televisión Tercer Grado, en voz de Zavala Gómez del Campo las causas por las que Zavala Gómez del Campo renunció a la mitad del camino.
En un adelanto dijo:
“Retiro la candidatura de la contienda por un principio de congruencia, por un principio de honestidad política pero también para dejar el libertad a los que generosamente me han apoyado y tomen su decisión en esta difícil contienda”.
Si decide sumarse a la causa de quien sea de los candidatos que andan en pos del voto, aunque su coordinador de campaña dijo que esa vertiente no estaba en los planes de Margarita, me quedo con la impresión que tengo de una dama que se atrevió a emprender una aventura, aun con los severos y graves riesgos que ello entraña.
De ella, desde el mismo momento en que se conoció su decisión de abandonar la contienda, han hecho cera y pabilo. Cada quien con sus decisiones y convicciones, arrebatos y malquerencias que al final ésa es la praxis política chicharronera mexicana. Congruencia y honestidad política. Conste.
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